Benito Juarez
Enviado por georgelrc • 18 de Diciembre de 2012 • 5.027 Palabras (21 Páginas) • 381 Visitas
BENITO JUÁREZ
XVIII
CONCLUSIÓN.
Edipo, al destruir el poder de la esfinge, libró a los hombres que perecían víctimas de un destino fatal, y su nombre ha perdurado.
Juárez, que destruyó el poder de la tiranía, que si no proclamó la libertad, al menos la organizó, al dar las Leyes de Reforma; que redimió la conciencia, que afianzó el derecho de la Democracia, que confirmó la independencia de la Patria, debe vivir eternamente en la memoria de la humanidad, pues no sólo trabajó para su pueblo, sino en pro de los derechos de todos los pueblos.
Para obscurecer su gloria se le echa en cara que no fue un hombre precoz; que hasta después de los cuarenta años empezó a tener significación como hombre público. Concedámoslo, aunque con la convicción de que no es exacto, pues ya hemos visto que desde 1831, cuando contaba Juárez veinticinco años, comenzó su carrera pública, como regidor del Ayuntamiento de Oaxaca, y los puestos que después ocupó en su Estado natal. Concedámoslo, repito; ¿y qué? Eso, a lo más, demostraría una de estas dos cosas: ó el desarrollo intelectual de Juárez y su preparación para el gran papel que tenía que desempeñar en la Historia, fueron lentos, ó las circunstancias propicias, la escena en que debía demostrar sus raras dotes, tardaron en presentarse.
A nadie ha ocurrido despreciar el diamante porque necesita millones de años para formarse.
Por otro lado, ¡cuántos hombres presenta la Historia, que pasaron en la obscuridad las tres o cuatro primeras décadas de su vida, y que después alcanzaron puesto prominente entre sus conciudadanos!
¿Qué edad tenía el Cura Hidalgo, Padre de nuestra Independencia, cuando se hizo notorio? ¡Cincuenta y siete años! El inmortal caudillo Don José María Morelos y Pavón pasó los primeros cuarenta y cinco años de su vida en la más completa obscuridad: como arriero hasta los treinta años; como cura de aldea hasta los cuarenta y cinco, que se lanzó a la revolución, alcanzando fama militar no superada por hombre alguno nacido en el Nuevo Mundo.
Y de seguir ese criterio, ¡qué mal parados quedarían Colón, Washington y tantos otros grandes hombres de la humanidad!
Ha habido quien le acuse de apostasía, porque durante la primera parte de su vida aparece como un católico, apostólico romano, ferviente, de la antigua escuela española, y después se ostentó liberal y enemigo de esa secta. Aquí debo decir con Pelletan (Les uns et les autres): “Pero ¿qué es la apostasía? Un cambio de opinión. Si toda evolución de creencia es una apostasía, no hay un pensador que no haya merecido alguna vez el título de renegado”.
En efecto, todos los hombres que han venido al partido liberal, todos los jacobinos, son apóstatas, porque no hay quizás uno solo de ellos que en los principios de la vida no haya seguida ideas religiosas y políticas distintas del credo que proclamaron más tarde. Esa apostasía la vemos en los apóstoles del cristianismo, la vemos muy principalmente en el verdadero creador de ese cristianismo, en San Pablo. (Se hace el cargo a Juárez de que fué santa-annista y de que celebró el triunfo de Santa-Anna al suceder a Bustamante. Y yo pregunto: ¿qué hombre público de México, anterior al Plan de Ayutla, no fue santa-annista? ¿Quién no cifró alguna vez la esperanza de la Patria en el proclamador de la República? ¿A quién no engañó en política el vencedor de Barradas? Y, sobre todo, después de la espantosa y criminal administración de Bustamante, ¿quién no anhelaba que llegase al poder cualquier hombre, por malo que fuese, pues nunca lo resultaría tanto como el asesino de Guerrero? Fijémonos en que todos los caudillos del Plan de Ayutla y casi todos los constituyentes fueron alguna vez santa-annistas. Lo fueron Comonfort, Alvarez, Llave, Degollado, Emparan, Lerdo de Tejada, Gómez Farías, etc., etc.
Se dice que Juárez no trajo ninguna idea nueva, y aquí tengo que repetir la frase que pone Goethe en boca de Mefistófeles:
“Mentecato aquel que cree tener una idea que jamás le ha ocurrido antes a otro hombre”.
Juárez no fué en tiempo el primer reformista del mundo, ni de México; pero sí fue el Reformador por excelencia, y es el Reformador por antonomasia. Los otros fueron sus precursores.
Que la abolición de los fueros eclesiásticos fuese indicada o iniciada por Revillagigedo, resucitada por Morelos, y después por Fernández Lizardi, por Ramírez (1845) y en la Villa de Zitácuaro (1852), y así todas las demás reformas, no quita a Juárez la gloria de haber establecido definitivamente esas reformas, constituyéndolas en leyes generales para todo el país, erigiéndolas en principios fundamentales e indiscutibles.
Que tuvo precursores y colaboradores, es incuestionable; que Morelos, Fernández Lizardi, Ramírez y otros muchos propusieron y defendieron algunos de esos principios antes que Juárez; que Ocampo, Lerdo de Tejada y algunos otros colaboraron en la magna obra definitiva, es inconcuso; que Don Santos Degollado, ese evangelio vivo, la predicó y la sostuvo con las armas en la mano, de una manera que lo ha hecho digno de la eterna gratitud de la Patria, lo mismo que Gutiérrez Zamora, Llave, Ogazón, Zaragoza, González Ortega, Zuazua, Epitacio Huerta y otros caudillos, glorias épicas de la tremenda guerra de tres años, es cosa que todos reconocemos y proclamamos. Pero todo eso no desvirtúa los méritos de Juárez, que fue la cabeza del partido liberal, su director, su jefe reconocido, el principal responsable ante la Historia de las faltas y a quien, por lo tanto, también corresponde la principal gloria por los méritos.
Lutero no hubiera surgido como reformador, si los grandes humanistas, como Johann Reuchlin y Erasmo, no le hubieran preparado el terreno. Pero no por eso tengo por justificada la sentencia dictada por los enemigos de Lutero, en la que aseguran que éste no hizo más que empollar los huevos puestos por Erasmo.
Esos humanistas fueron los propagadores de la Biblia, y con ella contribuyeron al libre examen, así como los liberales mexicanos anteriores a Juárez y sus contemporáneos, contribuyeron con sus discursos y sus escritos al libre examen en México; y como aquéllos fueron en realidad los precursores de Lutero, éstos fueron los precursores de Juárez; y aquéllos y éstos fueron los hombres en quienes encarnaron las aspiraciones acumuladas de muchos siglos; y Lutero, como Juárez, fueron la encamación del principio en que se condensaron aquellas aspiraciones, y los que lo establecieron firmemente.
Este punto histórico constituye
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