El Gran Cambiaso
Enviado por cesarrolimon • 20 de Marzo de 2013 • 8.323 Palabras (34 Páginas) • 332 Visitas
EL GRAN CAMBIAZO
Por
Roald Dahl
Cuento de su libro “El gran cambiazo” (Switch Bitch, 1974)
Había unas cuarenta personas en el cóctel que Jerry y Samantha daban aquella noche.
Era la gente de siempre, la incomodidad de siempre, el horrible ruido de siempre. Los
invitados tenían que apretujarse unos contra otros y hablar a gritos para hacerse oír.
Muchos sonreían, mostrando unos dientes blancos y empastados. La mayoría de ellos tenía
un cigarrillo en la mano izquierda y una copa en la derecha.
Me aparté de mi esposa, Mary, y su grupo y me dirigí hacia el pequeño bar que había
en un rincón. Al llegar a él, me senté en un taburete de cara a la concurrencia. Lo hice para
poder mirar a las mujeres. Me acomodé con los hombros apoyados en la barra, bebiendo
sorbos de mi whisky escocés y examinando a las mujeres, una a una, por encima del borde
de mi vaso.
No estudiaba sus figuras, sino sus rostros y lo que me interesaba de ellos no era tanto
el rostro en sí como la boca grande y roja que había en la mitad del mismo. Y ni siquiera me
interesaba la boca en su totalidad, sino únicamente el labio inferior. Recientemente había
decidido que el labio inferior era el gran revelador. Revelaba más cosas que los ojos. Los
ojos ocultaban sus secretos. El labio inferior ocultaba muy poco. Ahí estaba, por ejemplo, el
labio inferior de Jacinth Winkleman, que era el invitado que se encontraba más cerca de mí.
Observen las arrugas que hay en aquel labio, vean cómo algunas son paralelas y otras se
extienden hacia fuera. No hay dos personas que tengan las mismas arrugas en los labios y,
ahora que lo pienso, eso serviría para capturar a un criminal si existiera un registro de
huellas labiales y él se hubiese tomado una copa en el lugar del crimen. El labio inferior es
el que chupas y mordisqueas cuando algo te perturba y eso era precisamente lo que Martha
Sullivan hacía en aquel momento, mientras contemplaba desde lejos cómo a su marido se le
caía la baba mientras hablaba con Judy Martinson. Te pasas la lengua por él cuando estás
caliente. Pude ver que Ginny Lomax se lamía el suyo con la puntita de la lengua mientras se
encontraba al lado de Ted Dorling y le miraba fijamente a la cara. Se lo lamía de forma
deliberada, sacando la lengua lentamente y mojando el labio inferior en toda su longitud. Vi
que Ted Dorling miraba la lengua de Ginny, lo cual era justamente lo que ella quería que
hiciese.
Mientras mis ojos iban escudriñando el labio inferior de todos los presentes, me dije
que, al parecer, era verdad que todas las características menos atractivas del animal
humano, la arrogancia, la rapacidad, la glotonería, la lascivia y demás, se reflejan
claramente en ese pequeño carapacho de piel escarlata. Pero es necesario conocer el
código. Se supone que el labio inferior protuberante o abultado significa sensualidad. Pero
eso es sólo una verdad a medias en el caso de los hombres y una falsedad total en el caso
de las mujeres. En ellas lo que hay que observar es la línea de piel, el estrecho filo con el
borde inferior claramente delineado. Y en la ninfomaníaca hay una diminuta cresta de piel,
apenas perceptible, en la parte superior del centro del labio inferior.
Samantha, mi anfitriona, la tenía.
¿Dónde estaría ahora Samantha?
Ah, allí estaba, cogiendo una copa vacía de manos de un invitado. Ahora se acercaba
hacia donde me encontraba yo, con la intención de llenarla de nuevo.
—Hola, Vic —dijo—. ¿Estás sólito?
«Desde luego es una ninfo —me dije—. Aunque un ejemplar muy raro de la especie,
puesto que es entera y absolutamente monógama. Es una ninfo monógama y casada que
nunca sale de su propio nido. También es la hembra más apetitosa sobre la que jamás haya
puesto los ojos en toda mi vida.»
—Deja que te ayude —dije, levantándome y cogiéndole el vaso de la mano—. ¿Qué
hay que echar aquí dentro?
—Vodka con hielo —dijo Samantha—. Gracias, Vic —apoyó un brazo largo y blanco,
precioso, sobre el mostrador y se inclinó hacia adelante hasta que su seno se apoyó en la
barra, apretándose hacia arriba.
—¡Vaya! —exclamé al ver que un poco de vodka iba a parar al suelo.
Samantha me miró con sus ojazos castaños, pero no dijo nada.
—Ya lo limpiaré yo mismo —dije.
Cogió la copa llena de mis manos y se alejó. La seguí con la vista. Llevaba unos
pantalones negros. Se ceñían a las nalgas de tal forma que cualquier granito o lunar, por
pequeño que fuese, se habría notado a través de la ropa. Pero Samantha Rainbow no tenía
ningún defecto en el trasero. De pronto me di cuenta de que me estaba lamiendo el labio
inferior.
«De acuerdo —pensé—. La deseo. Me apetecería acostarme con esa mujer. Pero es
demasiado arriesgado intentarlo. Sería un suicidio echarle un tiento a una chica como ésa.
En primer lugar, vive en la casa de al lado, lo cual es demasiado cerca. En segundo lugar,
es monógama, como ya he dicho. En tercer lugar, ella y Mary, mi mujer, son uña y carne.
Siempre están intercambiando oscuros secretos femeninos. En cuarto lugar, Jerry, su
marido, es un viejo y buen amigo mío y ni siquiera yo, Víctor Hammond, aunque arda en
deseos, soñaría en tratar de seducir a la esposa de un hombre que es un gran amigo y
confía en mí.
A menos que...»
En aquel momento, mientras desde el taburete del bar me comía con los ojos a
Samantha Rainbow, una idea interesante empezó a filtrarse silenciosamente en la parte
central de mi cerebro. Permanecí donde estaba, dejando que la idea fuera ensanchándose.
Miré a Samantha, que se encontraba en el otro extremo de la habitación, y me puse a
encajarla en el marco de la idea. Oh, Samantha, mi hermosa y jugosa joya, aún serás mía.
Pero, ¿podía alguien albergar seriamente la esperanza de que semejante locura diese
resultado?
No, ni siquiera disponiendo de un millón de noches.
Ni tan sólo podía intentarse, a menos que Jerry estuviera de acuerdo. Así, pues, ¿por
qué pensar en ello?
Samantha se encontraba a unos seis metros de mí, hablando con Gilbert Mackesy. Los
dedos de su mano derecha se curvaban en torno a una copa. Eran unos dedos largos y
estaba casi convencido de que también eran diestros.
...