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El Terrazo


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  1.137 Palabras (5 Páginas)  •  413 Visitas

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Tras el comentado episodio de la introducción de Santa Claus en La Cuchilla se recrudeció la animosidad prevaleciente entre Peyo Mercé y el supervisor Rogelio Escalera. Este, mediante carta virulenta y en términos drásticos, ordenaba al viejo maestro que redoblase sus esfuerzos y enseñase a todo trance inglés: “so pena de tener que apelar a recursos nada gratos para él; pero salu- dables para la buena marcha de la educación progresista”. Ese obligado final de las cartas del supervisor se lo tenía bien sabido, y con un mohín de desprecio tiró a un lado la infausta misiva. Lo inusitado del caso era que con ella le llegaban también unos libros extraños de portadas enlucidas y paisajes a colorines, donde mos- traban sus rostros unos niños bien comidos y mejor vestidos.

Peyo agarró uno de los libros. En letras negras leíase: Primer. Meditó un rato y rascándose la oreja masculló: —Primer, eso debe derivarse de primero y por ende con ese libro debo iniciar mi nuevo vía crucis. Otra jeringa más. ¡Y que Peyo Mercé ense- ñando inglés en inglés! Quiera que no voy a tener que adaptarme; en ello me van las habichuelas. Será estilo Cuchilla. Si yo no lo masco bien, cómo lo voy a hacer digerir a mis discípulos? Míster Escalera quiere inglés, y lo tendrá del que guste. Y hojeó rápida- mente las olorosas páginas del recién editado libro.

De las reflexiones lo fue sacando la algarabía de los niños campesinos que penetraban en el vetusto salón. Los mamelucos de tirillas manchosas de plátano, las melenas lacias y tostadas, los piececitos apelotonados del rojo barro de los trillos y en las caras marchitas el brillo tenue de los ojos de hambre.

La indignación que le produjera la carta del supervisor, se fue disipando a medida que se llenaba el salón de aquellos sus

s Tres historias de Peyo Mercé: Peyo Mercé enseña inglés http://www.scribd.com/Insurgencia

colección los ríos profundos

Abelardo Díaz Alfaro Terrazo

hijos. Los quería por ser de su misma laya y porque les presentía

un destino oscuro como noche de cerrazón. —Buenos días, don Peyo, —proferían y con ligera inclinación de cabeza se adelan- taban hacia sus bancos-mesas. A Peyo no le gustaba que le lla- maran míster: —Yo he sido batatero de la Cuchilla, y a honra lo llevo. Eso de míster me sabe a kresto, a chuingo y otras guazabe- rías que ahora nos venden. Estoy manchao del plátano y tengo la vuelta del matojo. 75

Se asomó a la mal recortada ventanita en el rústico tabique como para cobrar aliento. Sobre el verde plomizo de los cerros veteados de cimbreantes tabacales, unas nubes blancas hin- chaban sus velas luminosas de sol. En la llamarada roja de unos bucayos los mozambiques quemaban sus alas negras. Y sintió que le invadía un desgano, una flojedad de ánimo, que le impelía más bien a encauzar su clase al estudio de la tierra, la tierra fecunda que frutecía en reguero de luces, en coágulo de rubíes. Le era penoso el retornar a la labor cotidiana, en pleno día soleado. Y doloroso el tener que enseñar una cosa tan árida como un inglés de Primer.

Con pasos lentos se dirigió al frente del salón. En los labios partidos se insinuaba la risa precursora del desplante. Un pensa- miento amargo borró la risa y surcó la frente de arrugas. Hojeó de nuevo el intruso libro. No encontraba en él nada que desper- tara los intereses de sus discípulos, nada que se adaptara al medio ambiente. Con júbilo descubrió una lámina donde un crestado gallo lucía su frondoso rabo. El orondo gallo enfilaba sus

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