Filosofia
Enviado por carlf5165bhk • 15 de Junio de 2014 • 2.787 Palabras (12 Páginas) • 262 Visitas
Presentación de mi libro
Nuevos Ensayos de Filosofía de la Religión
- I -
Yo soy de la opinión de que, desafortunadamente, muy a menudo el valor de la filosofía se vuelve algo palpable sólo cuando la gente resiente lo que podríamos llamar “huecos de comprensión”. En general, pocas personas (si es que alguna en absoluto) podrían jactarse de tener un pensamiento, en el, sentido de un sistema proposicional y de creencias, no digamos compuesto exclusivamente de verdades sino además sistematizado. De lo que disponemos es en realidad de un sinnúmero de creencias aisladas y de grupos de creencias más o menos relacionadas entre sí en forma supuestamente sistemática. Es por medio de dichos sistemas de pensamientos que lidiamos con el mundo y puede afirmarse que tanto su verdad como la corrección de los modos como los conectamos son algo que a final de cuentas queda determinado o medido por la experiencia. En efecto, son el éxito y el fracaso las medidas para nuestros pensamientos: a mayor verdad y corrección mayor éxito, y a la inversa. No obstante, parecería en general que las personas están satisfechas con sus respectivos sistemas proposicionales, como lo pone de manifiesto el hecho del bajo nivel de auto-critica que las caracteriza, el que pocas veces están dispuestas a modificarlas o abandonarlas y que cuando tienen que hacerlo lo hacen de mala gana, con desagrado. No obstante, hay circunstancias en las que la gente se percata de que algo está tan mal en su pensamiento que tiene que aceptar que éste requiere alteraciones drásticas. A veces los individuos y los pueblos caen en la cuenta de que han hecho suyas creencias para las cuales no tienen justificación alguna, que son declaradamente falsas o, peor aún, abiertamente ininteligibles. Así, inclusive cuando la gente no está capacitada para dar cuenta del fenómeno del que se ocupan y, por lo tanto, no puede explicárselo, tiene de todos modos que reconocer que sus creencias y pensamientos están chocando demasiado frontalmente con la realidad y que, gústele o no, el mundo y la vida las están desechando. Creencias y pensamientos así son inservibles, inútiles y, en la medida en que no dejan espacio para pensamientos alternativos, nocivos y dañinos. Se producen entonces eso que llamé ‘huecos de comprensión’. Es obvio que siempre estaremos expuestos a esta clase de peligros y muy probablemente nunca podremos superarlos del todo. El asunto de cuánta verdad y consistencia puede caracterizar a una mente será siempre una cuestión de grado y de comparación. Sin embargo hay, como ya dije, situaciones en las que las confusiones y los extravíos conceptuales y teóricos son tan grandes que no hay otra cosa que hacer que reconocer el hecho y hacerles frente. Y lo que sostengo es que es en circunstancias así que la filosofía se vuelve una especie de fresco abrevadero y se le reconoce entonces públicamente su valor. Para las multitudes de las épocas de relativa estabilidad intelectual, de lo que (siguiendo a Khun) podríamos llamar
‘pensamiento normal’, la filosofía es en el mejor de los casos un pasatiempo agradable; pero precisamente para esas mismas masas la filosofía se vuelve en épocas de crisis algo particularmente importante, yo diría inclusive vital. Quizá esto sea una prueba más de que nunca podremos tener un pensamiento totalmente claro y
congruente.
Los huecos de comprensión de los que he hablado surgen, obviamente, en los más diversos contextos. Brotan, desde luego, en las ciencias. En estrecha conexión con sus prácticas, los hombres desarrollan sistemas simbólicos cuya lógica se les escapa, cuya gramática los elude. Hacen entonces su aparición en el horizonte del pensamiento humano multitud de creencias absurdas, de pensamientos incongruentes, de falacias, de incomprensiones, de confusiones de toda índole. Nada de esto impide, desde luego, que la gente siga haciendo lo que tiene que hacer y que, de hecho, resuelva problemas prácticos con los instrumentales que para ello se forjó. Empero, el éxito en la práctica no asegura ni acarrea la comprensión de lo que se hace y de lo que se dice. Demos un ejemplo sencillo: el psicólogo clínico, el que trabaja con pacientes, logra a menudo sacarlos adelante, es decir, logra volver a ponerlo s en la senda de la vida colectiva constructiva y pacífica. Empero, ese mismo exitoso psicólogo se vería en serios aprietos si tuviera que explicar qué es la mente humana, qué conexión hay entre la mente y el cuerpo, de qué habla cuando habla del inconsciente y, en general, de qué se ocupa él realmente. Lo mismo pasa con los matemáticos, los músicos, los políticos y así indefinidamente. Todos ellos y, en general, todos los usuarios de cualquier simbolismo son fáciles presas de esas trampas de comprensión que los lenguajes (en toda la extensión de la palabra) propician. Pero es claro que el hombre requiere entender lo que hace y lo que dice. y es cuando los huecos de comprensión se vuelven abrumadores que se siente la necesidad de la filosofía pero, permitiéndome un poquito de proselitismo, de la verdadera, esto es, de la realmente liberadora; en otras palabras, de la wittgensteiniana.
Sostengo que en nuestro país la necesidad de la filosofía, y por ende su importancia y su valor, ya se hace sentir con fuerza. Durante lustro s y por toda una variedad de causas, se fue produciendo en México un alarmante vacío de genuino debate filosófico. Proliferaron los charlatanes, se encumbraron los farsantes, pontifican los periodistas, pero la gente entrenada para el debate impersonal de ideas, los profesionales de la discusión seria, ellos han estado ausentes. Digámoslo en voz alta: salvo por algunas siempre honrosas excepciones, los profesionales mexicanos de la filosofía le han fallado a su país. Esto es perfectamente comprensible. También en esta abstracta, fina y delicada área del quehacer humano que es el análisis y la especulación filosóficos se han padecido en México los embates de la corrupción y la decadencia. Urge ya intentar modificar esta situación.
Pienso, en concordancia con lo que he venido diciendo, que si hay una dimensión de la vida en la que la reflexión filosófica se ha vuelto en México urgente es la de la vida religiosa. En otras palabras, tiendo a pensar que la rama de la filosofía a la que en este momento, junto probablemente con la de filosofía política, se le debe conceder prioridad, es la de filosofía de la religión. ¿Por qué habría ello de ser así? La respuesta me parece relativamente simple: México es muy probablemente el país
católico más importante del mundo, pero también
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