HISTORIA DE FRANK Y LILLIAN GILBRETH
Enviado por dejopeba • 21 de Diciembre de 2013 • 9.639 Palabras (39 Páginas) • 792 Visitas
Una mujer feliz
Por Frank Gilbreth
Hace unos 30 años, Frank Gilbreth y su hermana Ernestine deleitaron al mundo con Cheaper by the Dozen (“Mas barato por docena”), que fue un éxito de librería. La obra, festivo relato de la niñez y formación de los autores en el seno de una nutrida familiar, destacaba el carácter inquieto de su padre, quien predicaba que la eficiencia lo era todo. En este libro prosigue la crónica de la bulliciosa familia Gilbreth, pero poniendo de relieve a su tierna y cariñosa madre, Lillie, quien, cuando llego la tragedia, demostró una fortaleza enorme.
Aduras penas hubiera podido hallarse candidato más idóneo para el oficio que heredo Lillie Gilbreth. De joven, siempre pensó que iba a quedar de solterona, y, como su familia era acaudalada, jamás le paso por la imaginación que un día tendría que luchare a brazo partido para ganarse la vida en un mundo regido por hombres… al mismo tiempo que, con esos escasos recursos, criaba a 12 hijos.
Aun en los primeros tiempos que de ella recuerdo (poco antes de la Primera Guerra Mundial, cuando yo tenía cuatro o cinco años y ya ella andaba por los 40), Lillie no estaba preparada para la tarea que más tarde le tocaría en suerte. No sabía cocinar, jamás había lavado ropa, entendía muy poco de coser o tejer y jamás había manejado sola la casa. Todas esas funciones mundanas las desempeñaba un puñado de sirvientes. Más, cualquier lavadora, estufa o refrigerador que hoy sale de los talleres de montaje lleva el sello de sus investigaciones.
Tan tímida era, que no le interesaba presentarse en público. A veces mi rechoncho y fogoso padre, Frank, se le acercaba y le oprimía la mano y hasta aquella pequeña atención en presencia de sus hijos la hacía ruborizarse y sonreír con cierto sentimiento de embarazo. Sin embargo, llego a convertirse en una oradora excelente y a recorrer año tras 150.000 kilometro para dar conferencias por todo el mundo. A pesar de que en su diario escribió que sus facciones eran totalmente ordinarias, a mi me parecería muy hermosa, y todavía hoy, cuando miro sus fotos y trato de juzgarlas con imparcialidad, considero que mi apreciación se acercaba mas a la realidad que la suya.
Tenia el cabello Castaño rojizo y lo llevaba cogido en un moño en lo alto de la cabeza; si se lo soltaba, le caía hasta la cintura. Sus ojos, de un azul verdoso, brillaban como pocos. Era ágil, delgada (exceptuando, claro, las veces en que esperaba familia), algo alta, y mantenía siempre la cabeza erguida y los hombros hacia atrás.
Con nosotros los niños era muy bondadosa, y por ningún motivo nos levantaba la voz ni nos zarandeaba, pellizcaba o sacudía. Tanto mas de alabar es esto cuanto que éramos muy capaces de acabar con la paciencia de un santo.
Los vecinos nos creían insufribles. En cierta ocasión dos de ellos se hallaban conversando, y uno alcanzo a ver que salía humo de una ventana nuestra.
-¡Santo Dios!- exclamo- ¡Se está incendiando la casa de la familia Gilbreth! Hay que llamar a los bomberos.
-¿Cómo?- rezongo el otro- ¿Y exponernos a que lo apaguen? ¿Estás loco?.
En realidad no había tal incendio. El humo procedía del polvo de magnesio que usaba mi padre para tomar fotografías en interiores. Ningún mortal osaba emplear aquel polvo en mayor profusión que el, y a veces las tremendas explosiones rompían alguna ventana o arrancaban grandes trozos de argamasa del cielo raso. Bastaba con que mi padre quitara la tapa del lente a la cámara fotográfica, para que los perros y gatos de la familia corrieran a esconderse, los niños comenzaran a berrear y los mayorcitos a protegerse instintivamente la cabeza de los escombros volantes.
A veces la fatiga de educar a una familia tan números sobrepasaba la capacidad de mi madre. Entonces le temblaban los hombros y, oculta la cara con un pañuelo, corría a refugiarse en su habitación; cazábamos a oír sus sollozos, mal reprimido.
Frank, con semblante perplejo, iba apresuradamente a consolarla, y había mortificado asi a nuestra pobre madre.
Más tarde, ya otra vez dueña de sí, reaparecía con los ojos inyectados. “No me importa el ruido”, se excusaba; “pueden hacer todo el que les gusten... pero que sea un ruido alegre. No tolero riñas. Perdónenme; es lo único que no puedo aguantar”
“¡Hola, guapo!”
Lillie y Frank se conocieron en Boston en 1903. Lillian Evelyn Moller iba de viaje desde su tierra, California, a Europa. Con ella iban otras tres jóvenes de la costa occidental de dama de compañía. Lillie tenía a la sazón 25 abriles y bajo del modesto cuello de encaje lucia la insignia de la Phi Beta Kappa; poseía un grado universitario literatura inglesa y había llenado de sonetos más de 20 cuadernos. Eso sí: jamás había salido sola con un joven.
Frank Bunker Gilbreth tenía 10 años mas que Lillie. Criado en Boston por su madre, viuda, había comenzado a ganársela vida como aprendiz de albañil a los 17, ascendido al puesto más alto de la empresa y fundado su propio negocio a los 26, con lo que en un decir Jesús se convirtió en uno de los contratista mayor renombre en el mundo.
Una de las razones de su éxito fue haberse percatado de la preocupación de su país por la velocidad, y de la importancia de la publicidad. Tenía la habilidad de hacer que el público recordara su nombre.
Por ejemplo, figuro en los grandes titulares de la prensa al romper las marcas de rapidez en la construcción de diques, fábricas y rascacielos. Corriendo riesgos inconcebibles, comenzaba a transportar acero, cemento y ladrillos hasta el sitio de la construcción antes aun de que le adjudicasen el contrato. Luego el populacho y los periódicos se admiraban de que comenzara la obra la tarde misma en que se firmaba el convenio. Y en lugar de combatir a los sindicatos, se afilio a ellos y colaboro con los obreros.
A veces sincronizaba el trabajo de varias cuadrillas desde un andamio enorme y con la ayuda de un megáfono. En una palabra, conmovía al público. Apenas un año antes de conocer a Lillie, Frank había salido en las primeras páginas de los diarios por edificar en 11 semanas escasas, el laboratorio eléctrico Lowell, del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La dama de compañía de Lillie, que guiaba a las cuatro chicas en su recorrido turístico por Boston antes de que se embarcaran para Europa, era casualmente prima hermana de Frank. Así que fue ella, Minnie Bunker, quien los presento.
Sin embargo, mi padre no nos lo contaba así. “¿No les he contado como conocí a su madre?” nos preguntaba en voz bien alta para que ella lo oyese.
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