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La santísima trinidad


Enviado por   •  5 de Febrero de 2013  •  Ensayo  •  3.020 Palabras (13 Páginas)  •  476 Visitas

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I

Padre, hijo y espíritu santo, la santa y bella trinidad, este concepto se escapa hoy ante la brisa de Brăila, una bella ciudad al sureste de Rumania, un sitio conmovedor, con hermosas edificaciones, pero por sobre todo, un significado para mi distinto al de muchos otros habitantes de esta ciudad.

La santísima trinidad se escapa hoy de un cigarrillo, el padre, el hijo y el espíritu santo, hoy no se manifestaran, nunca lo hacen, pero hoy más que nunca no lo harán, me instruí en el ocultismo hace alrededor de 10 años, desde entonces me he dado cuenta de que la soledad espiritual está totalmente alejada de lo que en realidad piensan muchos. Aquellos que son padres y no deberían serlo, aquellas que engañan a sus esposos sin pensar en lo más mínimo en que sus hijos la esperan en su hogar para decirle te quiero mamá. No soy un ético, debo admitir que por el contrario tengo mis pensamientos oscuros cuando debo tenerlos, miro al horizonte y veo el infierno avecinarse, todos sufriendo, ardiendo, sollozando, eso es música para mí.

Mi ocupación es aburrida, porque no la tengo, tengo una esposa y una hija de 5 años, una princesa como me gusta llamarla, así pues, realmente lo es, es una luz que resplandece mi vida, mi esposa es una pesadilla, su egoísmo me ha traído más de un deseo asesino contra ella, pero que puedo decir, sé controlarme, de cualquier manera, no busco matar, busco reprender a mi manera. Me encuentro ahora mismo esperando a mi hija en su instituto, el Liceul Teoretic Panait Cerna, no sé qué diablos significa, y no tiene demasiada relevancia, es un lugar apto para mi princesa, ella merece todo lo que se le pueda ofrecer, ella está limpia, yo y mi esposa estamos sucios, y no por pecado, realmente en cuanto el vaticano logre declarar el respirar como pecado, será “una victoria para la humanidad”.

Si dios quiere realmente esto, no puedo estar de acuerdo en adorarle, es uno de nosotros, está sucio. La suciedad que metafóricamente planteo, refiriéndome a un concepto ético de bien o mal, no puede limpiarse, no puede ni siquiera adornarse, y yo, con mis 37 años, problemas pulmonares y cardiacos, estatura de un metro ochenta, complexión angosta, cabello crespo, piel morena, pero no negro, he de aclarar, manos grandes y manchadas, manchadas por limpiar la suciedad, algunas que otras tendencias a la depresión y entre otras virtudes.

Ahí viene mi hija, me pregunto cómo hará de mi día interesante, que tendrá por contarme hoy, quizá un amorío, dios me libre.

-Hola hija, que tal tu día – dije, su mirada se plantó en mí como un faro en la tenebrosa oscuridad del amplio océano, y respondió.

-La maestra dice que mis notas han subido y que si sigo así ¡me ganaré una estrella de oro! – dijo ella con un brillo en sus ojos que me recordó reconfortantemente mis épocas de escuela, un pasado que añoro recobrar, pero que se fue, y yo hice parte del ritual de desaparición, todos los que se hallan graduado pasaron por ese ritual, ¿no lo recuerdan?, nos vestimos con un vestido azul, largo y con un ridículo y cuadrado gorro que desprende una pequeña cuerda generalmente amarilla. El ritual que demarca el paso de una vida a otra, es curioso pensar en eso pues siempre desee terminar con la larga tortura de maestros pidiéndome que me cortase el cabello, que retirara mis accesorios, que vistiese bien el uniforme, que no fumase con el uniforme puesto; aun no entiendo qué sentido tiene todo eso del colegio, pero sí sé que desde ese entonces, he aprendido mucho sobre relacionarme.

Continué, -me siento orgulloso de ti hija, si te dan ese premio, iremos a comer a tu restaurante favorito- pensé, un premio vació por parte de un intento gracioso de padre, pero ella respondió con euforia – ¿lo prometes?- la mire, -claro que lo prometo, pero si no llegas a ganar ese premio jovencita, ¡me temo que tendré que hacerte cosquillas hasta desfallecer!- ella rió y me dijo –te prometo que estarás orgulloso-.

Durante el camino la veía por el retrovisor, la veía mirar todo con una esperanza viva, una esperanza que anhelo recobrar alguna vez, un niño puede enseñarte más sobre ti mismo que un psicólogo, al fin de cuentas, cuando te enfrentas cara a cara a un niño, no lo ves a él, te ves a ti mismo, las actitudes que tomamos en nuestra niñez suelen reflejarse en otros niños, no somos especiales, pero intentamos hacernos creer que lo somos.

Cuando conocí a Lauren, era joven e inteligente, espectacular a mis ojos, pero por sobre todo, tenía esa misma pizca de crueldad en sus ojos que veo en las mañanas cuando me afeito, procurando no degollarme mientras completo un ritual de mera socialización, ¿para qué afeitarse?, simple, para que nos vean con buenos ojos, ahí va ese tipo, limpio, agradable y confiable, estúpidos, como si alguien que no se afeitase fuese poca cosa en comparación con alguien que si lo haga.

Al llegar a nuestro hogar, a pocas calles del sitio donde se educa mi princesa, mi esposa no estaba, que curiosidad, -Verónica, ve a cambiarte el uniforme y ponte algo cómodo- le dije- si papi- respondió ella respetuosamente, cuanto la amo, es mi tesoro. Pasamos la tarde viendo una película sobre un cerdo, un bebé más propiamente, un diminutivo deplorable pero tendré que decirlo, “un cerdito”, y todo fue bello hasta que llego mi bella esposa…

-¿Qué haces aquí?- grito ella –yo solo estaba viendo una película con mi hija- respondí, ella me miró de pies a cabeza con la intención de observar mi estado de ánimo y agrego:

-La corte me concedió el permiso de Verónica, pasando por encima del tuyo- le pedí a Verónica que subiese a su habitación y lo hizo, con tristeza en sus ojos, clavos en su corazón y confusión en su cabeza.

-Que tal, hiciste llorar a mi hija- remilgo la prostituta con cola y pesuñas, -me iré, tengo cosas por hacer, fue lindo pasar la tarde con mi hija, más a sabiendas que te enfadarías, prostituta de boulevard- me miró con odio, que puedo decir, esa era la idea, pero no pronunció una sola palabra.

En el camino a mi solitario apartamento me detuve en un mirador a fumarme un cigarrillo y a esperar el atardecer, acompañado del puñado de oscuridad que todos necesitamos, yo más que nadie. Mi objetivo del día de hoy es una mujer, no como mi ex esposa, sino una que no aparenta ser lo contrario, su nombre es Roxana y vivé cerca de mi hogar, es hermosa, y por consiguiente logra esquivar las miradas de personas sin juicio, pero para su desagrado, yo no soy una de esas personas.

No pienso tanto en que las mujeres merezcan todo lo que exigen, igualdad, poder, una posición por encima de los hombres, pobres estúpidas, pero no dejo de lado a los hombres que provocaron esa explosión de necesidades, hombres que quieren de hecho exactamente lo mismo,

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