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Santa Rosa De Lima


Enviado por   •  27 de Agosto de 2014  •  970 Palabras (4 Páginas)  •  304 Visitas

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¿Eres gente u otra cosa?

. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie

¡A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¿Llévate esta inmundicia! - ordenó

, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina.

. "Sí, papacito; sí, mamacita", era cuanto solía decir.

Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.

• Creo que eres perro. ¡Ladra! - le decía.

El hombrecito no podía ladrar.

• Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces-

El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

• Trota de costado, como perro - seguía ordenándole el hacendado.

El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.

El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.

• ¡Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.

El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado.

• ¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito. - Siéntate en dos patas; empalma las manos.

Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.

• Recemos el Padrenuestro - decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.

El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

• ¡Vete pancita! - solía ordenar, después, el patrón al pongo.

Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos*.

• Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo.

El patrón no oyó lo que oía.

• ¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? - preguntó.

• Tú licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte - repitió el pongo.

• Habla... si puedes - contestó el hacendado.

• Padre mío, señor mío, corazón mío - empezó a hablar el hombrecito -. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.

• ¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio - le dijo el gran patrón.

• Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos

• . Los dos juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.

• ¿Y después? ¡Habla! - ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.

• Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.

• ¿Y tú?

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