Ana Ozores
Enviado por lencik • 15 de Abril de 2014 • 852 Palabras (4 Páginas) • 321 Visitas
«Madame Bovary» en «La Regenta»
En la «Primera Parte» de Madame Bovary, Emma Rouault ha perdido a su madre, como Ana Ozores había perdido a la suya antes de conocerla. En invierno y en verano, se aburre lejos de la ciudad, como Ana dentro de la ciudad. Para una y para otra el matrimonio ha sido una equivocación y no les trae la felicidad que hubiera de resultar de su presunto amor. Durante el tiempo del colegio, Emma se había deleitado confesándose con el sacerdote, escuchando las comparaciones amorosas de los sermones y leyendo Le génie du Christianisme; Ana, que nunca fue al colegio, se complace en la confesión y oyendo sermones, y también ha leído en la biblioteca de su padre esa obra del romántico vizconde. A los quince años, Emma se había enamorado, leyendo a Walter Scott, de cosas históricas, y había soñado con trovadores; parecida afición a la historia novelada (Los mártires) y a la época trovadoresca en Ana: «serenatas de trovadores en las callejas y postigos» (cap.XVI). Emma había amado la iglesia por sus flores, la música por la letra de las romanzas y la literatura por sus excitaciones pasionales, como Ana gusta de «probar la religión por la belleza» (IV) y tiene que padecer que le afeen sus inclinaciones de «literata».En la «Segunda Parte» de la novela de Flaubert, Emma, en Yonville, no siente al principio menos hastío que en Tostes. Al joven pasante, León, le confiesa detestar «los héroes vulgares y los sentimientos tibios» (ii), sin preguntarse siquiera si le ama, pues cree que el amor debe llegar como huracán que arrastre al abismo el corazón entero (iv): análogas antipatías y perplejidades en Ana Ozores. Mientras espera ese amor que nunca viene, Madame Bovary sufre un pasajero cambio: se ocupa de la casa, frecuenta el templo, dirige a la criada, y los burgueses llegan a admirar su economía, los pacientes su cortesía, los pobres su caridad, y cuando ya se siente enamorada de León, busca la soledad para deleitarse en su imagen, disimulando tras una apariencia virtuosa y una resignación que la consuela un poco de su sacrificio. La Regenta se entrega también a sus deberes domésticos con un celo tan intenso como breve, pasa también por «madre de los pobres» y «buena católica»(III), cultiva también los refinamientos de la tentación resistida: «La tentación era suya, su único placer» (IX). Evocando sus años de colegio y el dulce rostro de la Virgen, acude Emma a la iglesia en busca de refugio, y el cura, atento sólo a la miseria física y a la pobreza de los necesitados, ni siquiera vislumbra la distinta tribulación de aquella señora, que no pide «remedios de la tierra» (vi): es lo que Ana padece con sus confesores, aunque más largamente y con altibajos de encanto y desencanto, y la Virgen había sido su máxima devoción de adolescente. Cuando León deja Yonville, la tristeza se mete en el alma de Emma «como el viento en los castillos abandonados» y el recuerdo
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