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Ciencia Y Etica


Enviado por   •  30 de Abril de 2014  •  4.286 Palabras (18 Páginas)  •  231 Visitas

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Algunas consideraciones para una ética aplicada a la investigación científica

1. UNA NECESIDAD ÉTICA

Una auténtica reflexión ética sobre la ciencia exige una ampliación de la tarea valorativa vigente. La misma suele regirse por la concepción heredada en filosofía de la ciencia y pretende acotar la reflexión ética a los productos científicos, esto es, al ámbito de la tecnología. De este modo, el debate acerca de la ética suele iniciarse recién en las instancias de aplicación científica. Es decir, cuando los productos científicos ya están siendo utilizados (o circulan) en la sociedad. Instalar la discusión ética en el comienzo mismo de la investigación científica implica entre otras cosas desarrollar una capacidad crítica en un ámbito poco explorado hasta el momento: el de los proyectos y diagramas de investigación. Implica así mismo insertar el debate ético en el inicio (o el a priori histórico) de la actividad científica en lugar de en su casi inmodificable final.

En este trabajo se proponen algunas notas tendientes a contribuir al reconocimiento de la dimensión ética de la ciencia. Si entendemos por ciencia una práctica social compleja que se despliega en distintos contextos institucionales es posible identificar en cada una de ellos una clara estructura normativa. La misma ha sido concebida tradicionalmente imbuida sólo de valores cognitivos. No obstante, si se consideran los distintos elementos que interactúan en la actividad científica es posible detectar también una pluralidad de valores éticos. La normatividad científica implica una axiología.

Se intentará por lo tanto enfatizar la necesidad de relevar estos elementos axiológicos que están presentes en todos los momentos del proceso de producción del conocimiento científico, desde la investigación básica a la aplicación tecnológica. Como punto de partida se analizan los ámbitos propios en los que se desarrolla la actividad científica a partir del reconocimiento de cuatro contextos: de educación, de innovación, de evaluación y de aplicación; según la propuesta del filósofo español Javier Echeverría[i]. Propuesta que asumimos con entusiasmo y cautela al mismo tiempo, rescatando la fecundidad analítico-axiológica de su reflexión, pero esbozando asimismo algunos interrogantes críticos respecto de sus supuestos teóricos.

2. CRÍTICA A LOS DOS CONTEXTOS TRADICIONALES

La clasificación dualista del conocimiento científico ha sido profusamente trabajada desde principios del siglo XX. Tanto los integrantes del Circulo de Viena como Karl Popper coincidieron en presuponer dos contextos propios de la actividad científica. Pero fue Hans Reichenbach quien oficializó dichos contextos denominándolos “de descubrimiento” y “de justificación”. Estableció asimismo que el primero no tiene posibilidad de validación racional, pero sí la tiene el segundo, que se presenta como el objeto privilegiado de análisis de la epistemología[ii].

Sin embargo, mucho antes del siglo XX, la idea de los dos contextos (aunque con otros nombres) había cautivado a los teóricos del conocimiento. Ya en el pensamiento griego ilustrado se diferenciaba el saber como simulacro (doxa, opinión) del saber verdadero (episteme, ciencia o conocimiento propiamente dicho). Los modernos contextos de descubrimiento y de justificación son herederos de esta tradición. La doxa (contexto de descubrimiento) no puede ser objeto de validación racional, sino que su justificación debe buscarse en el ámbito de la praxis. Se trata de un saber suficiente para el manejo de situaciones propias de la vida cotidiana, sin pretensiones de necesidad y universalidad. Por el contrario, la episteme, (contexto de justificación) puede fundamentarse racionalmente[iii]. Pero es importante tener en cuenta que esta bipartición de los contextos adolece de más de un reduccionismo. Supone, en primer lugar, que la actividad científica es prioritariamente conocimiento científico. En este caso, se trataría de una reducción de la empresa científica a mero saber consolidado. Tal reducción ignora o niega las prácticas económicas, políticas, sociales y tecnológicas con las que interactúa el conocimiento científico[iv].

En segundo lugar, se supone que ese conocimiento, para su justificación, no recibe interferencias de ningún ámbito que no sea el puramente metodológico formal. Aquí se reduciría la importancia de la ciencia a su validación lógica, omitiendo la pluralidad de intereses que inciden en la aceptación o el rechazo de las teorías [v].

Y por último, desde esa misma posición reduccionista, se supone que el desarrollo del conocimiento científico está guiado por un único interés: la búsqueda de la verdad. Esta simplificación de la complejidad científica desestima (no inocentemente) la multiplicidad de estrategias sociales o luchas de poder que se juegan en la implementación de las investigaciones científicas y sus respectivos desarrollos tecnológicos. Niegan, por ejemplo, las decisiones políticas y las expectativas económicas que se juegan tanto en la obtención de un simple cargo de asistente de investigación como en los desarrollos tecnocientíficos de los megapoderosos organismos multinacionales[vi].

Una de las ideas que alentaba a los empiristas lógicos, los racionalistas críticos y otras corrientes neopositivistas de principio del siglo XX era expulsar la filosofía del campo intelectual, reduciéndola a su mínima expresión. Tan mínima que dejaba de ser filosofía o reflexión sobre la realidad para ser una mera asistente de la ciencia. Pues la filosofía, en esa tarea, tendría que prescindir de los procesos científicos reales y dedicarse sólo a la reconstrucción lógica de las teorías científicas. Dicho en otras palabras, sólo debía analizar el contexto de justificación, no el de descubrimiento, el cual a lo sumo podría ser tratado por la psicología o la sociología. Tampoco la aplicación del conocimiento científico podía ser tema de reflexión filosófica, pues como la tecnología no se puede formalizar tampoco puede validarse lógicamente[vii].

Resulta paradójico que Ludwig Wittgenstein, quien había inspirado (a pesar suyo) ciertas ideales de formalización radical del lenguaje científico, haya sido quien estableció las condiciones de posibilidad teóricas para pensar la ciencia como actividad y no como mero conocimiento expresado en un lenguaje formalizable. Es decir, aporta importantes instrumentos conceptuales para revisar la idea de dos contextos científicos sin interrelación efectiva entre ellos.

A pesar de que Wittgenstein deploró la interpretación que los positivistas lógicos hacían de su Tractatus Lógico-Philosophicus, este libro representó uno de los bastiones teóricos de las posturas reduccionistas.

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