El Arbolito
Enviado por conny1234 • 18 de Agosto de 2014 • 564 Palabras (3 Páginas) • 195 Visitas
Melancolía de Chopin engranando un estudio tras otro, engranando una
melancolía tras otra, imperturbable.
Y vino el otoño. Las hojas secas revoloteaban un instante antes de rodar
sobre el césped del estrecho jardín, sobre la acera de la calle en pendiente.
Las hojas se desprendían y caían... La cima del gomero permanecía verde,
pero por debajo el árbol enrojecía, se ensombrecía como el forro gastado de
una suntuosa capa de baile. Y el cuarto parecía ahora sumido en una copa de
oro triste.
Echada sobre el diván, ella esperaba pacientemente la hora de la cena, la
llegada improbable de Luis. Había vuelto a hablarle, había vuelto a ser su
mujer, sin entusiasmo y sin ira. Ya no lo quería. Pero ya no sufría. Por el
contrario, se había apoderado de ella una inesperada sensación de plenitud,
de placidez. Ya nadie ni nada podría herirla. Puede que la verdadera felicidad
esté en la convicción de que se ha perdido irremediablemente la felicidad.
Entonces empezamos a movernos por la vida sin esperanzas ni miedos,
capaces de gozar por fin todos los pequeños goces, que son los más perdurables.
Un estruendo feroz, luego una llamarada blanca que la echa hacia atrás
toda temblorosa.
¿Es el entreacto? No. Es el gomero, ella lo sabe.
Lo habían abatido de un solo hachazo. Ella no pudo oír los trabajos que
empezaron muy de mañana.
UNIVERSIDAD DE CHILE
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
EL AUTOR DE LA SEMANA
20 al 26 de enero de 1997 10
«Las raíces levantaban las baldosas de la acera y entonces, naturalmente, la
comisión de vecinos...»
Encandilada se ha llevado las manos a los ojos. Cuando recobra la vista
se incorpora y mira a su alrededor. ¿Qué mira?
¿La sala de concierto bruscamente iluminada, la gente que se dispersa?
No. Ha quedado aprisionada en las redes de su pasado, no puede salir
del cuarto de vestir. De su cuarto de vestir invadido por una luz blanca aterradora.
Era como si hubieran arrancado el techo de cuajo; una luz cruda
entraba por todos lados, se le metía por los poros, la quemaba de frío. Y todo
lo veía a la luz de esa fría luz: Luis, su cara arrugada, sus manos que surcan
gruesas venas desteñidas, y las cretonas de colores chillones.
Despavorida ha corrido hacia la ventana. La ventana abre ahora directamente
sobre una calle estrecha, tan estrecha que su cuarto se estrella, casi
contra la fachada de un rascacielos deslumbrante. En la planta baja, vidrieras
y más vidrieras llenas de frascos. En la esquina de la calle, una hilera de
automóviles alineados frente a una estación de servicio pintada de rojo. Algunos
muchachos, en mangas de camisa, patean
...