El Camino Hacia La Ciencia Normal
Enviado por H4RR12 • 19 de Octubre de 2012 • 4.545 Palabras (19 Páginas) • 924 Visitas
Las relaciones Individuo-Comunidad
Comunidad humana y comunidad de referencia. Individuo-Sociedad-Comunidad: tres elementos indisociables
octubre de 1996, Charles Sfar, Jacques Wajnsztejn
Publicado en : M. Postone, J. Wajnsztejn, B. Schulze, La crisis del Estado-Nación. Antisemitismo-Racismo-Xenofobia, Barcelona, Alikornio ediciones, 2001. ISBN: 84-931625-5-8
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1 En el artículo «El individuo democrático o el trágico espejo del asalariado» (Temps Critiques no 2), abordamos la naturaleza de las relaciones actuales entre individuo y sociedad. El individuo moderno, «el individuo democrático», se percibe al margen de su socialidad. Se ve, antes que nada, existiendo como pre-social, como persona. Su socialidad le sería dada posteriormente mediante la intermediación de su integración en una sociedad concebida como el lugar donde se organizan las relaciones entre los individuos. La sociedad es lo que les socializa, les integra. Esta visión se halla en la base del individualismo moderno, en la raíz de «La Ciudad de los ego». Se opone a la visión tradicional de una sociabilidad humana existente antes que nada en la comunidad («primitiva», tribal, aldeana) para la que la sociedad representa un exterior abstracto. El individuo democrático es presentado y se presenta como modelo, como universal; pero este modelo es frágil ya que se configura a partir de una suma de particularidades cuya coherencia es aleatoria. Por otra parte estas particularidades no le confieren sino una autonomía relativa respecto a la sociedad ya que hacen referencia a situaciones, estatutos o roles que se hallan inscritos en las instituciones o en el imaginario de la sociedad. En este sentido, la particularización en la sociedad moderna no debe entenderse como el movimiento que hace a los individuos singulares, o sea que no se parezcan a ningún otro, sino como el movimiento que les hace existir como una parte separada del todo. Se puede incluso decir que la constitución de la sociedad descansa en elementos abstractos que despersonalizan a los individuos. De aquí se desprende la ideología de los derechos, de los contratos, de la justicia. Los individuos particularizados, aislados, se parecen todos como individuos1e iguales ante la sociedad. Se trata de individuos sociales pero su socialidad es indirecta, contrariamente a la de los miembros de las antiguas comunidades, para quienes las relaciones entre los miembros son de manera inmediata la comunidad.2Estos individuos particularizados no se hallan liberados de las relaciones con la comunidad o más bien de la relación con distintas «comunidades de referencia» que representan para ellos como un fondo acompañante o reactivo que interviene en el desarrollo de sus personalidades. Desde el punto de vista histórico, está claro que la relación del individuo con la comunidad nace como una tensión hacia la comunidad en las fases de profunda crisis económica y social. La traducción política de esta tensión no es unívoca. Generalmente se halla revestida de un aspecto reaccionario que se expresa en las teorías de la exclusión social o étnica, las consignas unitarias sobre la Nación, los integrismos religiosos, la fascinación ante el discurso del demagogo. La realidad histórica hace aparecer períodos durante los cuales las ideologías de este tipo dominan la vida social. Esta fuerte tensión hacia la comunidad puede dar a los individuos la ilusión que de esta manera podrán soportar mejor las desgracias sociales y la barbarie, e incluso justificarlas. Pero esta tensión también ha podido ser revolucionaria -aunque suceda raramente- cuando llevada por un movimiento social ha puesto la idea y las bases para una comunidad humana que no suponga la desaparición de las relaciones sociales de la sociedad. Esta desaparición no hubiera sido otra cosa que una vuelta al orden bio-simbólico y afectivo de las sociedades «primitivas». Esta tensión revolucionaria preconizaba, por el contrario, la subordinación de los datos económicos, políticos y jurídicos a una comunidad que englobaría todo lo social en su riqueza potencial, una vez transformados de forma radical estos caracteres económicos y políticos. En períodos menos tensos, la tensión hacia la comunidad es menos fuerte y las relaciones entre el individuo y lo social se organizan bajo formas que presuponen la separación individuo-sociedad (distinción entre Estado y Sociedad Civil, implantación de la democracia representativa, contrato social). El individuo interioriza la noción de contrato social al mismo tiempo que percibe su individualidad como una libertad privada que, por el contrario, no le deja percibir lo social sino como la organización y la suma del conjunto de todas las libertades privadas. Una organización compleja que precisa de una institucionalización especializada dentro del Estado. El individuo, en este momento, delega voluntariamente su libertad pública en los representantes profesionales. El análisis sociológico se ha especializado en esta idea: que las sociedades modernas son cada vez más complejas; de todas maneras, este análisis y el discurso democrático que le corresponde en el plano político, tienen mucha dificultad para explicar el éxito popular de los modelos simplificadores que precisamente surgen durante los períodos revueltos.
2 Existe, pues, una dialéctica real de la complejización-simplificación que anima el movimiento histórico. Hay que tomarla en serio. El discurso ideológico de la democracia insiste mucho en la complejidad real que origina la evolución técnica y en las dificultades de adaptación que representa para los individuos. Esta complejidad es cada vez más hermética para la conciencia del individuo y, al mismo tiempo, le somete. Sólo le queda ilusionarse cada día más en una modernidad que le halaga, que es la prueba de su poder social, pero que le da miedo debido a
su exterioridad y a su aspecto incontrolable. Individualmente, no la produce, la consume. Pero la evolución técnica simplifica por otro lado las condiciones sociales de la existencia y soluciona, en la práctica, una parte de sus propios problemas. La complejidad como fin en sí mismo, justificación del consenso y del inmovilismo, deja entrever una simplificación positiva. De esta simplificación positiva nace la utopía de una integración de la complejidad social y técnica en una nueva forma de comunidad humana, ampliada y capaz de conservar toda la riqueza de la sociedad. Los movimientos sociales que han experimentado este proceso conservando los dos polos de esta contradicción, ya que los concebían en su unidad, se han definido históricamente como revolucionarios. Por el contrario, la simplificación negativa que intenta ocultar la realidad
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