El Mago Y El Científico
Enviado por ricardosti • 6 de Noviembre de 2013 • 2.273 Palabras (10 Páginas) • 339 Visitas
El mago y el científico
Umberto Eco
Creemos que vivimos en la que Isaiah Berlin, identificándola en sus albores,
llamó la Edad de la Razón. Una vez acabadas las tinieblas medievales y
comenzado el pensamiento crítico del Renacimiento y el propio pensamiento
científico, consideramos que vivimos en una edad dominada por la ciencia. A
decir verdad, esta visión de un predominio ya absoluto de la mentalidad
científica, que se anunciaba tan ingenuamente en el Himno a Satanás, de
Carducci, y más críticamente en el Manifiesto comunista de 1848, la apoyan
más los reaccionarios, los espiritualistas, los laudatores temporis acti, que
los científicos. Son aquéllos y no éstos los que pintan frescos de gusto casi
fantástico sobre un mundo que, olvidando otros valores, se basa sólo en la
confianza en las verdades de la ciencia y en el poder de la tecnología.
Los hombres de hoy no sólo esperan, sino que pretenden obtenerlo todo de
la tecnología y no distinguen entre tecnología destructiva y tecnología
productiva. El niño que juega a la guerra de las galaxias en el ordenador usa
el móvil como un apéndice natural de las trompas de Eustaquio, lanza sus
chats a través de Internet, vive en la tecnología y no concibe que pueda
haber existido un mundo diferente, un mundo sin ordenadores e incluso sin
teléfonos.
Pero no ocurre lo mismo con la ciencia. Los medios de comunicación
confunden la imagen de la ciencia con la de la tecnología y transmiten esta
confusión a sus usuarios, que consideran científico todo lo que es
tecnológico, ignorando en efecto cuál es la dimensión propia de la ciencia,
de ésa de la que la tecnología es por supuesto una aplicación y una
consecuencia, pero desde luego no la sustancia primaria.
La tecnología es la que te da todo enseguida, mientras que la ciencia avanza
despacio. Virilio habla de nuestra época como de la época dominada, yo diría
hipnotizada, por la velocidad: desde luego, estamos en la época de la
velocidad. Ya lo habían entendido anticipadamente los futuristas y hoy
estamos acostumbrados a ir en tres horas y media de Europa a Nueva York
con el Concorde: aunque no lo usemos, sabemos que existe.
Pero no sólo eso: estamos tan acostumbrados a la velocidad que nos
enfadamos si el mensaje de correo electrónico no se descarga enseguida o si
el avión se retrasa. Pero este estar acostumbrados a la tecnología no tiene
nada que ver con el estar acostumbrados a la ciencia; más bien tiene que
ver con el eterno recurso a la magia.
¿Qué era la magia, qué ha sido durante los siglos y qué es, como veremos,
todavía hoy, aunque bajo una falsa apariencia? La presunción de que se
podía pasar de golpe de una causa a un efecto por cortocircuito, sin
completar los pasos intermedios. Clavo un alfiler en la estatuilla que
representa al enemigo y éste muere, pronuncio una fórmula y transformo el
hierro en oro, convoco a los ángeles y envío a través de ellos un mensaje.
La magia ignora la larga cadena de las causas y los efectos y, sobre todo, no
se preocupa de establecer, probando y volviendo a probar, si hay una
relación entre causa y efecto. De ahí su fascinación, desde las sociedades
primitivas hasta nuestro renacimiento solar y más allá, hasta la pléyade de
sectas ocultistas omnipresentes en Internet.
La confianza, la esperanza en la magia, no se ha desvanecido en absoluto
con la llegada de la ciencia experimental. El deseo de la simultaneidad entre
El mago y el científico, U. Eco
causa y efecto se ha transferido a la tecnología, que parece la hija natural de
la ciencia. ¿Cuánto ha habido que padecer para pasar de los primeros
ordenadores del Pentágono, del Elea de Olivetti tan grande como una
habitación (los programadores necesitaron ocho meses para preparar al
enorme ordenador y que éste emitiera las notas de la cancioncilla El puente
sobre el río Kwai, y estaban orgullosísimos), a nuestro ordenador personal,
en el que todo sucede en un momento?
La tecnología hace de todo para que se pierda de vista la cadena de las
causas y los efectos. Los primeros usuarios del ordenador programaban en
Basic, que no era el lenguaje máquina, pero que dejaba entrever el misterio
(nosotros, los primeros usuarios del ordenador personal, no lo conocíamos,
pero sabíamos que para obligar a los chips a hacer un determinado recorrido
había que darles unas dificilísimas instrucciones en un lenguaje binario).
Windows ha ocultado también la programación Basic, el usuario aprieta un
botón y cambia la perspectiva, se pone en contacto con un corresponsal
lejano, obtiene los resultados de un cálculo astronómico, pero ya no sabe lo
que hay detrás (y, sin embargo, ahí está). El usuario vive la tecnología del
ordenador como magia.
Podría parecer extraño que esta mentalidad mágica sobreviva en nuestra
era, pero si miramos a nuestro alrededor, ésta reaparece triunfante en todas
partes. Hoy asistimos al renacimiento de sectas satánicas, de ritos
sincretistas que antes los antropólogos culturales íbamos a estudiar a las
favelas brasileñas; incluso las religiones tradicionales tiemblan frente al
triunfo de esos ritos y deben transigir no hablando al pueblo del misterio de
la trinidad y encuentran más cómodo exhibir la acción fulminante del
milagro. El pensamiento teológico nos hablaba y nos habla del misterio de la
trinidad, pero argumentaba y argumenta para demostrar que es concebible,
o que es insondable. El pensamiento del milagro nos muestra, en cambio, lo
numinoso, lo sagrado, lo divino, que aparece o que es revelado por una voz
carismática y se invita a las masas a someterse a esta revelación (no al
laborioso argumentar de la teología).
Querría recordar una frase de Chesterton: "Cuando los hombres ya no creen
en Dios, no es que ya no crean en nada: creen en todo". Lo que se trasluce
de la ciencia a través de los medios de comunicación es, por lo tanto -siento
decirlo-, sólo su aspecto mágico. Cuando se filtra, y cuando filtra es porque
promete una tecnología milagrosa, "la píldora que...". Hay a veces un
pactum sceleris entre el científico y los medios de comunicación por el que el
científico
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