El Quimbo
Enviado por Spencer09999 • 9 de Mayo de 2015 • 1.367 Palabras (6 Páginas) • 244 Visitas
Nací con el boleto ganador, razón principal por la cual pude realizar mis sueños infantiles.
Mi madre era una severa maestra de inglés de la vieja escuela, y poseía nervios de titanio. Obligaba a sus alumnos a trabajar muy duro y se enfrentaba con decisión a las quejas de los padres respecto de que tenía expectativas demasiado altas para sus alumnos. Como hijo suyo, supe un par de cosas acerca de sus altas expectativas y eso se convirtió en mi fortuna.
Mi padre fue un médico de la Segunda Guerra Mundial quien participó en la batalla de las Ardenas. Fundó una organización no lucrativa para ayudar a los niños inmigrantes a aprender inglés. Para su sustento administraba un pequeño negocio de venta de seguros para automóvil en la ciudad de Baltimore. En su mayoría, sus clientes eran pobres, con malas historias crediticias y bajos recursos, pero él encontraba la manera de asegurarlos y soltarlos a las calles. Por un millón de razones, mi padre fue mi héroe.
Crecí en la comodidad de la clase media de Columbia, Maryland. El dinero nunca fue un problema en nuestro hogar, en especial porque mis padres nunca consideraron necesario gastar demasiado. Eran frugales hasta el extremo. En raras ocasiones comíamos en restaurantes. íbamos al cine una o dos veces por año.
—Vean la televisión —decían mis padres—. Es gratis. Mejor aún, vayan a la biblioteca por un libro.
Cuando yo tenía dos años de edad y mi hermana cuatro, mi madre nos llevó al circo. Quise ir una vez más cuando cumplí nueve años.
—No necesitas ir —me dijo mi madre—. Ya fuiste al circo.
Tal vez suene un tanto opresiva para los estándares de la actualidad, pero en verdad tuve una infancia mágica. Puedo decir con honestidad que me veo como un chico que tuvo ese increíble impulso en la vida porque tuvo una madre y un padre que hicieron bien muchas cosas.
No comprábamos mucho, pero reflexionábamos acerca de todo. Eso se debía a la cualidad inquisitiva infecciosa de mi padre acerca de los sucesos actuales, la historia y nuestras vidas. De hecho, al crecer pensé que existían dos tipos de familias:
1. Las que necesitan un diccionario para la cena.
2. Las que no.
Nosotros éramos una de las familias número 1. Casi cada noche consultábamos el diccionario, el cual guardábamos en un estante a sólo seis pasos de distancia de la mesa.
—Si tienen alguna pregunta —decían mis padres—, encuentren la respuesta.
El instinto en nuestro hogar era nunca sentarnos como vagos y lucubrar. Conocíamos un mejor método: abrir la enciclopedia. Abrir el diccionario. Abrir la mente.
Mi padre también era magnífico para contar historias, y siempre decía que las historias debían ser contadas con algún propósito. Le gustaban las anécdotas humorísticas que se convertían en cuentos con enseñanzas morales. Era un maestro en ese tipo de relatos y yo absorbí su técnica. Por eso es que, cuando mi hermana Tammy asistió a mi última lección en línea, ella vio que mi boca se movía y escuchó mi voz, pero no eran mis palabras. Eran las de mi padre. Ella se dio cuenta de que yo reciclé algunos de los bocados de sabiduría más selectos de mi padre. Jamás me atrevería a negarlo. De hecho, en algunos momentos sentí que canalicé a mi padre en el escenario.
Casi todos los días cito a mi padre ante la gente. En parte, ello se debe a que, si uno imparte su propia sabiduría, con frecuencia la gente la ignora; en cambio, si uno imparte la sabiduría de otra persona, parece menos arrogante y más aceptable. Desde luego, cuando uno cuenta con alguien como mi padre en su bolsillo trasero, no puede evitarlo: uno lo cita cada vez que tiene oportunidad.
Mi padre me dio valiosos consejos para abrirme camino en la vida. Solía decir cosas como: “Nunca tomes una decisión hasta que tengas que hacerlo”. También me advirtió que, cuando me encontrara en una posición de poder, tanto en el trabajo como en mis relaciones personales, siempre jugara limpio.
—El hecho de que ocupes el asiento del conductor —me
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