Ensayo Sobre La Ceguera
Enviado por leylaur • 19 de Junio de 2012 • 107.238 Palabras (429 Páginas) • 238 Visitas
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ENSAYO SOBRE
LA CEGUERA
JOSÉ SARAMAGO
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José Saramago (1922) - Es uno de los novelistas portugueses modernos más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España la publicación en 1985 de El año de la muerte de Ricardo Reís es el inicio de un éxito que ha ido creciendo con cada novela. Otros títulos importantes son: Manual de pintura y caligrafía (1977), Alzado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991). Vive actualmente -en Lanzarote, desde donde participa activamente en la vida cultural española.
Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer casó de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio.
Ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron». José Saramago traza en este libro una imagen aterradora -y conmovedora- de los tiempos sombríos que estamos viviendo, a la vera de un nuevo milenio. En un mundo así, ¿cabrá alguna esperanza? El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En un punto donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago nos obliga a parar, cerrar los ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad. « Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos», declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez el deseó más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el nombre que le falta.
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ENSAYO SOBRE LA CEGUERA
1995, José Saramago
y Editorial Caminho, S.A., Lisboa.
De la traducción: Basilio Losada Título original: Ensaio sobre a Cegueira
De la edición española:
1996, Santillana, S.A. Torrelaguna, 60-28043. Madrid ISBN: 84-204-2865-5
De esta edición:
D.R. 1998, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V. Av. Universidad 767, Col, del Valle México, 03100, D.F. Teléfono 688 8966
Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taunis, Alfaguara, S.A. de C.V. Calle 80 10-23. Bogotá, Colombia.
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Aguilar Chilena de Ediciones Ltda. Pedro de Valdivia 942. Santiago.
Santillana de Costa Rica, S.A. Apdo. Postal 878-1150, San José 1671-2050 Costa Rica.
Primera edición en Alfaguara: abril de 1996 Primera edición en México: abril de 1998
ISBN: 968-19-0454-0
Diseño:
Proyecto de Enrie Satué
Ilustración de cubierta: La parábola de los ciegos. Pieter Brueghel
Foto: Jorge Aparicio
Impreso en México
A Pilar
A mi hija Violante
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Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación, o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso que
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cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un mo-vimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá atrás, que no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que creían un accidente de tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que justificara tanta confusión. Llamen
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