Entre Arte y Ciencia: La Historia de la Farmacia en México a finales del siglo XIX

Entre Arte y Ciencia: La Historia de la Farmacia en México a finales del siglo XIX

A finales del siglo XIX el lugar más común en las calles de México para poder comprar algún medicamento eran las boticas, establecimiento que además de la venta de medicamentos, también se manufacturaban los mismos. Sin embargo en las boticas también se vendían medicamentos de patente, es decir medicamentos comerciales ya envasados.

Las boticas eran lugares que se encontraban divididos en tres espacios: un obrador, una rebotica y la botica. El obrador era el lugar donde se elaboraban los medicamentos, en la rebotica se almacenaban los preparados (preparaciones), finalmente en la botica se mezclaban los productos y se preparaban los “medicamentos magistrales”, que ya estaban listos para su venta al público.

Los productos vegetales, animales y minerales eran surtidos a las boticas por los mercados y las droguerías, estos últimos se dedicaban exclusivamente a la venta de materias primas o drogas simples, teniendo una gran importancia en grandes ciudades de todo el mundo y abasteciéndolos con productos medicinales.

Al final de esta década existían los boticarios, gente sin estudios formales, pero que trabajaban en las boticas, por otra parte los farmacéuticos, con el título en la carrera de farmacia en alguna escuela. Sin embargo antes de 1833 el título que era otorgado por el tribunal de medicina era el de “boticario”, para el cual era necesario haber realizado una estancia de aprendizaje de cuatro años en una botica y haber cursado botánica durante 6 meses.

Para diferenciar entre la formación anterior se decidió cambiar el nombre del título al de “farmacéutico”. Para abrir una botica no era necesario haber hecho la carrera de farmacia, bastaba con tener un farmacéutico responsable de la botica ante las autoridades; aunque esto no sucedía de esta manera en todos los establecimientos.

Los farmacéuticos deseando mayor prestigio y tener el control de la profesión se reunieron en la Sociedad Farmacéutica Mexicana en 1871, logrando el reconocimiento y superioridad por encima de los boticarios.

Higby muestra, en Estados Unidos, cómo a lo largo del siglo XIX, los farmacéuticos se concebían como individuos con la facultad en el arte de las formas farmacéuticas y por contar con cualidades morales, con el tiempo se define con la escolaridad y el título.

El farmacéutico finalmente se autoproclama como hombre de ciencia y arte, para convertirse en dueño legítimo de la profesión, mientras que al boticario era el hombre del trabajo manual, también llamado como “el práctico” se le descalifica de empírico y falto de moral.

Con el paso del tiempo los farmacéuticos aclaraban que la farmacia se había convertido, gracias a los adelantos de la química, en una verdadera ciencia. En las historias mexicanas de la farmacia frecuentemente se incluían además, los nombres de Leopoldo Río de Loza, Vargas, Lasso de la Vega, Herrera, que habían contribuido con sus investigaciones al desarrollo de esta ciencia al país.

La farmacia había dejado atrás el oscurantismo gracias al desarrollo de la química y en particular, al aislamiento de los principios activos y a la síntesis orgánica.

Al mismo tiempo que construían una genealogía científica ligada a la tradición química, repudiaron su pasado gremial y a la terapéutica basada en medicamentos elaborados con varias sustancias medicinales. .Los farmacéuticos comenzaron a trabajar con compuestos puros y cristalinos y con nuevas formas galénicas.

Para obtener el título, desde 1868, los farmacéuticos debían de cursar la carrera de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina que duraba tres años y además, debían de realizar una estancia práctica durante cuatro años en una botica acreditada

En 1897 se reformaron los planes de estudios, la carrera de farmacia se cursaría de la manera siguiente: en el primer año tomarían la cátedra de farmacia; en el segundo año, el curso de historia

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