Fuentes históricas de la Escuela Nueva
Enviado por ramdom05 • 9 de Diciembre de 2011 • 11.041 Palabras (45 Páginas) • 986 Visitas
Fuentes históricas de la Escuela Nueva
De siglo en siglo, desde el Renacimiento, se alzan voces para protestar contra
las insuficiencias de la pedagogía tradicional. Son las de Erasmo, de Montaigne y
Rabelais, las de Fénelon y de Descartes, la de Rousseau finalmente, la más elocuente
y más decisiva.1 Examinar la naturaleza y la orientación general de estas protestas
resultaría interesante, pero evidentemente demasiado extenso. Contentémonos con
mencionar los puntos sobre los cuales todos estos autores están más o menos de
acuerdo.
Deploran que el saber se comunique a los niños demasiado EXCLUSIVAMENTE
a través -de los libros. El hecho de que la cultura se resuma en adquisiciones de tipo
memorista los inquieta: unos destacan el peligro que representa el saber cuando no se
respalda en la comprensión; otros se muestran sensibles al hecho de que lo impreso
aparta el espíritu de lo real;- algunos estiman que lo esencial no es saber sino juzgar,
adquirir convicciones personales. Rousseau, por su parte, ve en el interés y en la
utilidad el motor psicológico de la instrucción. Unos y otros manifiestan afecto por el
niño y no admiten que se le trate con brutalidad, ni siquiera por su bien. Todos, sin
exceptuar a Rousseau, conciben la pedagogía únicamente en sus nexos con la
antigüedad y comulgan, a veces con fervor, en el culto de las letras. Sólo difieren, en
general, los medios por los cuales procuran encaminar al niño. Con todo, algunos como
Rabeles o Descartes, elaboran un plan de estudios más amplio que hace lugar a las
ciencias y las matemáticas.
Todos ellos son asimismo, cada cual a su modo, hombres religiosos, unos con
un profundo apego al catolicismo como Descartes (y Fénelon, que fue obispo), y otros
con más de respeto que de piedad, como Montaigne. Aquellos que se desvían de la
religión (Rabelais, Rousseau) no descartan sino lo que en ella puede haber de formal y
de abusivamente compulsivo para sus conciencias: siguen siendo en el fondo creyentes
sinceros y no temen confesarlo.2 Consideran, por consiguiente, que una educación no
1 Erasmo, De pueris statim ac liberaliter instituendis (Sobre la necesidad de comenzar desde el
nacimiento la educación de los niños), 1524. Rabelais, Gargantúa y Pantagruel. Montaigne, Ensayos.
Sobre la instrucción de los niños; sobre el pedantismo; sobre la afección de los padres por los hijos (Libro
I, XXIV y XXV; Libro II, capitulo VII). Descartes, Discurso sobre el método (Consideraciones relativas a
las ciencias), 1637. Fénelon, Tratado sobre la educación de las niñas, Las aventuras de Telémaco,
Rousseau, Emilio, El contrato social. 2 «Monseñor, yo soy cristiano -escribe Rousseau a Christophe de Beaumont en 1763- y sinceramente
cristiano. Soy cristiano, no como discípulo de los curas sino como discípulo de Jesucristo.»
podría ser completa sin una formación espiritual que es deísta y que se remite al
Evangelio.
Debe decirse también que se comprueba una unanimidad en cuanto a la
búsqueda de una verdadera pedagogía, teleológica, y su reflexión los lleva
naturalmente al conocimiento del niño. La pedagogía que se elabora, contra la opinión
general, es activa, intuitiva; vivida en la libertad. Llama a menudo a una colaboración
activa entre el maestro y el alumno, se dirige ante todo a la inteligencia que querría
desarrollar y formar: esta orientación es particularmente clara en Montaigne. Se trata,
en todo sentido, de facilitar los esfuerzos del niño, de aguijonear su curiosidad, de
presentarle las nociones en forma atractiva. Así tiende a brotar ,el conocimiento
psicológico que con Rousseau hará mucho más que aflorar: Ningún progreso decisivo
puede lograrse mientras la acción no se funde en un conocimiento suficiente de la
manera de ser y de pensar del niño. Esto, es Rousseau el único que alcanzó a
comprenderlo bien, como también fue él el único que se atrevió a extraer de sus
observaciones las consecuencias más lógicas, aunque por ello tuviera que chocar
frontalmente con la opinión pública. La pedagogía toma entonces un giro nuevo: en vez
de exigir la adaptación del niño a las normas educativas, son estas normas las que se
modifican en función del niño.
Sobre el problema de la educación femenina, los reformadores e innovadores se
mantienen tímidos y reservados. El hecho es importante para apreciar ciertas ideas
actuales en pedagogía. Puede pensarse que la igualdad de los sexos ante la cultura ha
progresado muy poco hasta nuestros días en que subsisten todavía, sin hablar de los
prejuicios y del peso de la rutina, muchos problemas sin solución. Los autores ven en la
mujer un ser encantador, respetable y amable, pero cuya inferioridad respecto del
hombre es un hecho evidente. Paradójicamente es quizá Erasmo, el más antiguo, el
más favorable a la instrucción femenina, y todavía hace la salvedad de que es para que
eduque mejor a sus hijos y se asocie a la vida intelectual de su marido.
En definitiva, es forzoso observar que la idea de una enseñanza popular,
podríamos decir democrática, no aparece en ningún momento en los autores que
hemos citado. Todos ellos están ligados a las estructuras económicas, políticas y
sociales de sus tiempos de tal manera que no conciben la educación sino como un
privilegio de las clases superiores: casi todos, para expresar sus puntos de vista sobre
el tema, tienen necesidad de ese personaje al servicio de la alta burguesía y de la
nobleza que se llama preceptor. El mismo Rousseau, para comodidad de su exposición,
imagina que Emilio será un huérfano, rico y noble, y que él, Juan Jacobo, habrá de ser
su preceptor. Está de más decir que no encontramos en esto motivo alguno de
escándalo ni de asombro, pero el hecho permite apreciar cómo la jerarquía de la cultura
está enraizada en la jerarquía social.
La Escuela Nueva tiene su fuente remota en esas intuiciones geniales y
generosas que, si no resuelven completamente todos los problemas, tienen al menos el
mérito de plantear el principal de ellos en forma sana: si
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