Historia de la Medicina y Desarrollo del Pensamiento I
Enviado por michelle usiña • 19 de Octubre de 2022 • Informe • 2.319 Palabras (10 Páginas) • 59 Visitas
DESARROLLO HUMANO I
Historia de la Medicina y Desarrollo del Pensamiento I
Relato 10
Siglo XVIII – La Ilustración
En el siglo de las expediciones científicas: la historia de un americano anónimo
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30 de julio de 1.789 Puerto de Cádiz, España
Asido a una tensa cuerda de un cabrestante en la popa, miraba con algo de tristeza el alejarse de la corbeta, tanto ya que no distinguía el Puerto de Cádiz. Tenía la misma sensación que cuando partió en un galeón de guerra desde Panamá hacia el mismo Cádiz hace como diez años, pues presagiaba que nunca más volvería a ver a su madre y hermanos. En esta ocasión partía a estudiar el mundo como parte de una expedición científica y en aquella ocasión iba a servir a un noble militar naturalista y que en esta nueva circunstancia lo acompañaba como ilustrador.
Santiago Ak’abal era un indígena K’iche’ nacido cerca del pueblo de Quetzaltenango que contaba con la protección de la encomienda que fue dirigida por Bartolomé de las Casas algunos lustros atrás; su abuelo materno reconocía en ese fraile la voluntad de la paciencia y el respeto, por ello sufrían su ausencia. Aprendió español en la escuela de la encomienda con los frailes, así como a dibujar, rezar, cantar y a borronear su nombre que quedó formalizado como Santi. Cuando comenzó a cambiar la voz le entregaron a un militar que le llevó a España a servir en la casa de Antonio Pineda y Ramírez, oriundo de Guatemala, educado en Madrid y que ingresó muy joven a la marina española, en la que combatió con hidalguía en el asedio a Gibraltar en 1780.
En esta casa madrileña, aprendió a leer y a escribir, pero sobre todo a dibujar y pintar para ayudar al trabajo de Don Antonio Pineda que a más de militar era investigador naturalista. Se dedicaba con mucho esmero a representar las plantas medicinales que los galeones españoles traían de América. Configuraron una muy eficiente pareja de trabajo. Por ello empezaba su segundo viaje importante, acompañando a su maestro en la “Expedición Malaspina” para dar la vuelta al mundo y cumplir con una lista incontable de hechos a investigar.
La primera escala fue en Las Palmas de Gran Canaria para abastecerse de agua, tocino seco, harina de trigo, frutas frescas y algunos limoneros sembrados en barriles, antes de seguir un largo trecho hasta el puerto de Montevideo en la corbeta Descubierta al mando del Capitán Alessandro Malaspina. A la expedición se sumaba la corbeta Atrevida capitaneada por José de Bustamante y Guerra.
Durante este trayecto Santi estableció una buena amistad con la tripulación, pues durante el día los dibujaba cumpliendo sus labores y luego les entregaba estas obras debidamente coloreadas y con una dedicatoria al reverso del cartón. Quienes disponían le retribuían con algún real y otros con abrazos o con sorbos de su escaza ración de ron. Cerca a la hora de la comida principal, en algunas ocasiones preparaba sus propias golosinas, pues embarcó con unos pocos sacos con elotes y granos de i’inah, algunas sartas de lik, dicho en su idioma materno o chilli, en náhuatl, con lo que sazonaba sus comidas.
Pero lo más importante de su cargamento personal eran unos pequeños bultos de masa de chukwa, o mejor, xocolatl, que en este viaje y de boca de los naturalistas se enteró que Linneo lo llamó Theobroma; con su ralladura en una cocción de harina de maíz preparaba una pócima dulce muy agradable y muy útil en las noches frías y ventosas, según declararon sus invitados importantes que sumaban científicos, su maestro Pineda y Rodríguez y el mismísimo Capitán Malaspina.
De Montevideo, otra vez abastecidos, se enrumbaron a Santiago de Chile pasando del Atlántico al Pacífico por el turbulento Cabo de Hornos, lo que suscitó que la tripulación llana se pusiera muy nerviosa, sobre todo cuando citaban el aparecimiento de monstruos que destruían las naves y devoraban a sus tripulantes. Bueno, a Santi esto no le preocupaba pues sabía que eran fabulaciones propias del Delirio do fome que sufrían los marineros en las largas travesías como ocurrió en los barcos de Magallanes o Elcano. A ello se sumaba el temor de sufrir llagas en el cuello y la espalda, pero sobre todo en la boca añadiendo la caída de los dientes, sangrados nasales hasta que llegaba la muerte; mal que en la jerga marinera y pirata se conocía como scorbut.
Santi envestido de mucha paciencia, de grupo en grupo explicaba que este mal se podía prevenir, pues sabía que en las largas expediciones inglesas capitaneadas por James Cook se seguían las indicaciones del médico de la Real Armada James Lind de consumir obligatoriamente frutas, sobre todo cítricos, para evitar este terrible mal, asegurando que en ambas corbetas de la expedición se contaba con una carga suficiente de frutas frescas. Y así, de a poco, se transformó también en enfermero y auxiliar del cirujano de a bordo que, con afecto, le prestaba los pocos libros de medicina que disponía.
Por las noches en el camarote, mientras su maestro planificaba el trabajo de campo, él leía todo lo que era posible. Estaba dedicado a leer los autores de la llamada Ilustración francesa. Apreciaba mucho a Rousseau que hablaba de que el hombre nace libre y es bueno por naturaleza, pero por doquier se lo encuentra encadenado. Santi pensaba en su tierra de origen y le salían las lágrimas al leer que la igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea opulento que pueda comprar a otro y ninguno tan pobre que vea la necesidad de venderse. Pero
también le perturbaba la idea del filósofo escocés David Hume que defendía lo lícito acabar con la propia vida si esta no acarrea más que sufrimientos.
Se abastecieron en Santiago y luego en Lima antes de detenerse por poco tiempo en el puerto de Guayaquil. Desembarcó para acompañar a los médicos de la expedición que querían contar con una cantidad apreciable de quina o cascarilla. En el mercado mayor al norte del puerto, él prontamente reconoció estas plantas, pues las había dibujado tantas veces. Se comprometió a fabricar la pócima que estaba indicada para tratar las fiebres tercianas y las disenterías. Sólo recorrió las pocas calles de ese puerto, pues el calor, el ambiente y la gente le recordaban a su suelo natal. Se enteró de las pestes que asolaban el medio, se sirvió con gusto comida fresca y adquirió algunas frutas para matizar sus postres de a bordo.
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