IRIDISCENCIA

IRIDISCENCIA

Mucho tiempo pasé en Ataraxia, con aquel vacío, sin aquel sentir anhelado por muchos y experimentados por pocos. Surgía de un instante, de un segundo, aquel efímero momento en el que no se pensaba en nada más sino en aquello que se quería pero no se podía tener. Un pasaje superfluo de pensamientos que no llegaban a nada y aún así representaban un todo.

Un día, dos días, pronto se convirtieron en un año y aquello de lo que me alejaba me atrajo como una bella voz de sentir melifluo, un instante bastó para asimilar aquella nube negra que parecía regocijar mi ser como quien cuida una linda flor del proceso natural de marchitarse, como aquello, era un cuido que no serviría de nada, el regocijo se acabaría y la flor se marchitaría. Al creer no tener sentimientos inmarcesibles, acepté la nube negra, sin saber el mal que ella traería y el deseo de disiparla que no tan pronto nacería.

La vida parecía pasar en cámara lenta, había rutina, cansancio, estrés y todo aquello que parecía atrayente en un momento para mí, seguro e inefable se volvió polvo  y cuando mi mente aceptó que no estaba disfrutando nada, que no habían grandes alegrías ni grandes tristezas, solo monotonía,  esa burbuja de confort en la que me había encerrado, me estaba ahogando.

En aquel parque a las 5am, justo en el momento en que un arrebol se cruzó con mi vista y aquella iridiscencia del cielo me invadió, fue que lo supe.

Como un sentir etéreo, dilucidé la serendipia que estuvo acompañándome por algún tiempo y ni siquiera noté, en búsqueda de apartarme de todo, terminé acercándome a mí mismo, mi bella epifanía se la debía a mi gran descubrimiento, el amor propio que me hizo darme cuenta de la burbuja en la que estaba atrapado fue el mismo que la rompió y permitió que me acobijara el cálido ambiente que se acompañaba con la luminiscencia del amanecer.

Había encontrado algo más allá de la tristeza, sin saberlo, me había topado con una profunda limerencia, no  hacia un ser humano, sino, a la vida propia.

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