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Industrialismo

johanakarinaTesis1 de Junio de 2013

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Industrialismo

Categoria:

Tecnología

Propiedad del contenido: Ediciones Rialp S.A.

Propiedad de esta edición digital: Canal Social. Montané Comunicación S.L.

Prohibida su copia y reproducción total o parcial por cualquier medio (electrónico, informático, mecánico, fotocopia, etc.)

Concepto preliminar. La palabra latina «industria» significa tanto como habilidad, destreza, ingenio o fuerza; pasando así a formar la primera acepción del mismo vocablo castellano. Pero su derivado «industrialismo» arranca de otra segunda acepción, que corresponde a su significado contemporáneo. En las ciencias sociales industria quiere decir actividad encaminada a la obtención y transformación de productos naturales (industrias extractivas, como minas y canteras, y manufactureras); o sea, sustancialmente lo que los economistas llaman actividades del sector secundario por oposición al primario (agricultura, ganadería, caza, monte, pesca) y al terciario (servicios y actividades sin producción material). A partir de esta segunda acepción, podemos definir provisionalmente el i. como forma de vida y estructura social en que predominan abiertamente las actividades e intereses industriales.

Desarrollo del concepto. El gran economista alemán W. Sombart definía la industria como «aquella actividad económica que se aplica a la preparación y elaboración de los artículos, es decir, la actividad transformadora de los bienes económicos, en la cual se incluyen también la conservación y mejora de los mismos» (La industria, Barcelona 1931, 12). Cierto que en la industria hay transformación de bienes; pero hay algo más: la creación de formas, objetos o especies nuevas no dadas por la Naturaleza. Ésta produce piedras; pero ya el hombre primitivo, iniciando la actividad industrial, daba forma especial a esa materia creando el hacha de piedra, etc. También la Naturaleza produce pieles, pero no vestidos; árboles, pero no canoas, etc. La especificación o creación de formas nuevas puede decirse que comienza con la aparición del hombre, con su habilidad o industria. Sin embargo, esta palabra se reserva a veces para indicar solamente «la transformación continua, en gran escala, de materias primas» (Colin Clark, Les conditions du Progrés économique, París 1960, 153, 310). En este sentido más estricto, la industria va unida a la aparición, hace miles de años, de la civilización (v.) caracterizada más particularmente por la industria del hierro. Ahora bien, eso todavía no es el i. Es preciso esperar al s. XVIII para que, en Inglaterra, empezara una nueva concepción del trabajo industrial, que lo ha ido llevando a un grado tal de desarrollo que no admite comparación con el pasado. Y ha surgido así el i. y las Sociedades industriales, que son algo distinto de las simples sociedades con industria de siglos anteriores.

Caracteres de las sociedades industriales. a) Especifica cion en gran escala. Sin duda que desde el hombre del Paleolítico hasta el civis romanus, orgulloso con su civilización, la vida material se complicó grandemente; pero nosotros, los hombres del mundo del i., estamos en contacto cotidiano, manejamos o vemos miles y miles de objetos que los romanos no podían ni imaginar y que, no existiendo en la Naturaleza, son fruto de la más reciente industria humana. En los albores mismos de esta nueva época, según leemos en el libro de J. Marías sobre Los españoles, podía Leandro Fernández de Moratín asombrarse de que en Inglaterra, para servir el té a dos invitados, hacían falta 21 «trastos, máquinas e instrumentos» distintos, sin contar la infusión, las pastas, la mermelada, etc. Es imposible medir estadísticamente la profusión actual de objetos o «especies» artificiales que el hombre fabrica. Tímidamente, Sombart, en la obra expuesta, se refiere a las diferentes patentes y marcas registradas desde 1882 a 1925, en progresión siempre creciente, llegando ya en el último año mencionado a un número de cinco cifras. ¿Y qué ha pasado después? En Estados Unidos se cuentan ya 30.000 empleos, oficios y profesiones; y seguramente que a ellos corresponderá un número notablemente mayor de especialidades fabricadas por los mismos.

b) Producción en masa. Pero no sólo es que con el i. se fabriquen cada vez más y más cosas nuevas; es que cada una de ellas se produce en cantidades ingentes. Las civilizaciones anteriores fueron de minorías, donde la relativamente pequeña complicación de la vida material afectaba a muy pocos, dejando a la gran mayoría con su sencillo indumento, su mesa, su escudilla y poco más. La nuestra es una civilización de masas, y aquel número de objetos nuevos inventados por el i. se distribuyen entre millones y millones de seres. Si pudiéramos multiplicar los miles y miles de esos objetos por los millones y millones que los usan o poseen, tendríamos una idea matemática de lo que representa el i., que así aparece como la producción en masa.

c) Racionalización. Esos gigantescos resultados solamente han podido lograrse merced a una progresiva y severa racionalización (v.) de la economía. Más aún. Si en su primera fase el i. utilizó casi exclusivamente el ingenio y pericia de los fabricantes, pronto las exigencias de la producción apelaron a la ciencia. Evidentemente, el gran i. actual no hubiera sido posible sin la ciencia positiva natural surgida sobre todo en el Renacimiento y que cada día hace nuevos progresos. Como dice Sombart, la técnica (léase la técnica industrialista) es «hermana gemela de la ciencia natural moderna».

d) Maquinismo. La gran victoria del hombre sobre la Naturaleza que supone el i. implica el uso de armas especiales, que son las máquinas. La «máquina» es el gran símbolo del mundo contemporáneo, que difiere de la simple herramienta en que si ésta facilita sólo el trabajo humano, aquélla le sustituye. Los años más recientes van demostrando cómo esa hechura del ingenio humano y de la ciencia ha ido pasando desde los lugares de producción (fábricas y talleres) a los de consumo (mecanización del hogar). Todo está ya presidido por la máquina.

e) Organización. Si la característica anterior es generalmente conocida, ésta de ahora suele olvidarse con más frecuencia. Porque si el i. es el mundo del maquinismo, es también en igual medida el mundo de la organización. Y también aquí ha hecho su aparición, en el presente siglo, el espíritu científico (v. SOCIOLOGÍA INDUSTRIAL Y DEL TRABAJO).

f) Nuevo estilo de vida. Pero el i. no es sólo una nueva tecnología para la producción económica: es también una nueva manera de vivir, en general. Según el principio de la causalidad recíproca, tan frecuente en los fenómenos sociales, la verdad es que la aplicación de las modernas técnicas y de la ciencia al fomento de la producción económica exigió un cambio en los espíritus. El que dominaba durante la Edad Media no era propicio a ello y hubo de surgir el moderno espíritu burgués para hacer posible la producción en masa. Pero, a la inversa, la expansión de la tecnología productiva ha venido a reobrar sobre la manera de pensar, acentuando lo que está en la base de ese moderno espíritu: el hedonismo, el materialismo práctico. Cuanto más se multiplican los posibles bienes de disfrute, más disfrute material van pidiendo los hombres y eso viene a constituir un ingrediente esencial en las Sociedades dominadas por el i., el cual no es sólo una manera de producir, sino también, más amplia y hondamente, una manera de pensar y de vivir.

Esta afirmación implica no sólo aceptación del hedonismo (v.), sino también de las exigencias ineludibles del i., o sea, su racionalismo, su mecanización y su organización, determinando forzosamente ciertas pautas de comportamiento social y de estilo cultural. Se critica ahora desde diversos ángulos la tecnolatría y la tecnocracia (v. TECNOLOGÍA I), el estilo exageradamente racional de la vida, la burocracia, la constante sumisión a principios de disciplina y organización cada vez más duros y que producen una auténtica alienación (v.). Pues bien, todo eso es una necesidad en un mundo de producción en masa. La protesta de los hippies, de los ácratas y análogos movimientos más o menos románticos, solamente serán razonables y sinceros si van acompañados del deseo permanente de renunciar a los bienes industriales contemporáneos (v. REBELDÍA I). Es absurdo soñar con automóviles, penicilina, máquinas de todas clases, etc., sin que haya tecnocracia, burocracia, etc., aunque la manera de vivirlas o servirlas pueda variar con la condición moral de los hombres que las ejecuten. El i., pues, es, al mismo tiempo, un gran hecho económico y un gran acontecimiento sociocultural. Tecnología, formas sociales e ideologías marchan en él perfectamente correlacionadas.

Las tres revoluciones industriales. Es frecuente levantar el acta de nacimiento del i. acudiendo a la Inglaterra de 1760, en que comienza la llamada «revolución industrial». Sin embargo, el i. es un proceso constante de crecimiento en el que, desde entonces y hasta el momento actual, han podido distinguirse ya tres revoluciones industriales. Siguiendo a P. Geddes y L. Mumford, podemos hablar de una primera revolución industrial paleotécnica, típicamente inglesa, que se caracteriza y simboliza por el uso del carbón (el vapor), como fuente principal de energía, y del hierro, como materia prima fundamental. Ese proceso culmina en la primera mitad del s. XIX. La primera exposición mundial industrial se celebró en el nuevo Crystal Palace de Hyde Park, en 1851. Hacia esa época el movimiento se traslada a los Estados

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