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La Llamada De La Selva


Enviado por   •  17 de Octubre de 2013  •  607 Palabras (3 Páginas)  •  262 Visitas

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Buck no leía los periodicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no

sólo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego,

con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del

Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías

navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia

el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte

musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los

protegiera del frío.

Buck vivía en una extensa propiedad del soleado valle de Santa Clara, conocida como

la finca del juez Miller. La casa estaba apartada de la carretera, semioculta entre los

árboles a través de los cuales se podía vislumbrar la ancha y fresca galería que la rodeaba

por los cuatro costados. Se llegaba a ella por senderos de grava que serpenteaban entre

amplios espacios cubiertos de césped y bajo las ramas entrelazadas de altos álamos. En la

parte trasera las cosas adquirían proporciones todavía más vastas que en la delantera.

Había espaciosas caballerizas atendidas por una docena de cuidadores y mozos de cuadra,

hileras de casitas con su enredadera para el personal, una larga y ordenada fila de letrinas,

extensas pérgolas emparradas, verdes prados, huertos y bancales de fresas y frambuesas.

Había también una bomba para -el pozo artesiano y un gran estanque de hormigón donde

los chicos del juez Miller se daban un chapuzón por las mañanas y aliviaban el calor en

las tardes de verano.

Sobre aquellos amplios dominios reinaba Buck. Allí había nacido y allí había vivido los

cuatro años de su existencia. Es verdad que había otros perros, pero no contaban. Iban y

venían, se instalaban en las espaciosas perreras o moraban discretamente en los rincones

de la casa, como Toots, la perrita japonesa, o Ysabel, la pelona mexicana, curiosas

criaturas que rara vez asomaban el hocico de puertas afuera o ponían las patas en el

exterior. Una veintena al menos de foxterriers ladraba ominosas promesas a Toots e

Ysabel, que los miraban por las ventanas, protegidas por una legión de criadas armadas

de escobas y fregonas.

Pero Buck no era perro de casa ni de jauría. Suya era la totalidad de aquel ámbito. Se

zambullía en la alberca o salía a cazar con los hijos del juez, escoltaba a sus hijas, Mollie

y Alice, en las largas caminatas que emprendían al atardecer o por la mañana temprano,

se tendía a los pies del juez delante del fuego que rugía en la chimenea en las noches de

invierno, llevaba sobre el lomo a los nietos de Miller

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