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La ética en las tecnologías de información


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2013  •  Trabajo  •  2.641 Palabras (11 Páginas)  •  265 Visitas

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LA ÉTICA EN LAS TECNOLOGÍAS DE INFORMACIÓN

Gran parte de los trámites que antes se realizaban personalmente en alguna instalación privada o de gobierno, actualmente se efectúan por internet. Pareciera que en un futuro no muy lejano, la mayoría de nuestras interacciones laborales, económicas y sociales, entre otras actividades, se realizarán a través de la tecnología electrónica.

Aunque esta alternativa tiene mucha funcionalidad, aceptación y otras características favorables, surge una pregunta: ¿existe una conciencia ética sobre el uso adecuado de la nueva herramienta? Lo que está en juego es la seguridad y la confianza de los usuarios.

¿Qué es la ética?

Desde sus inicios, la ética fue acuñada por Aristóteles como la disciplina filosófica que estudia el bien, el mal y sus relaciones con el comportamiento humano en una comunidad. El dilema ha sido: ¿qué es lo que está bien o mal? Podemos pensar que lo incorrecto para todos, no es correcto para nadie, lo cual constituye un concepto sobre la moral del llamado imperativo categórico propuesto por el filósofo alemán Kant, y bajo esta premisa nos comportamos en el mundo y en nuestra comunidad.

La relación entre ciencia, tecnología y ética puede considerarse una relación problemática. Si bien desde hace ya varios años se multiplican los discursos acerca de la responsabilidad social del científico y también sobre cuestiones éticas y bioéticas –tanto en espacios académicos como de divulgación científica–, está claro que esto no implica necesariamente una expansión de la reflexión en torno al desarrollo de la práctica tecnocientífica y su orientación ético-política.

Considero que para que tal reflexión se torne efectiva es necesario, en un primer momento, analizar los conceptos en juego. Porque no siempre está claro qué entendemos por “ciencia”, por “tecnología” y tampoco por “ética”, a pesar de la familiaridad que inviste a tales conceptos. Aún más, es frecuente que la sobreabundancia en el uso de las palabras provoque una suerte de banalización que desgasta su sentido, al punto de convertirlas en cáscaras vacías de contenido aun cuando mantengan intacta su contundencia retórica.

Entre los términos de moda, el de “bioética” y también el de “tecnociencia” –en especial a partir de la publicación en el año 2003 del libro de Javier Echeverría titulado La revolución tecnocientífica– han ganado un espacio interesante en cursos, publicaciones y notas en medios masivos. Ambos pueden resultar útiles a la hora de avanzar en el análisis, pero a condición de que logren escapar de la banalización señalada.

La bioética, por ejemplo, se manifiesta como recurso eficaz para enfrentar los conflictos que la tecnociencia detona, en especial en el campo de las ciencias biomédicas. Sin embargo, con frecuencia este recurso sólo alcanza para realizar un operación cosmética, en la que se regulan o “maquillan” ciertas consecuencias no deseables del desarrollo tecnocientífico. Maquillaje o “barniz” de ética que deja intactos los supuestos que arraigan en nuestras prácticas y que no estamos dispuestos a cuestionar, entre otras cosas porque eso implicaría una reconfiguración de la modalidad de producir, comunicar y aplicar el conocimiento que, en caso de modificarse, afectaría sin duda los intereses de poderosas minorías.

Ahora bien, ¿para qué este recurso a la hibridación presente en el neologismo “tecnociencia”? En primer lugar, para mostrar la improcedencia de las separaciones rígidas y dicotómicas que articulan la epistemología tradicional y que diferencian nítidamente un campo teórico de otro práctico. Mario Bunge, quien encarna el prototipo del epistemólogo “cientificista”, defiende en sus escritos tales dicotomías. Sin negar el vínculo entre ciencia y tecnología, considera Bunge en un artículo de 1983 titulado “Towards a philosophy of techonology” que la ciencia trata con lo real en tanto la tecnología se vincula con lo artificial. Por otra parte, mientras la ciencia se estructura en base a leyes objetivas que explican los fenómenos naturales acercándonos a la verdad, la tecnología se maneja con reglas que pautan mecanismos para el logro de la eficacia en un dominio dado.

Antes de revisar las citadas dicotomías, recordemos que fue Oscar Varsavsky quien con mayor justeza caracterizó al “cientificismo” en su libro Ciencia, política y cientificismo, publicado en 1969. En este libro leemos que “cientificista” es el investigador que se ha adaptado a este mercado científico, que renuncia a preocuparse por el significado social de su actividad, desvinculándola de problemas políticos y entregándose de lleno a su “carrera” que se mide o evalúa a través de parámetros meramente cuantitativos: la cantidad de papers publicados, que valen más cuando se incluyen en revistas extranjeras. El cientificista es, en consecuencia, un agente de la desnacionalización y la dependencia.

Es interesante observar la función ideológica de los dualismos, como por ejemplo natural-artificial y también leyes-reglas, que refuerzan la ilusión de independencia de un conocimiento científico puramente teórico que luego se relaciona con la materialidad de las prácticas, a través de esa suerte de “bajada controlada” que es la “aplicación”. De este modo se sostienen convicciones o “creencias” profundamente arraigadas en el paradigma epistemológico moderno.

Recordemos que el paradigma moderno define a la ciencia como un tipo particular y privilegiado de conocimiento que se destaca por su verdad universal y objetiva, garantizada por una metodología rigurosa que se articula sobre la base de razonamientos lógicos y de confrontación empírica. A esta identificación de la ciencia con el conocimiento, se sigue la afirmación de un modelo lineal de investigación, que comienza por la ciencia básica o “pura” para continuar de modo unidireccional con la ciencia aplicada, la tecnología, la industria, para impactar finalmente en la sociedad. En este modelo, la posibilidad de una revisión ética se reconoce sólo a partir de la instancia de implementación tecnológica, colocando al margen de la consideración ético-política aspectos tan importantes como la elección de los temas a investigar, la metodología utilizada y los diseños experimentales, entre otros.

Por este motivo, para establecer una vinculación fuerte entre ciencia, tecnología y ética, es necesario –en primer lugar– revisar la tradición epistemológica que se construye sobre los supuestos señalados. Es necesario entonces que nos ubiquemos en otro horizonte para desplegar nuestra crítica, por ejemplo el horizonte que abre la “posciencia” a la epistemología. O quizá debamos

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