Mexico
Enviado por Mardle • 19 de Mayo de 2014 • Tesis • 956 Palabras (4 Páginas) • 172 Visitas
Una de las grandes obras de San Agustín, a parte de Las Confesiones, es La Ciudad de Dios, que se trata de una propuesta sobre una nueva forma de sociedad civil, que pretende impulsar los valores de la humanidad en virtud de vivir conforme a la doctrina cristiana. También es escrita para responder a las críticas que los paganos hacían contra el cristianismo. Esta obra se escribió en los años de la vejez de San Agustín, entre el 412 y el 426, el idioma en el que fue escrito originalmente es el latín, sin embargo tomaré la traducción de Clemente Fernández como referencia para plantear mi análisis, me basaré también en la selección de textos de la BAC
Esta obra esta dividid en 22 libros que describen hasta cierto punto la utopía de una sociedad celestial que se debe empezar a vivir ya en la tierra y cuyos principios están en contra de la sociedad pagana.
San Agustín motivado por enseñar las verdades de fe que han sido olvidadas, no enseñadas u opacadas por otras corrientes politeístas que habían dentro de la sociedad civil romana, redacta una apología contra los incrédulos, en la cual se empieza afirmando que el amor de Dios a su creación le llevó a tomar la decisión de prometer una ciudad muy especial, que trasciende los límites de lo terreno para aquellos que emprendan el camino de obrar según sus mandatos, “la ciudad de Dios o ciudad celeste”, ya que Dios que es justo, da a cada quien lo que se merece, según sus acciones. Esta ciudad se encuentra en lo eterno, en lo inmutable, en aquello donde nada perece; esta ciudad ya había sido prometida dentro de las escrituras, más para alcanzarla dice San Agustín que solamente el hombre bueno podrá llegar a ella, pero, ¿qué se necesita para ser un hombre que obra según los mandatos de Dios? Ante todo se hace referencia a que la persona es dotada de la capacidad de libertad, de decidir cómo obrar en su realidad, porque el mismo Dios ha donado a los hombres este libre albedrio que le da a cada uno la capacidad de actuar según su propia voluntad en “la ciudad terrena”, del mismo modo, se hace la distinción de que Dios “hizo al hombre animal racional de alma y cuerpo”,[1] e incluso esta racionalidad nos permite conocer y distinguir lo mutable de lo inmutable. Por este motivo, éste debe ser consciente de todas sus acciones, orientándolas a la búsqueda de la verdadera felicidad que es Dios mismo, quien es el autor por excelencia de toda la creación, afirma San Agustín. Sin embargo, algunos hombres habiéndose dejado llevar por la perversión de su voluntad, gozan para sí mismos de los bienes terrenos que la divinidad les ha otorgado libremente, convirtiéndose en egoístas y en viciosos del placer mundano. En cambio, lo ideal que plantea San Agustín seria que “de las cosas temporales debemos usar, no gozar, para merecer gozar las eternas”.[2]
Debido a que la moral del hombre debe encaminarse al bien
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