Modernidad Y Tecnocracia

La Modernidad es, en primer lugar, la autorreferencia de una época nueva frente a lo viejo. A partir de la revolución industrial comenzó la evolución del saber, que se dio en tres etapas. En la primera el saber se aplicó a las herramientas, procesos y productos; en la segunda se aplicó el saber al trabajo, generando una evolución en la productividad; y finalmente en la última etapa, se aplicó el saber al saber mismo, dando a la revolución en la gestión.

Con esta modernización, la tecnocracia que comenzó con la idea tecnología, de progreso, de descubrir algo nuevo; se ha trasladado a diversas ciencias sociales que fue conformando una “mentalidad racionalista, cientificista, elitista, objetivista, orientada hacia el cálculo, hostil hacia la política, pero que valora el rol del Estado para implementar políticas públicas y con ciertas características antidemocráticas” (Estévez, 2005: 23).

De esta manera se fue conformando un ethos tecnocrático (como una forma común de pensar y de comportarse que adopta un grupo de individuos) que posee como instrumento idóneo a la racionalidad y la objetividad, además de la eficiencia, eficacia, productividad y progreso.

El ethos no demuestra hostilidad hacia el Estado, pero si éste es utilizado racionalmente, es un buen instrumento. Existe también una adhesión a las formas del mercado, percibido como una de las instituciones más eficientes para distribuir los bienes y servicios en la sociedad.

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