Setenta y dos fábulas de Félix María Samaniego
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Portal de poesía: Samaniego II
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Setenta y dos fábulas de Félix María Samaniego
II
Página
El pescador y el pez 1
El charlatán 2
El milano y la palomas 3
El parto de los montes 3
El asno y el caballo 3
Las ranas pidiendo rey 4
La zorra y la gallina 5
El león enamorado 5
El congreso de los ratones 6
El charlatán y el rústico 6
El viejo y la muerte 7
El enfermo y el médico 8
La zorra y las uvas 8
La cierva y la viña 8
El asno cargado de reliquias 9
El león y el ratón 9
El grajo vano 10
Los navegantes 10
El asno y el caballo 10
El labrador y la Providencia 11
El cuervo y el zorro 12
El cazador y la perdiz 13
El asno vestido de león 13
La gallina de los huevos de oro 13
El pescador y el pez
Recoge un pescador su red tendida
y saca un pececillo. «Por tu vida
-exclamó el inocente prisionero-,
dame la libertad; sólo la quiero,
mira que no te engaño,
porque ahora soy ruin; dentro de un año
sin duda lograrás el gran consuelo
de pescarme más grande que mi abuelo.
¡Qué! ¿Te burlas? ¿Te ríes de mi llanto?
Sólo por otro tanto
a un hermanito mío
un señor pescador le tiró al río.»
«¿Por otro tanto al río? ¡Qué manía!
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-replicó el pescador-. Pues ¿no sabía
que el refrán castellano
dice: Más vale pájaro en mano...
A sartén te condeno; que mi panza
no se llena jamás con la esperanza.»
El charlatán
«Si cualquiera de ustedes
se da por las paredes
o arroja de un tejado
y queda a bien librar descostillado,
yo me reiré muy bien; importa un pito,
como tenga mi bálsamo exquisito.»
Con esta relación un chacharero
gana mucha opinión y más dinero,
pues el vulgo, pendiente de sus labios,
más quiere a un charlatán que a veinte sabios.
Por esta conveniencia
los hay el día de hoy en toda ciencia
que ocupan igualmente acreditados,
cátedras, academias y tablado .
Prueba de esta verdad será un famoso
doctor en elocuencia, tan copioso
de charlatanería,
que ofreció enseñaría
a hablar discreto cono fecundo pico
en diez anos de término a un borrico.
Sábelo el rey le llama, y al momento
le manda dé lecciones a un jumento;
pero bien entendido
que sería, cumpliendo lo ofrecido,
ricamente premiado;
mas cuando no, que moriría ahorcado.
El doctor asegura nuevamente,
sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
«Escuche, buen hermano,
su frescura me espanta;
a cáñamo me huele su garganta.»
«No temáis, señor mío
-respondió el charlatán-, pues yo me río.
En diez años de plazo que tenemos,
el rey, el asno o yo ¿no moriremos?
Nadie encuentra embarazo
en dar un largo plazo
a importantes negocios; mas no advierte
que ajusta mal su cuenta sin la muerte.
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El milano y las palomas
A las tristes palomas un milano
sin poderlas pillar seguía en vano;
mas él a todas horas
servía de lacayo a estas señoras.
Un día, en fin, hambriento e ingenioso,
así les dice: «¿Amáis vuestro reposo,
vuestra seguridad y conveniencia?
Pues creedme en mi conciencia:
en lugar de ser hoy vuestro enemigo,
desde ahora me obligo,
si la banda por rey me aclama luego,
a tenerla en sosiego
sin que de garra o pico tema agravio,
pues tocante a la paz seré un Octavio.»
Las sencillas palomas consintieron;
aclámanle por rey. «¡Viva-dijeronnuestro
rey el Milano!»
Sin esperar a más, este tirano
sobre un vasallo mísero se planta,
déjale con el viva en la garganta,
y continuando así sus tiranías
acabó con el reino en cuatro días.
Quien al poder se acoja de un malvado,
será, en vez de feliz, un desdichado.
El parto de los montes
Con varios ademanes horrorosos
los montes de parir dieron señales;
consintieron los hombres temerosos
ver nacer los abortos más fatales.
Después que con bramidos espantosos
infundieron pavor a los mortales,
estos montes que al mundo estremecieron,
un ratoncillo fue lo que parieron.
Hay autores que en voces misteriosas,
estilo fanfarrón y campanudo,
nos anuncian ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido, sólo viento.
El asno y el caballo
«¡Ah, quién fuese caballo!
-un asno melancólico decía-.
Entonces sí que nadie me vería
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flaco, triste y fatal como me hallo.
Tal vez un caballero
me mantendría ocioso y bien comido,
dándose su merced por muy servido
con corvetas y saltos de carnero.
Trátanme ahora como vil y bajo;
de risa sirve mi contraria suerte;
quien me apalea más, más se divierte,
y menos como cuanto más trabajo.
No es posible encontrar sobre la tierra
infeliz como yo.» Tal se juzgaba,
cuando al caballo ve cómo pasaba
con su jinete y armas a la guerra.
Entonces conoció su desatino;
rióse de corvetas y regalos,
y dijo: «Que trabaje y lluevan palos;
no me saquen los dioses de pollino.»
Las ranas pidiendo rey
Sin rey vivía libre, independiente,
el pueblo de las ranas felizmente.
La amable libertad sólo reinaba
en la inmensa laguna que habitaba:
mas las ranas al fin un rey quisieron,
y a Júpiter excelso lo pidieron.
Conoce el dios la súplica importuna
y arroja un rey de palo a la laguna.
Debió de ser sin duda un buen pedazo,
pues dio Su Majestad tan buen porrazo,
que el ruido atemoriza al reino todo.
Cada cual se zambulle en agua o lodo,
y quedan en silencio tan profundo
cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza,
y viendo a la real pieza,
publica que el monarca es un zoquete.
Congrégase la turba, y por juguete
le desprecian, le ensucian con el cieno
y piden otro rey, que aquél no es bueno.
El padre de los dioses, irritado,
...