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Setenta y dos fábulas de Félix María Samaniego


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2014  •  2.849 Palabras (12 Páginas)  •  278 Visitas

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Portal de poesía: Samaniego II

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Setenta y dos fábulas de Félix María Samaniego

II

Página

El pescador y el pez 1

El charlatán 2

El milano y la palomas 3

El parto de los montes 3

El asno y el caballo 3

Las ranas pidiendo rey 4

La zorra y la gallina 5

El león enamorado 5

El congreso de los ratones 6

El charlatán y el rústico 6

El viejo y la muerte 7

El enfermo y el médico 8

La zorra y las uvas 8

La cierva y la viña 8

El asno cargado de reliquias 9

El león y el ratón 9

El grajo vano 10

Los navegantes 10

El asno y el caballo 10

El labrador y la Providencia 11

El cuervo y el zorro 12

El cazador y la perdiz 13

El asno vestido de león 13

La gallina de los huevos de oro 13

El pescador y el pez

Recoge un pescador su red tendida

y saca un pececillo. «Por tu vida

-exclamó el inocente prisionero-,

dame la libertad; sólo la quiero,

mira que no te engaño,

porque ahora soy ruin; dentro de un año

sin duda lograrás el gran consuelo

de pescarme más grande que mi abuelo.

¡Qué! ¿Te burlas? ¿Te ríes de mi llanto?

Sólo por otro tanto

a un hermanito mío

un señor pescador le tiró al río.»

«¿Por otro tanto al río? ¡Qué manía!

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-replicó el pescador-. Pues ¿no sabía

que el refrán castellano

dice: Más vale pájaro en mano...

A sartén te condeno; que mi panza

no se llena jamás con la esperanza.»

El charlatán

«Si cualquiera de ustedes

se da por las paredes

o arroja de un tejado

y queda a bien librar descostillado,

yo me reiré muy bien; importa un pito,

como tenga mi bálsamo exquisito.»

Con esta relación un chacharero

gana mucha opinión y más dinero,

pues el vulgo, pendiente de sus labios,

más quiere a un charlatán que a veinte sabios.

Por esta conveniencia

los hay el día de hoy en toda ciencia

que ocupan igualmente acreditados,

cátedras, academias y tablado .

Prueba de esta verdad será un famoso

doctor en elocuencia, tan copioso

de charlatanería,

que ofreció enseñaría

a hablar discreto cono fecundo pico

en diez anos de término a un borrico.

Sábelo el rey le llama, y al momento

le manda dé lecciones a un jumento;

pero bien entendido

que sería, cumpliendo lo ofrecido,

ricamente premiado;

mas cuando no, que moriría ahorcado.

El doctor asegura nuevamente,

sacar un orador asno elocuente.

Dícele callandito un cortesano:

«Escuche, buen hermano,

su frescura me espanta;

a cáñamo me huele su garganta.»

«No temáis, señor mío

-respondió el charlatán-, pues yo me río.

En diez años de plazo que tenemos,

el rey, el asno o yo ¿no moriremos?

Nadie encuentra embarazo

en dar un largo plazo

a importantes negocios; mas no advierte

que ajusta mal su cuenta sin la muerte.

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El milano y las palomas

A las tristes palomas un milano

sin poderlas pillar seguía en vano;

mas él a todas horas

servía de lacayo a estas señoras.

Un día, en fin, hambriento e ingenioso,

así les dice: «¿Amáis vuestro reposo,

vuestra seguridad y conveniencia?

Pues creedme en mi conciencia:

en lugar de ser hoy vuestro enemigo,

desde ahora me obligo,

si la banda por rey me aclama luego,

a tenerla en sosiego

sin que de garra o pico tema agravio,

pues tocante a la paz seré un Octavio.»

Las sencillas palomas consintieron;

aclámanle por rey. «¡Viva-dijeronnuestro

rey el Milano!»

Sin esperar a más, este tirano

sobre un vasallo mísero se planta,

déjale con el viva en la garganta,

y continuando así sus tiranías

acabó con el reino en cuatro días.

Quien al poder se acoja de un malvado,

será, en vez de feliz, un desdichado.

El parto de los montes

Con varios ademanes horrorosos

los montes de parir dieron señales;

consintieron los hombres temerosos

ver nacer los abortos más fatales.

Después que con bramidos espantosos

infundieron pavor a los mortales,

estos montes que al mundo estremecieron,

un ratoncillo fue lo que parieron.

Hay autores que en voces misteriosas,

estilo fanfarrón y campanudo,

nos anuncian ideas portentosas;

pero suele a menudo

ser el gran parto de su pensamiento,

después de tanto ruido, sólo viento.

El asno y el caballo

«¡Ah, quién fuese caballo!

-un asno melancólico decía-.

Entonces sí que nadie me vería

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flaco, triste y fatal como me hallo.

Tal vez un caballero

me mantendría ocioso y bien comido,

dándose su merced por muy servido

con corvetas y saltos de carnero.

Trátanme ahora como vil y bajo;

de risa sirve mi contraria suerte;

quien me apalea más, más se divierte,

y menos como cuanto más trabajo.

No es posible encontrar sobre la tierra

infeliz como yo.» Tal se juzgaba,

cuando al caballo ve cómo pasaba

con su jinete y armas a la guerra.

Entonces conoció su desatino;

rióse de corvetas y regalos,

y dijo: «Que trabaje y lluevan palos;

no me saquen los dioses de pollino.»

Las ranas pidiendo rey

Sin rey vivía libre, independiente,

el pueblo de las ranas felizmente.

La amable libertad sólo reinaba

en la inmensa laguna que habitaba:

mas las ranas al fin un rey quisieron,

y a Júpiter excelso lo pidieron.

Conoce el dios la súplica importuna

y arroja un rey de palo a la laguna.

Debió de ser sin duda un buen pedazo,

pues dio Su Majestad tan buen porrazo,

que el ruido atemoriza al reino todo.

Cada cual se zambulle en agua o lodo,

y quedan en silencio tan profundo

cual si no hubiese ranas en el mundo.

Una de ellas asoma la cabeza,

y viendo a la real pieza,

publica que el monarca es un zoquete.

Congrégase la turba, y por juguete

le desprecian, le ensucian con el cieno

y piden otro rey, que aquél no es bueno.

El padre de los dioses, irritado,

...

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