Teoria Del Color
Enviado por asdrffck • 17 de Junio de 2014 • 2.174 Palabras (9 Páginas) • 213 Visitas
Los deshabitados, novela fundacional
Adolfo Cáceres Romero**
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Los deshabitados, novela fundacional
Estructura y tema:
Por referencias que nos brinda el autor en la primera edición, esta novela habría sido concluida en invierno de 1957 y recién publicada en enero de 1959; lo cual la sitúa en los comienzos del boom latinoamericano. Onetti ya había publicado varias de sus principales novelas, especialmente La vida breve (1950); Alejo Carpentier acababa de publicar Guerra del tiempo (1958) y anunciaba El siglo de las luces; Carlos Fuentes había publicado La región más transparente (1958) y Las buenas conciencias (1959); Julio Cortázar Las armas secretas (1959), cuentos; Mario Vargas Llosa Los jefes (1959), cuentos; José Donoso, su novela galardonada con el Premio de la Fundación William Faulkner, Coronación (1958). Los deshabitados se disputaría ese mismo galardón, luego de dejar de lado a La Chascañawi (1947) de Carlos Medinaceli, en una preselección que hubo en Bolivia; Oscar Cerruto había publicado sus cuentos de Cerco de penumbras (1958).
Los deshabitados es una novela secuencial, técnicamente inspirada en la narrativa de Joyce, especialmente en el Ulises y sus diversas formas de fabular. No se divide por capítulos subtitulados, tampoco enumerados. En ella lo que interesa no es tanto la acción de los protagonistas, sino el análisis subjetivo de lo que el autor llama algunas almas, con la siguiente explicación de su génesis: “Comenzó a vivir –dice– bajo la forma de una extraña sensación de melancolía. Un poco después y a pesar mío empezaron a tomar forma, como incubadas en esa luz tediosa y poética, algunas figuras humanas y un perro. Tuve que ponerles un nombre y después seguirlos con una culpable aunque deliciosa docilidad. Eso es todo”. Su estructura secuencial nos lleva a descubrir a los distintos protagonistas en una especie de cadena que empieza con el padre Justiniano, en su parroquia, hasta la llegada de Ducort, que nos conducirá al parque de Los Cerezos, donde se halla María Bacaro, su novia; y ésta luego nos introduce en el mundo soledoso de las hermanas Pardo: Flor y Teresa. A través de estas hermanas llegamos al internado donde está su sobrino Pablo Pardo, de 12 años de edad; con Pablo pasamos a Luisa, la niña a quien ama. La cadena se integra cuando descubrimos a sus padres, los esposos Garland. En todas estas vidas existe un enorme vacío; de ahí que podríamos decir que el tema de esta novela es el proceso de una soledad suicida, tediosa e irremediable.
En consecuencia, esta novela nos introduce en la patética visión de unas vidas frustradas que culminan con la muerte de Flor, personaje que presuntamente acaba con la vida de su hermana Teresa. El instinto de muerte se hace evidente en el diálogo de Flor con el padre Justiniano, que se da cuenta de ello, pero se muestra incapaz de neutralizarlo. Este sacerdote arrastra su vida, evocando el pasado, sin asidero seguro, al igual que Durcot, escritor frustrado: “Inmovilizado por el miedo, con el lápiz en la mano”, que se engaña repasando un párrafo que escribiera hace mucho tiempo.
Con esta obra la novelística boliviana deja de reflejar el paisaje y se sumerge en el yo del narrador, proyectado magistralmente en cada uno de sus personajes. Deja de ser documental, social, para ser el testimonio de la soledad, con proyecciones metafísicas. Es reflexiva, por cuanto indaga las situaciones humanas extremas. Vida y muerte compendian la cotidianidad de sus protagonistas.
Escenario de la obra:
Los deshabitados, como estudio de las pasiones del hombre sumido en la soledad de su destino, no requiere de un escenario localista. Esta obra se aleja del costumbrismo, no propiamente con el afán de universalizar sus situaciones, sino por su visión humana tediosa y cansina; así sus motivaciones concuerdan con una técnica perfilada en un plano estrictamente existencial, donde la odisea del tiempo y la nada definen la realidad de unos seres alejados de todo valor absoluto, divino.
Lenguaje narrativo:
Con esta obra nos hallamos en presencia de un narrador omnisciente por excelencia. Su técnica descriptiva, barroca en el detalle que caracteriza la actitud de sus personajes, tiene mucho de las secuencializaciones de Joyce y del esplendor poético de Bernanos y Proust; así nos esboza una atmósfera apropiada al tema. Las introspecciones constituyen un recurso hábilmente asimilado de los seguidores de Joyce, especialmente de Faulkner y Svevo, sobre todo en la anticipación de los acontecimientos y la reversa del tiempo evocado, como acontece con el padre Justiniano, que se muestra especialmente estimulado por el sillón donde reposa. La imagen simbólica prefigura la vacuidad de esas vidas, como ocurre con el canario ciego que, no obstante su fragilidad, sobrevive a las hermanas que lo cuidan. La acción, lenta, subjetiva las más de las veces, se da con un perspectivismo cinematográfico que nos recuerda a Antonioni, dejando que los objetos expliquen por sí mismos su presencia inanimada, significativa para su ambientación. Esta técnica implica una visión expresionista de la realidad.
Marcelo Quiroga Santa Cruz, si bien asimila cuidadosamente los recursos de sus modelos, sobre todo de Joyce y Proust, se halla más cerca del detallismo reiterativo de Faulkner y Juan Carlos Onetti, sobre todo en la descripción de sus personajes y las reacciones de éstos ante los estímulos que provocan su accionar. Sus comparaciones e imágenes son notables, como lo podemos apreciar en el siguiente pasaje: “Los dedos de María subieron y bajaron, sobando el lomo de una vena azulosa, hinchada y blanda como un intestino. La vena ofrecía su cuerpo al masaje o huía de él voluptuosamente, como el cuerpo de un pez bajo el agua”.
Personajes:
Todos los personajes de esta novela cobran vida con extraordinario realismo, siendo una de las pocas obras –junto a Felipe Delgado de Jaime Saenz– que procura, ante todo, crear a sus personajes por encima de los otros elementos novelísticos que tradicionalmente se han dado en la narrativa boliviana. A excepción de los niños Pablo y Luisa, que en cierto modo también se hallan privados de afecto, los demás protagonistas son víctimas de la incomunicación y sucumben a la soledad, con similares reacciones, sustancialmente negativas. Así, el padre Justiniano, con su fe vacilante, se refugia en sus recuerdos; por el ascendente intelectual que tiene en Durcot y su conducta con las hermanas Pardo, nos recuerda al abate Cenabre de La impostura, novela de Georges Bernanos; pues, así como ese personaje, es también un suicida en potencia.
Fernando Durcot, de 35 años de edad, que se considera escritor, al no salir de su diletantismo
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