Underworld
Enviado por vamp_angebot • 5 de Febrero de 2012 • 10.509 Palabras (43 Páginas) • 440 Visitas
UNDERWORLD
Novelización: Greg Cox
(Guion de cine: K.Grevioux & L.Wiseman & D.McBride)
© 2003, UnderWorld
Traducción: Manuel Mata
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Para Budapest, la guerra no era ninguna desconocida. A lo largo de los prolongados y sanguinarios siglos, la capital de Hungría había sido escenario de batalla y objeto de conquista para una serie de invasores --hunos, godos, magiares, turcos, habsburgos, nazis y soviéticos-- antes de reclamar por fin su independencia en la última década del siglo XX. Pero todos estos conflictos, meramente humanos, eran pasajeros en comparación con la guerra secreta y eterna que se estaba librando en las calles y callejones iluminados por la luz de la luna de la ancestral ciudad.
Una guerra que tal vez, por fin, estuviera llegando a su conclusión.
Una fuerte lluvia azotaba los tejados mientras el viento del otoño arrastraba en su aullido un atisbo del mordisco del invierno. Había una grotesca gárgola de piedra, negra como el petróleo y empapada de lluvia, sentada sobre la ruinosa cornisa del antiguo Palacio Klotid, un imponente edificio de apartamentos de cinco pisos decorado elaboradamente al estilo barroco español. El edificio, que contaba ya con un siglo de antigüedad y cuyo primer piso albergaba en la actualidad una galería de arte, un café y varias boutiques elegantes, dominaba la Plaza Ferenciek, un bullicioso centro de tráfico rodado y pedestre cerca del corazón de Pest. Los autobuses, coches y taxis, los pocos que se atrevían a salir bajo la torrencial tormenta, pasaban a toda velocidad por las calles pavimentadas de adoquines.
Otra figura se acurrucaba detrás de la gárgola petrificada, casi tan silenciosa y petrificada como ella: una preciosa mujer, ataviada de brillante cuero negro, con una larga cabellera castaña y piel de alabastro. Ajena a la tormenta y a su precaria posición en lo alto de la estrecha cornisa, contemplaba la calle con aire sombrío. Mientras sus fascinantes ojos castaños se clavaban en las abarrotadas calles que tenía debajo, sus sombríos pensamientos pasaban revista a los siglos de guerra sin tregua.
¿De veras es posible, pensaba Selene, que la guerra esté a punto de terminar? Su elegante rostro, tan pálido y hermoso como la diosa de la luna a la que le debía el nombre, era una máscara de concentración y sangre fría que no relevaba el menor rastro de las inquietudes que la preocupaban. Es algo inimaginable y sin embargo...
El enemigo llevaba perdiendo terreno casi seis siglos, desde su aplastante derrota de 1409, cuando un osado ataque había logrado penetrar en su fortaleza secreta de Moldavia. Lucian, el más temible y despiadado líder que jamás tuviera la horda de los licanos, había caído al fin y sus hombres habían sido desperdigados a los cuatro vientos en una sola noche de llama purificadora y castigo. Y sin embargo la ancestral enemistad no había seguido a Lucian a la tumba. Aunque el número de licanos había ido en descenso, la guerra se había vuelto aún más peligrosa, pues la luna había dejado de contener su mano. Los licanos más antiguos y poderosos eran ahora capaces de cambiar de forma a voluntad y representaban una amenaza todavía mayor para Selene y los demás Ejecutores. Durante casi seiscientos años, los Ejecutores, un pelotón de guerreros vampiros de élite, habían perseguido implacablemente a los hombres-bestia supervivientes. Sus armas habían cambiado con el tiempo, pero no sus tácticas: seguir el rastro de los licanos y cazarlos uno a uno. Una táctica coronada con frecuencia con el éxito.
Puede que con demasiada frecuencia, pensó con cierto pesar. La cola de su lustrosa gabardina de cuero batió las alas al viento mientras ella se inclinaba sobre el borde de la cornisa, desafiando a la gravedad. Una caída de cinco pisos la llamó con todas sus fuerzas pero ella seguía pensando en la guerra y en su posible conclusión. Si lo que aseguraba la información obtenida a un alto precio por agentes infiltrados e informantes humanos era cierto, los licanos estaban dispersos y desorganizados y su número era escaso e iba en descenso a cada día que pasaba. Tras incontables generaciones de combate brutal, parecía que por fin las odiosas bestias se habían convertido en una especie en peligro de extinción, un pensamiento que llenaba a Selene de pensamientos profundamente contradictorios.
Por un lado, estaba impaciente por terminar de exterminar a los licanos de una vez y para siempre. Al fin y al cabo, para eso había vivido todos esos años. El mundo sería un lugar mejor cuando los huesos del último y salvaje hombre-bestia estuvieran blanqueándose al sol. Y sin embargo... Selene no podía evitar una sensación de aprensión al pensar en el final de su larga cruzada. Para alguien como ella, el fin de los licanos significaría el cierre de una era. Pronto, como las armas desechadas de los siglos pasados, también ella se volvería obsoleta.
Una pena, pensó mientras su lengua seguía el pulido contorno de sus colmillos. Buscar y matar licanos había sido su única fuente de satisfacción durante décadas y había terminado por disfrutar inmensamente de ella. ¿Qué voy a hacer cuando la guerra termine?, se preguntó la hermosa vampiresa, enfrentada a una eternidad sin propósito. ¿Qué soy yo salvo una Ejecutora?
La gélida lluvia resbalaba por su rostro y su cara y formaba charcos mugrientos sobre el vistoso tejado. El aire contaminado de la noche olía a ozono, presagio de relámpagos que se avecinaban. Selene ignoró la fiereza del viento y la lluvia y se mantuvo inmóvil sobre la cornisa. Estaba ansiosa por encontrar a su presa, por un poco de acción con la que disipar la melancolía que atormentaba sus pensamientos. Lanzó una mirada llena de impaciencia hacia el reloj de la torre del edificio gemelo del Klotild, situado al otro lado de la bulliciosa Avenida Szabadsajto. Eran las nueve menos cuarto. El sol se había puesto hacía horas, de modo que, ¿dónde demonios estaban los malditos licanos?
Debajo de ella, las abarrotadas aceras estaban cubiertas por una manta de paraguas que le impedía ver a los peatones que desafiaban la tormenta. Frustrada, Selene apretó los puños y sus afiladas uñas se clavaron en las marfileñas palmas de sus manos. Los equipos de vigilancia habían informado sobre actividad licana en aquel barrio pero ella no había detectado todavía un solo objetivo. ¿Dónde os escondéis, salvajes animales?, pensó con irritación.
Estaba empezando a pensar que su presa la había evitado, que la manada de lobos había cambiado de emplazamiento aprovechando el día y había encontrado una guarida mejor escondida en otra parte. Desde luego, no sería la primera
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