¿Y el capitán? El objeto de la ciencia
Enviado por Cristian Centli • 1 de Junio de 2017 • Ensayo • 3.130 Palabras (13 Páginas) • 249 Visitas
Introducción al estudio de la ciencia
Cristian Josué Morales López
01/04/17
¿Y el capitán?
El objeto de la ciencia.
El título de este ensayo propone una discusión filosófica sobre la función que ha cumplido la ciencia a través del tiempo. Idílico sería pensar que se trata de la empresa humana dedicada a cuestionar, buscar, generar, delimitar, organizar y sistematizar el conocimiento. Esta definición básica se repite como credo en la mente de millones de pupilos dispuestos a reproducir el mensaje para conseguir una nota positiva en escala del 1 al 10.
Pero no es propio del pensamiento crítico ajustarse y conformarse con lo establecido. No se puede creer, por tanto, que el objeto de la ciencia sea el conocimiento por el conocimiento en sí mismo.
¿Qué nos motiva a conocer? La ciencia es la rueda, nosotros la palanca, pero ¿cuál es el móvil que imprime fuerza a los seres humanos?
Mucho antes de la ciencia el hombre ya se preocupaba por conocer, nombrar, y explicar el mundo. Existe más de un móvil y es posible que varíe en cada cultura, en este ensayo me dedicaré a la descripción de los que para mí, son los principales motores de esta búsqueda incesante del saber: el conocimiento por la supervivencia, el conocimiento como supresor del miedo y del dolor; el conocimiento por amor y el conocimiento por el poder.
Ninguno de los anteriores está peleado y pueden incluso complementarse. Si uno pudiera imaginarse el temor de los hombres hace 20 o 30 mil años ante una tormenta eléctrica, un huracán, un terremoto o la erupción de un volcán, quizá podría experimentar la angustia de no saber qué está pasando. Esto no implica de ninguna manera que los hombres no teman hoy en día a los fenómenos meteorológicos, telúricos, etc., pero no era sólo miedo a morir sino vacío lo que experimentaban aquellos hombres.
Un mundo carente de explicaciones exigía respuestas. Así surgieron ánimas del bosque, del viento, del fuego, de la lluvia y de la tierra. El animismo de las culturas primigenias fue la respuesta nata ante la duda. La solución fue dotar a todo de un alma, y por ende, de voluntad, misma que podía estar a favor o en contra de los hombres, por ello se le respetaba, honraba, y hasta se le rendía tributo, para que así, devolviera el favor.
Las ánimas son el primer resquicio de las religiones, funcionaban mientras la gente vivía en aldeas, en aquel entonces los guías espirituales eran brujos, curanderos o chamanes; ellos poseían el don para contactar a los ancestros y a las ánimas, podían pedirles favores tales como la curación, la lluvia, la protección, etcétera.
La vida en aldea permitió a los hombres perfeccionar sus conocimientos en áreas específicas como la caza y el cuidado de los niños; con el tiempo, las mujeres dieron pie a un invento que revolucionaría la vida: la agricultura. Por primera vez el conocimiento permitía a los seres humanos tener control sobre su entorno. Los excedentes en alimentos propiciaron el intercambio comercial y la producción de riqueza, misma que se concentró en manos del gremio religioso que en aquel entonces era uno mismo con el político. Los curanderos y las ánimas fueron desplazados por múltiples Dioses y sus representantes terrenales.
El crecimiento demográfico y la estratificación social implicaron la especialización en distintas áreas del conocimiento, esto dio pie a la formación de gremios que fueron adquiriendo poder y formando parte de una cúpula privilegiada. Después de esto el hombre se dedicó a conquistar; las historias que se relatan de esta época son epopeyas que funden el mito con la realidad.
Nacen y perecen grandes civilizaciones como la sumeria, acadia, griega, egipcia etc. Se crea la escritura y con ella viene otra gran revolución en el mundo del conocimiento y de la comunicación. Surgen grandes pensadores en Asia y el norte de Europa, tienen a sus grandes exponentes en Grecia y se desarrolla de manera exquisita el arte y la filosofía, por primera vez, los hombres hablan de un amor por el conocimiento. Poco dura éste amor por el conocimiento si lo contrastamos con la sociedad esclavista que era Grecia o con las ideas políticas de Platón, quien aseguraba que sólo los filósofos debían aspirar a gobernar, pero sin cuestionar los privilegios de los que debía gozarse desde nacimiento para poder dedicarse a la maravillosa tarea de desarrollar el pensamiento.
El triunfo de las religiones monoteístas sobre las politeístas dio pie a siglos de fundamentalismo del cual seguimos viendo estragos en pleno siglo XXI. Sin duda, el cristianismo tuvo enorme éxito en su empresa evangelizadora a raíz de fundirse con el Estado romano después de haber sido perseguido por 3 siglos. Con esto, la religión completaría su proceso de institucionalización y dejaría de ser una guía espiritual para convertirse en un dogma: “sistema de pensamiento que se tiene por cierto y no puede ser puesto en duda dentro de su propio sistema”
Hasta aquí, han aparecido las tres razones que incitan al hombre a saber: la supervivencia, la huida del vacío y el poder.
La Iglesia se dedicó a descalificar a diestra y siniestra otra verdad que no fuera la suya, así nació la Santa Inquisición, que desde este punto de vista, puede ser vista como una institución normalizadora, o como diría George Orwell, una policía del pensamiento, encargada de alinear a todos los disidentes y de construir a base del miedo una misma verdad para todos.
De esto podemos concluir que la verdad es un constructo social, pero entonces ¿quién y cómo se fundamenta la verdad?
La Edad Media es considerada por muchos un momento de estancamiento en el progreso humano debido precisamente al fundamentalismo religioso que inhibió el florecimiento de cualquier pensamiento que contribuyera al desarrollo de un conocimiento más objetivo y fundamentado, aunque esta mirada es maniquea y simplista, ya que durante la baja Edad Media surgieron las primeras universidades, mismas en las que se discutían las obras de Aristóteles y se refutaban o se interpretaban para probar la existencia de Dios, durante toda ésta época, la construcción de conocimiento estuvo viciada no por el afán de descubrir, sino de demostrar con argumentos lógicos la verdad impuesta por la Iglesia.
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