Los comités de bioética en las universidades venezolanas, una reflexión
Enviado por Yubeira Zerpa • 6 de Febrero de 2024 • Ensayo • 4.298 Palabras (18 Páginas) • 90 Visitas
Los comités de bioética en las universidades venezolanas, una reflexión
Yubeira Zerpa de Kirby
HUMANIC
Los científicos sociales del siglo XXI somos herederos de los valores de racionalidad sobre los que descansan nuestras sociedades modernas. La ciencia en su desarrollo ha promovido cambios en los distintos modos de hacer y pensar que han sido clave en la construcción de esta trama social cada vez más compleja y multidimensional en la que los seres humanos nos movemos. La ética entendida como una forma del comportamiento humano, no ha sido ajena en esta evolución y hace un acompañamiento, a nuestro criterio, necesario en la búsqueda y aplicación de parámetros de evaluación y control que garanticen un desempeño correcto tanto del investigador como de su objeto de estudio, los hombres.
Al abordar el tema de la ética en la ciencia queremos acercarnos al punto ineludible de la necesidad de creación de comités de bioética en las universidades venezolanas. De allí que nuestro propósito a lo largo de las siguientes líneas apunta a reflexionar sobre los elementos previos a considerar para la creación de estos comités. Para ello en una primera parte definiremos cuál es la naturaleza de los comités de bioética, su inclusión en las universidades venezolanas y la posición por parte de la comunidad científica de someter a su evaluación, seguimiento y recomendaciones sus estudios.
El reconocer que la ciencia no puede separarse del contexto social y cultural y que los científicos son seres humanos que como los demás también poseen subjetividades, que se traducen en sueños personales, ideas, luchas, pasiones, entre otras, hizo saltar las alarmas y poner en la superficie las diversas maneras de evitar que los criterios de cientificidad se diluyeran en una laxitud donde la subjetividad se hiciera presente. No se puede negar que el hecho científico sea una construcción social y que como dijo Popper (1980) por la década de los treinta del pasado siglo, para ser científica una teoría debía ser refutable. Esto condujo a que los científicos construyeran sus teorías de manera tal que las experiencias pudieran comprobar su validez. Esto no permitía decir si una teoría era cierta, solamente si era falsa.
Desde el siglo XVII, ubicándonos en el tiempo conocido como modernidad, hasta nuestros días se mantienen prácticas de investigación conducentes a la búsqueda de la “verdad” en las distintas ramas del saber, siendo estas actividades los motores propulsores para la generación de nuevos conocimientos. Los modos de obtención de dicho conocimiento a lo largo de la historia han enfatizado en que se cumpla a carta cabal con “el método científico” y en muchos casos a partir de estándares previamente establecidos y reconocidos algunos con procesos más rígidos que otros. Pero no es sino hasta finales del siglo XX que se empieza hacer mayor hincapié en que esos estándares sean regularizados y que toda práctica científica que tenga un manejo directo con seres vivos, en especial con el ser humano cumpla con un estamento de ética académica.
El alma de todo ser humano viene a constituir la sede donde se alojan la voluntad, el pensamiento, los sueños, las ideas y de alguna manera también pareciera alojar el criterio de consciencia de lo que está bien o mal. El buen hacer, si se puede decir de esta manera, ha sido una de las preocupaciones que desde mediados del pasado siglo ha estado presente en el quehacer científico, mucho más en campos como la biología, la medicina y en general en la investigación que involucra a seres vivos. Sin embargo, las ciencias sociales no quedan exentas de estos procesos, dado que su objeto de estudio también tiene relación con el hombre.
La conciencia de estar haciendo el bien en algunos casos puede llevarse por el frente la preservación de la integridad de quién participa en una investigación. Estas omisiones, en algunos casos intencionales en otras no tanto, han llevado a que se haga un esfuerzo por tener comités de bioética.
El origen de la creación de los comités de ética se remonta a la preocupación que se cierne sobre la comunidad científica al ver los horrores cometidos en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) bajo el régimen Nazi, donde se sometieron a prisioneros a situaciones que los llevaron desde el sufrimiento hasta la muerte. Ante esta realidad la comunidad internacional se abocó a dar una respuesta que luego se manifiesta en lo que se conoce como el código Núremberg (1949/1964). “el eje principal de este código es garantizar –por sobre todas las cosas- el consentimiento voluntario de los individuos a participar en estudios científicos.” (García Meraz y Del Castillo Arreola, 2011:68)
En los años siguientes encontramos la concreción de iniciativas como la declaración de Helsinki (1968) adoptada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), modificada durante los años 1975, 1983, 1989, 1996, 2000 y 2002. El informe Belmont (1979) crea una serie de principios éticos para regular las prácticas de investigación en los seres humanos y desarrolla las directrices para asegurar que estas investigaciones se realicen de acuerdo con las normas establecidas.
En 2010 se da la Declaración de Singapur, en la que participan cincuenta y un (51) países, con la finalidad concretar el primer esfuerzo internacional para fomentar el desarrollo de políticas, directrices y códigos de conducta unificados, con el objetivo a largo plazo de fomentar una mayor integridad en la investigación en todo el mundo. Para 2013 destaca la Declaración de Montreal sobre la integridad en la investigación en el marco de Colaboraciones que Atraviesan Fronteras se desarrolló como parte de la Tercera Conferencia Mundial sobre integridad constituye una guía para la conducción responsable en la investigación. A pesar que no es un documento regulatorio ni representa políticas oficiales es de suma importancia porque toma en cuenta el cómo actuar correctamente cuando se trata de trabajos científicos que se dan por la vía de la colaboración entre grupos de investigación de diferentes países, reconociendo la cada vez más frecuente colaboración, multi, inter y transdisciplinaria de la ciencia en este nuevo milenio.
La idea que se tiene sobre el trabajo del científico desde la otra acera, es decir fuera de la red académica y del quehacer científico no siempre es acertada, tiende ajustarse a estereotipos, en gran parte negativos que alejan a los individuos de “esa gente rara” que busca cambiar el mundo. Al respecto traemos a modo de anécdota lo ocurrido a Dyson (2010) cuando se encontraba explicando en una conferencia, en un museo infantil en Vermont, los beneficios del uso de programas de selección asistida por ordenación y reproducción asistida por ordenador CAS-CAR (en sus siglas en inglés), dando un ejemplo sobre la posibilidad con esta tecnología de crear una mascota a la carta.
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