Creación Literaria “Las cosas suelen ser como parecen”
Enviado por sea_and_sun • 13 de Enero de 2020 • Ensayo • 5.130 Palabras (21 Páginas) • 134 Visitas
Marisol Martínez Verdejo 3°C Creación Literaria
“Las cosas suelen ser como parecen”
Un día soleado de noviembre estaba caminando por la acera, distraída, miraba los aparadores, entraba a las tiendas y pasaba la mano por cada prenda, sintiendo las telas y texturas pensando en que no había traído dinero para comprar nada, me encogí al sentir una mano posarse sobre mi hombro, una mano grande y áspera, al girar la cabeza ante mis pupilas se posó un hombre de aspecto atractivo, alto, con cabello negro cual carbón y piel blanca. “¿La puedo ayudar en algo?” me preguntó, y mi semblante seguramente cambió de miedo a deleite súbitamente, pero el nerviosismo invadió mi sistema y decidí sólo contestar: “No, muchas gracias” esbozar una pequeña sonrisa e irme.
Visité con frecuencia la misma tienda por dos meses aproximadamente, y cada vez que la campanilla de la puerta sonaba con mi llegada, aquel hombre, que ahora tenía nombre: Arthur, de 25 años, salía detrás del mostrador con una sonrisa casi perfecta, haciéndome quedar prendada de su mirada profunda y llena de secretos cada vez más. Al conocerlo, mis padres tuvieron una mala impresión de él y me obligaron a dejar de verle, pero yo no los escuché, cada día, después de salir de la escuela iba a visitarlo a su casa, ya que él había dejado de trabajar en la tienda, por unos problemas financieros que había tenido el dueño.
Unas semanas después del incidente con mis padres comencé a tener náuseas y a sentirme extraña, así que corrí a comprar una prueba de embarazo, la cual salió positiva, a la edad de 17 años una chica jamás pensaría en tener un hijo, pero yo estaba tan enamorada y obsesionada con la prohibición de mis padres con nuestra relación que decidí tener a mi bebé, se los comuniqué a mis padres, quienes me encerraron en mi habitación y por las paredes los oía hablar de entregar a mi bebé a un convento, así que, lo único que se me ocurrió en ese momento fue abrir la ventana y escapar con lo que había ahorrado en el año pasado y en ese, con un poco de ropa y mi loción favorita y huir de la dictadura en la que vivía.
Arthur me recibió con los brazos abiertos y entre el llanto y la desesperación le confesé que estaba esperando un hijo suyo, el me abrazó con una fuerza estremecedora y se sentó a mi lado, prometiéndome repetidas veces que jamás me dejaría, jamás…
A los ocho meses y veintidós días comencé con las labores de parto y en un pequeño hospital nació mi hija Míah, en ese momento la mezcla de sensaciones y sentimientos era indescriptible, no tengo ni la más ínfima idea de cómo explicar el amor que brotó de mi ser en el instante en el que la pusieron en mis brazos, frágil y ligera, succionando con fuerza su dedo pulgar y mirándome parpadeante con unos bellos ojos azules que contrastaban perfectamente con sus pequeños rizos rojizos brotaban en distintas direcciones.
Arthur perdió su departamento al pedir un préstamo para los gastos del hospital y los de la bebé, que terminó en una hipoteca que no nos podíamos permitir pagar, yo comencé a trabajar en un restaurante como mesera y Arthur a reparar autos lujosos en un taller donde le pagaban una miseria, pero éramos felices, nos amábamos y con el dinero que ahorramos por algunos meses compramos una casa rodante y nos instalamos en un parque de caravanas, yo cuidaba a Míah en las mañanas y cuando Arthur regresaba por la tarde yo me iba al restaurante, no nos faltaba nada y nuestra hija era muy feliz, nuestra forma de vida era como nuestro diamante, algo precioso que no cambiaríamos por nada.
Pero tuvo que cambiar
Arthur fue reclutado para ir a la Guerra del Golfo, donde se invadió Kuwait, las listas estaban pegadas en todos los lugares de la ciudad y se necesitaba que más hombres se decidieran a apoyar, yo le rogué que no se fuera, que escapara antes de que se los llevaran con los aviones y todo estallara, pero él se mantuvo firme con la idea de servir a su país, aparte de que la paga sería buena y el volvería como un héroe.
El 21 de abril de 1990 Arthur se fue con la tropa número 57, Míah no sabía lo que ocurría pues apenas tenía dos años y extrañó a su padre solo unos días, pero yo, tenía que fingir ser feliz para que mi pequeña lo fuera, intentando no pensar qué estaba pasando con el hombre que amaba, si estaba en peligro, si de momento le lanzarían una granada y todo acabaría allí y un General de División tocaría a mi puerta una mañana para entregarme una medalla por su valentía y heroísmo y lamentarse por mi pérdida, pasé casi tres años preocupada, en todo ese tiempo sólo recibí dos cartas y ese era mi único sustento que me daba esperanza. Un día de lluvia llegó
una carta proveniente de la Armada informándome que mi esposo regresaría a casa, había sido capturado por un grupo delictivo kuwaití y después fue liberado cuando 20 miembros de la tropa 23 entraron a aniquilar a los secuestradores.
Al volver a casa Arthur era un hombre casi irreconocible, tenía una cicatriz que recorría la mitad de su brazo, desde el hombro hasta el codo, algo había cambiado en su mirada, se veía en sus ojos la ira y la tristeza, sonrió al ver a Míah, que en ese entonces había cumplido cinco años, la tomó entre sus brazos y la levantó, ella se quedó asombrada, al parecer estaba recordando lo que podía acerca de él, dijo: “papi, te extrañé” a lo que él respondió con un beso en su mejilla. Al devolverla de una gran altura al suelo, se abalanzó sobre mí y no me soltó por unos cinco minutos.
Los días pasaron y se sentía extraña su presencia, casi ausente algunos días y otros se notaba mucho que le alegraba estar de vuelta… Pero ninguna de las dos sabía lo que nos deparaba el tiempo. Salimos un lunes de verano por la tarde, los tres, Míah y yo fuimos por un helado, Arthur se quedó sentado en una banca, y cuando volvimos, él se había ido, lo buscamos mientras el calor del sol derretía el helado y lo hacía resbalar por el barquillo, pero no hubo rastro, así que tomamos un taxi y volvimos a casa, solas, como ya nos habíamos acostumbrado.
Eran las dos de la mañana cuando escuché el repiqueteo de las llaves intentando introducirse en la cerradura, me levanté de la cama lentamente para no despertar a Míah… cuando logró abrir la puerta se tambaleó y dio tres fuertes pisadas. Allí comenzó nuestra pesadilla.
- ¿Por qué me miras así? Maldita zorra, sólo fui por unos tragos y se me fue el tiempo, hazte a un lado.
Pasó junto a mí, me empujó y siguió su camino hacia la habitación, se tiró horizontalmente en la cama, como advirtiéndome que no quería dormir conmigo y me dirigí hacia el cuarto de Míah. Pasaron los días y su costumbre de ir al bar y sentarse solo en la barra creció, mientras se volvía más amargado y violento, el alcohol sacaba lo peor de él, pero lo amaba, era mi héroe, me había sacado de mi palacio de cristal para vivir la vida como en realidad es, cruda y difícil, era un amor demasiado tóxico, pero era como mi oxígeno y cada vez que me alejaba un poco, el me atraía de nuevo como imán al disculparse conmigo por golpearme y tratarme como lo hacía y como siempre, yo pensaba que podría cambiar.
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