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El Regreso del Joven Principe Resumen


Enviado por   •  7 de Noviembre de 2022  •  Resumen  •  5.961 Palabras (24 Páginas)  •  398 Visitas

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Viajaba solo en mi automóvil por una solitaria carretera de la Patagonia, tierra que debe su nombre a una tribu de indígenas que, supuestamente, se distinguían por tener sus pies desproporcionadamente grandes, cuando de repente vi, a un costado del camino, un bulto de aspecto extraño. Allí, a centenares de kilómetros del pueblo más cercano, en medio de un páramo en el que no podía verse ni una sola casa, ni una verja, ni un árbol, un jovencito dormía plácidamente sin la menor preocupación en su rostro inocente. El conjunto confería al muchacho un aire principesco, incongruente en aquellas latitudes. Me quedé allí parado un rato, perplejo ante lo que para mí representaba un misterio inexplicable.

Con algunas dificultades, lo tomé entre mis brazos y lo deposité sobre el asiento del acompañante. Al volver a dejar su mano lánguida sobre el asiento, pensé que, de no haber estado tan influido por las imágenes de seres alados, habría creído encontrarme en presencia de un ángel descendido a la Tierra. Luego me enteraría de que el muchacho estaba exhausto y al límite de sus fuerzas. Cuando reanudé la marcha, pasé un largo rato pensando cómo los adultos, con sus advertencias para protegernos, nos alejan de los demás, a tal punto que tocar a alguien o mirarlo a los ojos provoca una incómoda aprensión.

Comió y bebió sin decir palabra. Por mi naturaleza ansiosa, rebosante de curiosidad y de deseos de ayudar, todavía hoy me asombra haber sido capaz de permanecer en silencio aquellos diez interminables minutos, mientras esperaba que el joven recobrara las fuerzas. Como lo había encontrado en el lado derecho de la carretera, había dado por supuesto que viajaba en dirección al sur, pero en realidad lo más probable era que estuviese tratando de llegar hasta la capital, que se hallaba hacia el norte. Cuando volví de nuevo la mirada hacia él, era demasiado tarde.

Esta vez no malgastaría demasiado tiempo y vida preguntándome qué dirección tomar. En estos pensamientos andaba sumido cuando, transcurrido un largo rato, sentí de repente que un par de ojos azules me observaban con curiosidad. No supe qué responder y el silencio nos envolvió mientras el coche continuaba su marcha por la tiránica franja gris. Sin embargo, el joven continuó en silencio.



Al fin, al ver que no podía escapar de su mirada penetrante, intenté construir una explicación por mí mismo. Hay quienes no encuentran la llave, y no porque les falte imaginación, sino porque no quieren probar dos o tres veces las llaves que tienen, y en ocasiones ni siquiera lo intentan. Quieren que les pongan la llave en la mano o, aún peor, que venga alguien a abrirles la puerta. Tampoco debemos resignarnos a vivir de este lado de la puerta, soñando con lo que podría haber más allá.

Debemos estar dispuestos a abandonar la comodidad de nuestra posición y enfrentarnos a los problemas una y otra vez, hasta tener la satisfacción de resolverlos para poder cruzar esa puerta y avanzar. Al mirar el indicador del nivel de gasolina, me embargó el repentino temor a no tener suficiente para llegar a la próxima estación de servicio, situada a muchos kilómetros. Por desgracia, mi coche no estaba equipado con esos modernos sistemas que indican cuántos kilómetros se pueden recorrer con el combustible que queda. Y si perseveras en probar todas las llaves de que dispongas, al final terminarás por abrir la puerta.

Como lo había animado a seguir preguntando, nada iba a impedir al muchacho seguir haciéndolo hasta el final. Lógicamente, el obstáculo seguirá siendo el mismo, pero abordado ahora con una mirada positiva que, agudiza la inteligencia y abre paso a futuras soluciones. Debes dar gracias a la Providencia por encontrar dificultades de vez en cuando. Si contemplas los obstáculos de tu vida de esta manera favorable, perderás menos tiempo quejándote y tendrás una vida más plena. Lo que él quería era salvar a una única flor, y cuando una flor es única, ni todas las estadísticas ni los libros de jardinería del mundo proporcionan consuelo. Por un instante lo embargó la emoción, y observé cómo se le humedecían los ojos. Fue en ese momento, al tratar de imaginar la figura del aviador al que sonreían las estrellas, cuando me di cuenta de quién era mi acompañante. En ese mismo instante, como si acudiera a nuestro rescate justo cuando el motor del coche absorbía los últimos litros disponibles de combustible de la reserva del depósito, apareció ante nuestros ojos una gasolinera. Príncipe fuera a refrescarse al baño.

Su rostro mostraba tristeza, incredulidad, rabia y nuevamente tristeza, todo en rápida sucesión. En su profundidad, aquellos ojos transparentes parecían estar ardiendo, tal vez de esperanza. Cuando finalmente habló, lo hizo con el tono apagado de la resignación. Me sentí aliviado al ver que el Joven Príncipe daba comienzo a su relato, como si mi oponente pasase por alto la jugada que me hubiera puesto en jaque mate.

Es un precioso cordero blanco que me regaló mi amigo en la Tierra. Como puedes ver, el cordero sobrepasa la cintura de un niño. Si me lo hubieras consultado, te habría explicado que los corderos, incluso los recién nacidos, miden más de los veinte centímetros que tiene la caja. En aquel mismo momento, el mundo del Joven Príncipe se desmoronó a su alrededor.

Fue el día más triste de su vida. Pero sin mi cordero, los días se hicieron más largos y los anocheceres más tristes. Una noche, el Joven Príncipe tuvo un sueño real y conmovedor. Se encontraba junto a su amigo que pilotaba un avión, recorriendo maravillosos paisajes de la Tierra.

Había montañas majestuosas separadas por valles encantados, donde ríos cristalinos reflejaban de vez en cuando la sombra del avión. El Joven Príncipe no tenía ninguna pregunta que hacer y su amigo ninguna explicación que darle. Se limitaban a observar las maravillas que tenían ante sus ojos y a sonreír, señalando uno al otro, cosas dignas de atención, para reír nuevamente. De repente, su amigo comenzó a dar la vuelta y le indicó que iban a aterrizar sobre una colina cubierta de hierba.

El aterrizaje fue perfecto, como si la Tierra hubiera ablandado su corteza para ofrecerles una afectuosa bienvenida. Cuando el Joven Príncipe, conmovido, quiso acercarse a su amigo para abrazarlo, despertó solo en su oscuro y silencioso planeta. Se encontraba pálida y marchita, como si la falta de atención del joven la hubiera consumido. Unos peligrosos brotes de baobab asomaban a un lado del camino y la tierra había comenzado a vibrar, seguramente porque se había descuidado la limpieza de los volcanes.

Se disponía a marcharse cuando se encontró con la hierba. El Joven Príncipe no dijo nada para no alarmarla, pero sus ojos le revelaron lo que la hierba quería saber. El Joven Príncipe dudó un momento, pero la decisión ya estaba tomada. Finalmente llegué a la Tierra, a este lugar tan solitario.

Los animales y las flores ya no me hablan, como cuando era un niño. Pero te equivocas al decir que no puedo ayudarte. El Joven Príncipe adoptó inmediatamente una postura defensiva. Puedo ayudarte a recuperar todo lo que has perdido y más.

Y la verdad es que, aunque ahora te sientas abrumado por ella, tampoco es el fin del mundo. En primer lugar, tuviste el coraje de abandonar la aparente seguridad de tu planeta para salir al universo en busca de la solución. En segundo lugar, a pesar de sentirte al límite de tus fuerzas, lograste ubicarte de tal forma que alguien pudiera ayudarte. Si quieres, podríamos ver tu propia dificultad.

Y digo dificultad porque sé que puedes superarla y, aunque no lo creas, la clave para resolverla está en ti. « Pero supongamos por el momento que tu amigo te hubiera engañado. Esto justificaría que estuvieras enojado con él, desilusionado e incluso triste, pero no el hecho de que hayas dejado de disfrutar la belleza de la flor, la poesía de las puestas de sol o la música de las estrellas». Probablemente el cordero ya no podía alegrarte y la flor, tan centrada en sí misma, ya no era capaz de ofrecerte consuelo.

Posiblemente tu realidad entera se había vuelto insípida y lo único que sostenía la placidez de tus días era la nostalgia por tu amigo ausente. En realidad, tu mundo ya estaba vacío, como la flor que se había marchitado antes de que tú partieras. El supuesto engaño de tu amigo. El supuesto engaño de tu amigo no fue más que el desencadenante, pero de ningún modo la causa de tu situación actual.

Incluso del sueño de la vida despertamos con la muerte, o quizá al revés. Con toda seguridad te digo que tu amigo te regaló el cordero más hermoso del mundo, el que imaginabas en tu fantasía, el único que podías cuidar y que podía acompañarte a tu pequeño planeta. No cabe duda de que era más real y tenía más vida que el que viste en la fotografía, porque este era solo un cordero, mientras que el que estaba en la caja era tu cordero. Entonces me detuve, porque al volverme un momento hacia mi joven acompañante me di cuenta de que se le habían llenado los ojos de lágrimas, como si hubiese sentido durante mucho tiempo el deseo de llorar.

Joven Príncipe para que pudiera verla. Se produjo un fuerte impacto contra la parte delantera, el coche dio una sacudida y, al pisar el freno, pude ver por el espejo retrovisor un animal blanco tirado en el asfalto, presumiblemente una oveja. El Joven Príncipe me miró como si no entendiera lo que estaba haciendo y se encaminó en dirección contraria. Después de un impacto como ese, debe estar muerto.



Sus palabras resonaban en mis oídos mientras me inclinaba y verificaba que el único daño aparente era una abolladura en el paragolpe. El Joven Príncipe había logrado hacerme sentir, al menos por un momento, que mi corazón era más duro que esa pieza de metal, que, a pesar de su frialdad, al menos había tenido la clemencia de ceder y doblarse. Al acercarme, vi que había colocado sobre su regazo la cabeza de un enorme perro blanco, al que abrazaba y acariciaba. La escena era de una gran ternura, a pesar de los gemidos del animal moribundo.

Levanté los ojos y vi que un hombre corpulento se nos acercaba desde una cabaña cercana, con el rostro ensombrecido y un aspecto amenazante. Deduje que sería el propietario del perro. Pensé que sería prudente retirarse para evitar una discusión inútil y le dije a mi joven amigo que era mejor que nos marcháramos. Pero él no se movió y continuó acariciando al aterrorizado animal, que a todas luces estaba agonizando.

El hombre seguía acercándose, así que, al detectar el posible peligro, pensé que lo mejor sería ofrecerle alguna compensación. Cuando llegó a nuestro lado saqué la cartera y musité unas palabras de disculpa, pero él, con un gesto de repugnancia, me indicó que no me moviera y permanecimos los tres en silencio durante unos minutos dolorosos. Incluso hoy, la imagen de aquel perro continúa grabada en mi memoria. Mi nuevo amigo tenía razón.

Mientras el Joven Príncipe lo miraba a los ojos amorosamente, el colosal perro blanco comenzó a perder el miedo, porque ya no se sentía solo. Tuve la sensación de que ese hombre rústico también percibía el cambio. Al final, su mirada casi humana parecía querer dar las gracias. El Joven Príncipe continuó acariciándolo unos minutos más.

Cuando tuvo claro que la vida lo había abandonado, se volvió por primera vez hacia el hombre, con los ojos llenos de lágrimas. Este, con inesperada ternura, posó una mano curtida sobre los cabellos dorados del muchacho y, tras apartarlo con delicadeza, tomó al perro muerto entre los brazos. Es más, la mayoría de las personas ni siquiera se hubiesen detenido, y de hacerlo, en lugar de ofrecer sus disculpas y una compensación económica como en mi caso, habrían increpado al dueño del animal por dejarlo suelto y poner en peligro de accidente a los automovilistas. También me preocupaba lo que podía pasarle al muchacho, como si estar en compañía de otro ser humano fuese más peligroso que dejarlo abandonado al borde de la carretera, donde aquel mismo día lo había encontrado.

Pensé que a menudo actuamos bajo la influencia del miedo y la desconfianza, en lugar de dejarnos guiar por un amor que con frecuencia reprimimos. Nada en el mundo nos es ajeno, ni su dolor ni su alegría, porque no deja de ser un mundo sufriente aunque haya placer, ni deja de ser placentero aunque haya dolor. Cuanto más se conoce el sufrimiento, más se disfruta luego de la felicidad. De repente vi que el Joven Príncipe regresaba solo, caminando como si llevara algo entre los brazos.

Al acercarse a mí, comprobé que era un precioso cachorro blanco. Era un milagro de amor y la primera lección que recibía del Joven Príncipe. Yo había compartido con él mi experiencia por medio de palabras y él, como un verdadero maestro, me mostraba la sabiduría en silencio. Nunca como en aquel instante vi con tanta claridad que un centenar de libros sobre el arte de amar no añaden nada a un simple beso, ni un centenar de discursos sobre el amor, a un solo gesto de cariño.

Lo voy a llamar Alas, en recuerdo de mi amigo aviador, porque es tan blanco y tan suave como las nubes. Después de cenar logramos que se permitiera a Alas compartir la habitación con nosotros. El cachorro solo se tranquilizó cuando mi joven acompañante lo subió a la cama con él y lo abrazó sobre su pecho. Una leve sonrisa se insinuó en el rostro del Joven Príncipe.

Supe que cuando alzara el vuelo en sus sueños, Alas iría con él. A la mañana siguiente volvimos temprano a la carretera, asombrados por la inmensidad que se abría ante nosotros. Príncipe acariciaba distraídamente a Alas, cobijado en su regazo. Advertí que algo lo preocupaba, pero respeté su silencio.

Cuando somos jóvenes salimos al mundo, un mundo muy distinto al que conocimos cuando estábamos con nuestros padres, al menos quienes tuvimos la suerte de que nos contaran cuentos de hadas con poderes mágicos e historias de príncipes y princesas en castillos encantados. Tratamos de defendernos y de preservar nuestra inocencia, pero la injusticia, la violencia, la superficialidad y la falta de amor nos atormentan. Y entonces nuestro espíritu, en lugar de propagar luz y felicidad a su alrededor, comienza a temblar ante el avance doloroso pero implacable de la realidad. Algunos llegan a abandonar el tesoro de sus sueños y afirman su vida en la ilusoria seguridad del pensamiento racional.

Se convierten en personas serias, que adoran los números y las rutinas, porque les proporcionan una aparente seguridad. Sin embargo, como la seguridad nunca termina de ser completa, no consiguen ser felices. El «tener» no los hace felices, porque los aleja del «ser». Siguiendo este razonamiento, podemos ser felices sin cambiar, solo consiguiendo esto o aquello.

Además la gente únicamente sabe lo que quiere a continuación, cuando está próxima a conseguir lo que quería. Entonces lo que era su objetivo final no lo es en realidad y así malgastan la vida en una búsqueda inútil, saltando de una cosa a la otra, como si estos objetos fuesen las piedras de un río que nunca llegarán a cruzar. Concentrarse en vivir, sentir y amar cada momento, y no obsesionarse tanto con el objetivo final del viaje. Lo más importante es estar plenamente atento y consciente, con los sentidos despiertos, con toda nuestra capacidad de amar intacta, para ser, disfrutar y crear, aquí y ahora, sin quedar atrapados en el pasado ni en el fut. Lo más importante es estar plenamente atento y consciente, con los sentidos despiertos, con toda nuestra capacidad de amar intacta, para ser, disfrutar y crear, aquí y ahora, sin quedar atrapados en el pasado ni en el futuro. Príncipe, supongo que porque el recuerdo de la flor y de su amigo eran muy importantes para él. Lo que debes evitar es aferrarte a ese pasado, que es seguro, porque podrías quedar atrapado en él y negarte a vivir las experiencias del presente. Sin embargo, resulta extraordinario comprobar la cantidad de gente que queda atrapada tratando de revivir las mismas experiencias.

En esto, el hombre se parece a aquel animal que regresa una y otra vez al lugar en el que una vez encontró comida, hasta morir de hambre, simplemente por no explorar un poco más allá. Cuando finalmente el Joven Príncipe habló, me tomó por sorpresa. Primero, la necesidad de «alguien como él», que me haría no reparar en otras personas distintas pero quizá igualmente nobles e interesantes. Segundo, la cuestión de la «seguridad», porque nunca estaría totalmente seguro de haber encontrado a alguien idéntico a él.

Y tercero, la «búsqueda», que haría que me centrase en un suceso futuro, en alguien que podría llegar a conocer, sin valorar a quienes ya están a mi lado. Mientras el automóvil continuaba devorando con calma la carretera como si fuese un interminable fideo gris, sentí que disminuía mi ansiedad por llegar, pues comenzaba a disfrutar cada momento de aquel viaje. Como era casi la hora de comer y temía que Alas pudiera dejar un principesco regalo sobre la capa de mi amigo, decidí parar en un restaurante que apareció de repente a un lado de la carretera, frente al cual estaban estacionados un par de vehículos. Al entrar noté que, desde una mesa donde almorzaba una familia, cinco pares de ojos infantiles miraron asombrados el atuendo del Joven Príncipe.

Me di cuenta de que la reacción de los niños perturbaba a mi amigo, que se sentó de espaldas a todos ellos. Los esfuerzos del padre por tranquilizarlos, agitando la pata de pollo que tenía en la mano, no dieron demasiados frutos, dado que también él estaba intentando resolver el misterio de nuestra pintoresca apariencia. Mis comentarios durante la comida estuvieron enfocados a reforzar la autoestima de mi amigo, un poco afectado debido a la reacción provocada por algo tan trivial como la vestimenta. Le hablé de la importancia de las diferencias y la variedad, que eran el único modo de enriquecer un grupo.

Lo bueno es que llamarás la atención de muchos y lo malo, que algunos de ellos se alejarán de ti para siempre. En el segundo caso, en cambio, no llamarás la atención y mucha gente ni se enterará de tu existencia, o lo harán mucho después. Recuerdo haber respondido que solo creo en la grandeza de una persona si es aceptada como tal por gente que la conoce, porque si consigues transmitir de verdad algo importante, aunque únicamente sea al pequeño grupo que te rodea, puedes estar seguro de que esa luz se abrirá paso a través de un horizonte de tinieblas, al igual que el resplandor de una estrella lejana atraviesa miles de años de oscuridad para llegar hasta nosotros. Así fue como el Joven Príncipe decidió cambiar su vestimenta, y cuando salimos de una pequeña tienda del pueblo, llevaba ropa juvenil, zapatillas deportivas y una gorra puesta del revés, bajo la que asomaban los dorados mechones de su hermoso cabello.



Príncipe que perdonéis mi intervención, porque de ahora en adelante será imposible reconocerlo a primera vista. Aunque sé, sin embargo, que no tendréis dificultad en identificarlo aquellos que mantengáis bien abiertos los ojos del corazón. Otras veces son personas obsesionadas con el control, que manipulan la realidad y la ordenan con relación a sí mismas. Juzgan a las demás personas y las clasifican, colocándolas en pequeños nichos físicos y mentales de los que difícilmente podrán moverse.

De este modo paralizan la ilimitada riqueza transformadora del universo y del amor humano. Si los padres pusieran tanto empeño en instruir a sus hijos en el amor como lo ponen en exigirles orden y disciplina, el planeta sería un sitio mucho más agradable para vivir. La contaminación del planeta, la extinción de las especies vegetales y animales, el agotamiento de los recursos naturales y muchos otros casos son ejemplos negativos de la disciplina y el orden humano. En mi viaje anterior conocí a un hombre que pretendía controlar las estrellas.

Hay tanta gente en la Tierra que no parece haber otro modo de identificarnos. Le pido a Dios que el resultado no termine restringiendo la libertad de cada ser humano. Por eso los seres humanos no podemos dar lo mejor de nosotros mismos, como el amor o la creatividad, si no somos libres. Si supiera lo que es Dios, lo sabría todo.

Lo que más me avergüenza es que, aún hoy, la gente, en su ignorancia, sigue matándose por las diferentes respuestas que puede ofrecer esta cuestión. Aunque últimamente ha sucedido algo todavía peor: la gente ya no se pregunta sobre

Dios en los espacios silenciosos de su mente, como si ya no les importara por qué razón están vivos. En este sentido, todo lo que conduzca a la inmovilidad y la falta de espontaneidad va en contra de la renovación que caracteriza a la vida. Después de todo, es fácil comprobar que no hay nada tan ordenado y seguro como un cementerio. Pero el orden que realmente importa es el del espíritu, que debe estar orientado hacia Dios, puesto que de Él venimos y hacia Él vamos.

Verás, no puedo decir que lo que creo sea una verdad absoluta, sino solo que es un conocimiento que a mí me ha resultado útil en la vida. Mi experiencia está formada por todo el tiempo que he tenido para cometer errores y por mi capacidad de sobreponerme a ellos. Si eres inteligente, lograrás incorporar a tu experiencia los errores cometidos por otros, sin necesidad de repetirlos. Los libros, los maestros y las historias de otras personas pueden abrir caminos, pero al final eres tú el que ha de decidir qué conocimientos debes aceptar.

Por mi parte, me resultaba más fácil imaginar, como lo había hecho Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, que el dedo de Dios se extendía hacia los hombres y no a la inversa. Por desgracia, nuestra sociedad ha sobrevalorado el conocimiento deductivo racional, que es más lento y, aunque puede resultar útil en la ciencia, no es fácil de aplicar a los asuntos humanos. En cambio, el conocimiento intuitivo es instantáneo e integral. Lo que sucede es que la gente seria a la que le gusta el orden, en la mayoría de los casos, detesta las sorpresas y todo aquello que escapa a su control.

Les gusta vivir en un mundo que gira en una órbita exacta y predecible, un mundo sin magia y sin asombro. El cielo escribe en su bóveda el epitafio que merecen con estrellas fugaces. Así que se quedan en el exterior, como marionetas sin hilos que las manejen, como fantasmas que no saben quiénes son, de dónde vienen ni hacia dónde van. Su mundo vaga sin rumbo y, con el paso del tiempo, se vuelve tan frío como un cometa errante.

Para mí, los fantasmas son las personas que no tienen corazón. Da lo mejor de ti en todo lo que hagas, de modo que refleje tu espíritu, y ofrece lo mejor de ti a cada persona, para que refleje tu amor. Verás que el mundo se convierte en uno de esos espejos de aumento, que refleja y te devuelve en mayor medida todo lo que desinteresadamente diste. Porque la única manera de rodearte de sonrisas es sonreír y la única manera de rodearte de amor es darlo a los demás.

Llega un momento en que te encuentras entre un mundo centrado en ti, en la infancia, y un mundo abierto a los demás, en la madurez. Ama tus sueños, para poder construir con ellos un mundo cálido y hermoso, lleno de sonrisas y abrazos. Será un mundo en el que desearás vivir, y que girará en una órbita multicolor. Si de verdad crees en él y lo vas construyendo poco a poco con cada gesto cotidiano, ese mundo se volverá posible para ti.

Y será la recompensa a tus merecimientos, porque nunca he visto a nadie disfrutar plenamente de una felicidad inmerecida. Solo las personas que aman de verdad son como estrellas, y su luz sigue brillando sobre nosotros después de que se hayan ido. Lo único que puedo ofrecerte son las cosas que he aprendido en mi vida, un puñado de verdades que, como todas las verdades, solo pueden transmitirse a través del amor. Tú, como todos nosotros, llevas en tu interior la capacidad de amar y es todo lo que necesitas.

Cuando tengas dudas, busca dentro de ti, y si tienes la paciencia suficiente, siempre hallarás la respuesta. Las normas de la casa hicieron que Alas durmiera solo aquella noche, en un pequeño aunque confortable cuartito. De todas formas pensé que a mi amigo no le sería fácil separarse física y emocionalmente de aquel cachorro. Sin embargo, con el transcurso de la cena, tal vez a causa del cansancio de niños y adultos, la atmósfera en su mesa fue volviéndose tan desagradable que nos hizo sentir muy incómodos por la agresividad y violencia apenas contenida.

Todo esto afectó profundamente a mi joven amigo, poco acostumbrado a las peleas familiares, hasta el punto de que pareció perder las ganas de comer. El gesto y la actitud del Joven Príncipe fueron tan conmovedores que los padres se quedaron sin habla. Cuando por fin pudieron reaccionar y trataron de rechazar el obsequio , Alas ya formaba parte de sus vidas. Alas estuvo a mi lado, brindándome felicidad cuando más la necesitaba.

Con esta reconfortante experiencia llegaba a su fin la segunda jornada de nuestro viaje. Una vez más, sentí que el Joven Príncipe había superado con un solo gesto todas mis prolijas explicaciones. Al abrir las cortinas lo vi de pie y solo junto a la orilla del lago, tan inmóvil como sus aguas. Tras un cuarto de hora por un camino de tierra, abrigado por la sombra de cedros, abetos y araucarias, estábamos próximos al lindero del bosque. En cuanto lo hice, salió de él y se adentró unos veinte metros en el bosque sin decir una palabra más. No podía creer que alguien fuera capaz de abandonar a una criatura tan tierna.

Alas gemía y temblaba mientras, dominado por el miedo, lamía desesperadamente las manos y la cara del Joven Príncipe. La alegría que había sentido al vernos de nuevo era más que evidente. Tantas emociones habían dejado al cachorro sin fuerzas y, en cuanto reemprendimos la marcha, se quedó dormido sobre el regazo del muchacho, que continuó acariciándolo durante largo rato. Ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio, como si no hubiera palabras apropiadas para aquellas circunstancias.

El Joven Príncipe continuó en silencio, como si no me hubiera escuchado. Y me siento culpable por haber dudado de las buenas intenciones de mi amigo. Aunque parte de la culpa de eso la tiene la hierba. Escucha bien, porque voy a confesarte el secreto de la felicidad.

Aunque no he descifrado ningún manuscrito antiguo ni he accedido a la cámara prohibida de una misteriosa pirámide, estoy convencido de que esta verdad, como todas las grandes verdades, es evidente en sí misma y sencilla. No puedes perdonar sin amar, porque tu perdón nunca superará la medida de tu amor. Y por último, es imposible amar y perdonar a otros sin amarte y perdonarte a ti mismo primero. Por lo tanto, para amarte y perdonarte a ti mismo, basta que sientas el deseo de superarte y aceptes que has hecho siempre lo mejor que has podido.

El amor verdadero es libre y no conoce límites. Otras, por medio de la meditación, podemos llegar a darnos cuenta de que poseemos un alma inmortal e intuir el amor de su Creador. Hay gente que, después de haber leído los Evangelios, siente que Jesús amaba a toda la raza humana con perfección absoluta, hasta el punto de ofrecer su vida para liberarnos del miedo a la muerte y enseñarnos así que todos somos seres espirituales sumidos en una experiencia humana. Otros descubren, a través de las palabras de maestros iluminados, una compasión absoluta hacia todas las criaturas vivientes.

Si la buscas con sinceridad, acabarás por hallar una razón para amarte y descubrirás que eres una criatura única y maravillosa. Yo hablaba con gran convicción, poniendo toda la energía posible en mis palabras, consciente de que no existe conquista más compleja, ni al mismo tiempo más sublime, que sanar un corazón herido. Él me escuchaba sumido en un profundo y respetuoso silencio. Ellos son rápidos para perdonar, de lo contrario, la vida sería una sucesión de odios y venganzas interminables.

Y si dudas de la existencia de Dios, pregúntate qué ganas al no perdonarte. Además, has seguido tu voz interior, tal como debías, en busca de tu amigo aviador, para preguntarle por qué te regaló una caja en la que no podía caber un cordero. Continuó en silencio. Estaba inmóvil, con los ojos entornados.

Incluso había dejado de acariciar a Alas. Sentí sobre mí la fuerza de la atención del Joven Príncipe, como si su misma vida dependiera de cada una de mis palabras. Las palabras acudían a mi boca sin ningún esfuerzo, guiadas por un conocimiento que parecía ajeno a mi voluntad. Seguramente no, porque no hacía más que cumplir con aquello para lo que fue creada, es decir, ser una hierba.

Pero si tuviese que elegir, diría que, dado que existen, por fuerza deben ser buenas. La verdad es que, sin dificultades, sería imposible mejorar como seres humanos y descubrir nuestro verdadero ser. Respiré profundamente y dejé que siguiéramos nuestro viaje matutino en silencio. Es paradójico que algunas personas crean que, al perdonar a otros, les están concediendo un beneficio, cuando en realidad el que más se beneficia del perdón es el que lo concede.

Nos habíamos detenido allí para almorzar, y cuando nos dirigíamos al comedor, vimos a través de unas puertas abiertas que el gran salón de convenciones estaba lleno de gente. Dirigí una mirada de vago interés hacia el estrado y descubrí con sorpresa que el orador era el padre de la familia que habíamos encontrado el día anterior. Estaba terminando un discurso en el que se postulaba como candidato, aunque nos fue imposible saber para qué puesto o función.

Entonces sus ojos se encontraron con la mirada clara y penetrante de mi amigo el

Joven Príncipe. Me consumió el deseo irresistible de desenmascararlo en público, de decirle a todo el mundo que aquella misma mañana nos había decepcionado al abandonar a un cachorrito indefenso. Comprobé con repugnancia que el rostro del hombre no mostraba culpa ni vergüenza, posiblemente porque esas emociones requerían un ápice de humanidad. Sin embargo, en la expresión del Joven Príncipe no había ni el menor rastro de rencor o dureza, solo una gran luminosidad tan intensa que ninguna sombra hubiera podido eclipsar.

Estábamos a punto de comenzar a comer cuando el hombre entró y, al vernos, se encaminó directamente hacia nuestra mesa. Mi joven amigo no se arrepintió de nada. Yo había perdido el habla, incapaz de decir nada, como un niño sorprendido en una travesura. Mientras se alejaba, la voz del Joven Príncipe lo detuvo.

Aquella tarde, mientras conducía, me prometí que la próxima vez que tuviera dudas, intentaría pensar lo mejor de la gente y no al contrario. Me he dado cuenta de que no importa cuántas veces te decepcionen, porque como he decidido que la siguiente persona que conozca será digna de mi amor y mi confianza, soy una persona más feliz y el mundo me parece un sitio mejor. Mis expectativas positivas con respecto a la gente y a las circunstancias han atraído hacia mí a gente y circunstancias que me son favorables. Al mirar de reojo al Joven Príncipe, vi que su expresión era serena. Por un instante sentí que el muchacho había sospechado la verdad desde el principio y no había hecho nada para librarme de mi error, pero la aparté de mi mente.

Al poco tiempo retomábamos la carretera que, tras atravesar un valle, nos llevaría a la ciudad. Allí me esperaban unos amigos para que fuese el padrino de su primer hijo. Durante aquel tercer día, el Joven Príncipe apenas pronunció palabra. Trataré de darte algunas ideas de lo que sería la vida con, o sin, amor y felicidad, para que luego puedas buscar tu propio camino.

Y hacerlo apasionadamente, ya sea en el trabajo, en el arte, en la amistad, en los deportes, en la ayuda a los demás o en el amor. Solo nuestra inteligencia puede satisfacer estas necesidades de manera armoniosa según nuestra personalidad y el propósito de nuestra vida. Por el contrario, hace falta atención y esfuerzo diario para alcanzarla. Debe de ser casi imposible hacerlo de las vías.

La felicidad deriva del ser y no del tener, de admitir y apreciar todo lo que ya se posee y no de tratar de obtener aquello que no se tiene. Muchas veces, aquello que nos falta puede ser fuente de felicidad, porque permite que otros nos complementen. Alguien dijo en una ocasión que no es nuestra fortaleza lo que nos mantiene abrigados por la noche, sino nuestra ternura, que hace que otros deseen protegernos. Todos tenemos capacidad de ofrecer amor, aunque sea por medio de una sonrisa, que enriquece tanto al que la da como al que la recibe.

Para ese amor, capaz de aceptarlo todo y perdonarlo todo, no hay nada imposible. Este es un amor altruista, que perfecciona todo cuanto se encuentra en su camino y no deja que nada quede indiferente. Y si eso es lo único que te queda, descubrirás que el amor es más que suficiente. La falta de amor es el infierno.

El único error de verdad es no volver a intentarlo una y otra vez, de maneras diferentes y creativas, porque si te limitas a repetir lo que ya has hecho, solo conseguirás lo que ya habías obtenido. Es un gran error, porque no es tarea nuestra juzgar los méritos ajenos, lo que además es sumamente complicado, nosotros solo tenemos que amar. Habíamos llegado a las afueras de la ciudad, donde mis amigos estarían esperándome. Pero nadie estaría esperando al Joven Príncipe, ya ni siquiera en su propio planeta.

La idea me entristeció, así que lo invité a continuar a mi lado. Un vagabundo se acercó al coche y extendió hacia nosotros la palma de la mano. Cuando el muchacho bajó la ventanilla, ambos percibimos un fuerte olor a alcohol. Bueno, pues aquí tenemos a alguien que nos pide ayuda.

Creo que es una gran idea. Voy a pasar la noche aquí. Ve con los amigos que te esperan. Y con estas palabras, bajó del coche y fue a sentarse junto al vagabundo.

Al ver que estaba indeciso sobre si arrancar o no, resistiéndome a la idea de abandonarlo allí, me hizo un gesto para que me marchara. No podía dejar de pensar en el Joven Príncipe y en las circunstancias en las que nos habíamos separado. Las probabilidades de que pudiera entablar una conversación racional con el vagabundo eran remotas, porque cuando alguien decide tomar un camino de autodestrucción es muy complicado apartarlo de él. Sin embargo, mi amigo era capaz de hacer fácil lo imposible, si es que había algo imposible para aquel corazón puro y aquella sonrisa transparente.

Pero aun así, sentado en esa esquina, con su gorra del revés, tenía el mismo aspecto que cualquier otro muchacho sin hogar.



Joven Príncipe se fue desdibujando en mi cabeza, como una espina que ya no causa dolor. Era una agradable noche de primavera, aunque la brisa llegaba un tanto fresca. La intranquilidad que sentía en la boca del estómago se disolvió al verlo charlando con el vagabundo, como si fuesen amigos de toda la vida. Salió de la consulta totalmente desesperado y, para ahorrarle a su familia el sufrimiento, decidió poner fin a su vida.

Afortunadamente no tuvo el coraje o más bien la cobardía de hacerlo, así que comenzó a caminar, subió al primer tren que encontró y viajó hasta aquí, donde decidió renunciar a todo.

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