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LA NOCHE BOCA ARRIBA JULIO CORTÁZAR


Enviado por   •  10 de Marzo de 2019  •  Tarea  •  1.622 Palabras (7 Páginas)  •  284 Visitas

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LA NOCHE BOCA ARRIBA

JULIO CORTÁZAR

Fecha de Publicación: 09 NOVIEMBRE 2017

Tipo de Texto: LITERARIO

Características del tipo de texto.

        El texto que escogí está basado en un recuento de los hechos entre realidad y fantasía, trata de captar la atención del público con anécdotas  o experiencias del personaje principal de la historia y como este hace saber el estado de ánimo y el sentir hacia su inminente final.

Ideas principales del texto.

1.        Accidente, la ambulancia llegó, lo subieron a una camilla blanda, sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock.

2.        En el sendero, buscó el rumbo, el olor de la guerra; en sus sueños abundaba el miedo.

3.        Del final inevitable se defendía, las mandíbulas se abrieron lentamente, ¡grito!, porque estaba vivo.

Resumen

        Eran las nueve menos diez; el sol se filtraba entre los altos edificios. La moto ronroneaba y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

        Entraba en la parte más agradable del trayecto, una calle larga bordeada de árboles, poco tráfico y amplias villas. Su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que una mujer, en la esquina se lanzaba a la calzada, ya era tarde para las soluciones fáciles. Desviándose a la izquierda; con el choque perdió la visión de golpe.

        Volvió del desmayo; hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto, pregunto por la mujer, mientras lo llevaban boca arriba a una farmacia, supo que no tenía más que rasguños.

        La ambulancia llego a los cinco minutos, lo subieron a una camilla donde pudo tenderse, sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible. De la ceja goteaba sangre, se lamio los labios para beberla. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada, le dio la mano al llegar al hospital y le deseo buena suerte.

        Pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos; lo tuvieron largo rato en una pieza, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndole con una camisa grisácea.

        Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después paso a la sala de operaciones. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores, un olor a pantano, pero el olor cesó, en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Todo era tan natural, tenía que huir, andaban de caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse.

        <>, pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra; tener miedo no era extraño, esperó tapado por un arbusto y la noche sin estrellas. A tientas, agachándose a cada instante, dio algunos pasos en el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y salto desesperado hacia adelante.

        Abrió los ojos y era de tarde, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo. La fiebre lo iba ganando despacio; vio llegar un carrito blanco, una enfermera rubia le frotó con alcohol y le clavo una gruesa aguja con un tubo que subía hasta un frasco de líquido opalino. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente.

        Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, apio y  perejil. Un poco incómodo, de espaldas sintió el sabor del caldo, y suspiro de felicidad, abandonándose.

        Primero fue una confusión, <> Jadeante, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz iba a verla otra vez. La mano aferraba el mango del puñal. Subió como el escorpión hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Sentía que los tobillos se le estaban hundiendo en el barro. La espera en la oscuridad se le hacía insoportable. Pensó en los prisioneros que ya habían hecho, pero la cantidad no contaba, sino el tiempo. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal de regreso.

        Olio los gritos y se enderezó de un salto, el olor de guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Lo rodeaban, alcanzo a cortar el aire una o dos veces, y una soga lo atrapó desde atrás.

        Es la fiebre –dijo el de la cama de a lado-. Tome agua y va a ver que duerme bien. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared, como un ojo protector. Pero no quería seguir pensando en la pesadilla, se puso a mirar el yeso. Le habían puesto una botella de agua mineral, bebió del gollete, golosamente. Ya no debía tener tanta fiebre, la ceja le dolía apenas. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto.

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