Las meninas según foucault
Enviado por mariavalencia94 • 19 de Noviembre de 2015 • Ensayo • 1.212 Palabras (5 Páginas) • 109 Visitas
Foucault empieza a investigar la existencia mecánica que rige el pensamiento occidental dentro de esa serie de ideas, se da los principios científicos y filosóficos que intentan explicar dicho orden. También se intenta aflorar la región intermedia entro el objeto de análisis ósea el análisis que permite su clasificación y en ese término se debe hacer el estudio del conocimiento humano.
El propósito del filósofo es hacer una exploración de ese conocimiento para hallar los códigos con los que se construye dentro de la mentalidad occidental partiendo de esta premisa Foucault sugiere tres puntos de vista dentro de su ensayo:
1- El orden depende de las similitudes o diferencias es decir un criterio.
2- La existencia de un orden, implica la existencia de un desorden.
3- El orden solo puede existir bajo los parámetros de algo tan específico como el lenguaje.
El pintor observa, el rostro alejado de la pintura, la cabeza inclinada hacia el hombro. Fija un punto sobre el modelo, pero que nosotros los espectadores, nos podemos asignar fácilmente ya que este punto somos nosotros mismos: nuestro cuerpo, nuestro rostro, nuestros ojos. El pintor sólo dirige la mirada hacia nosotros en la medida en que nos encontramos en el lugar de su objeto. Ahora bien, exactamente enfrente de los espectadores sobre el muro que constituye el fondo de la pieza, el autor ha representado una serie de cuadros; y he aquí que entre todas estas telas colgadas hay una que brilla con un resplandor universal. Pero es que no se trata de un cuadro: es un espejo. Lo que se refleja en él es lo que todos los personajes de la tela están por ver, si dirigen la mirada de frente: lo que se podría ver si la tela se prolongara hacia delante.
Sobre este fondo, a la vez cercano y sin límites, un hombre destaca su alta silueta; esta visto de perfil; en una mano sostiene el peso de un elegante traje; sus pies están colocados en dos escalones diferentes; tiene una rodilla flexionada. Quizá va a entrar en el cuarto; quizá se limita a observar lo que pasa en el interior. Lo mismo que el espejo fija en la tela de lo pintado. En última instancia, ¿qué hay en este lugar perfectamente inaccesible, ya que está fuera del cuadro, pero exigido por todas la líneas de su composición? ¿Cuál es el espectáculo, cuáles son los rostros que se reflejan primero en las pupilas de la infanta, después de los cortesanos y el pintor y, por último, en la lejana claridad del espejo?
Esto simboliza soberanamente ya que está ocupado por el rey Felipe IV y su esposa. Pero, sobre todo, lo es por la función que ocupa en relación con el cuadro. En él vienen a superponerse con toda exactitud la mirada del modelo en el momento en que se pinta, la del espectador que contempla la escena y la del pintor en el momento en que compone su cuadro. Quizá haya, en este cuadro de Velázquez, una representación de la representación clásica y la definición del espacio que ella abre. En efecto, intenta representar todos sus elementos, con sus imágenes, las miradas a las que se ofrece, los rostros que hace visibles, los gestos que la hacen nacer. Pero allí, en esta dispersión que aquélla recoge y despliega en conjunto, se señala imperiosamente, por doquier, un vacío esencial: la desaparición necesaria de lo de lo que la fundamenta de aquel a quien se asemeja y de aquel a cuyos no es sino semejanza. Este sujeto mismo que es el mismo ha sido suprimido. Y libre al fin de esta relación que la encadenaba,
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