POR UNA POÉTICA DEL DISTANCIAMIENTO
Enviado por Katya Paredes • 13 de Junio de 2019 • Ensayo • 2.979 Palabras (12 Páginas) • 99 Visitas
POR UNA POÉTICA DEL DISTANCIAMIENTO
Alejandro León
El 18 de Agosto de 1998 se dio a conocer la aprehensión en Querétaro del considerado por la población en ese momento, enemigo público número uno de la República Mexicana: Daniel Arizmendi López, alias “El Mochaorejas”. Por la noche, las dos grandes televisoras del país, Televisa y T.V. Azteca, dedicarían casi la totalidad de sus noticieros principales a “el mochaorejas”, transmitiendo cada una de ellas sendas entrevistas realizadas por sus conductores estelares, Javier Alatorre por un lado y Guillermo Ortega por el otro.
Daniel Arizmendi estaba acusado de alrededor de 50 secuestros -aunque él sólo reconoció 21- y tres asesinatos. Su mote se lo ganó mochando las orejas de los secuestrados para posteriormente enviárselas a los familiares de los mismos como una estrategia para exigir el pago del rescate.
Casi 15 años después, el pasado 15 de Julio del 2013, la Marina y el Ejército Mexicano capturaron en la frontera de Tamaulipas y Nuevo León a Miguel Ángel Treviño Morales, alias el “Zeta-40”, líder del grupo armado conocido como “Los Zetas”. Al “Zeta-40” se le imputan los siguientes delitos: Ataque al Casino Royal que ocasionó la muerte de 52 personas, la masacre de 44 reos y la fuga de 17 presos en el penal de Apodaca, el asesinato del hijo de Humberto Moreira, gobernador de Coahuila; secuestro y homicidio de 265 migrantes en San Francisco, Tamaulipas; Red de lavado de dinero México-EU, más de una decena de ejecuciones en las que participó personalmente con extrema violencia y métodos de tortura, entre otros delitos.
La aprehensión de este criminal ocupó tan sólo una nota de 3 minutos con 10 segundos en el Noticiero Nocturno del canal 2 de Televisa conducido por Joaquín López Dóriga. En el noticiero “Hechos” de TV. Azteca conducido por Javier Alatorre, la nota sobre la aprehensión del líder de los Zetas duró tan sólo 2 minutos y 40 segundos.
Más de 400 asesinatos imputados distancian a Miguel Ángel Treviño de Daniel Arizmendi. Pero cientos de horas en los medios masivos distancian al “Mochaorejas” del “Zeta-40”, incluyendo entrevistas personalizadas en los noticieros de mayor alcance en el país.
Los crímenes cometidos por uno y por otro no tienen comparación, pero la respuesta de los medios masivos y de la sociedad, no es proporcional a los delitos que se le imputan a cada delincuente.
Para el México de 1998 que un hombre haya tenido la sangre y el temple para secuestrar y cercenar la oreja de una persona, es algo inaudito, un suceso que merece ser mostrado en todas sus aristas. Para el México del 2013, un hombre que mando secuestrar y mutilar a cientos de individuos para posteriormente arrojarlos en unas fosas clandestinas merece tan sólo unos cuantos minutos de atención.
“El Mochaorejas” era un ente único en su tiempo, sanguinario como ningún otro a su alrededor. Daniel Arizmendi fue tratado y considerado como un súper villano, como un ente salido de alguna historieta, de algún mal sueño. Carlos Monsiváis escribiría para la revista proceso:
“El encarcelamiento de Daniel Arizmendi es el suceso de la temporada… Estamos ante el caso (encanallecido) del nuevo primitivo urbano… la figura abominable, el Freddy Krüger de la pesadilla nacional, esa masa sanguinaria que va de las hondonadas del inconsciente colectivo hasta el amarillismo informativo”
No es el caso del “Zeta-40”, rodeado de contemporáneos que son capaces de perpetrar delitos similares, con la misma intensidad y descaro que los suyos. Contemporáneos que ante la multiplicidad de crímenes idénticos nos hacen perder la percepción de la atrocidad de sus actos. Imposible para Miguel Ángel Treviño obtener una firma que lo caracterice ante lo sociedad. Imposible para él ganarse un alias emergido como una broma desde el miedo más profundo del pueblo (Alias que, en cambio, si consigue Daniel Arizmendi). La imagen del “Zeta-40”, se desvanece ante la opinión pública, es sólo un delincuente como tantos otros.
El pueblo entero le temió a Daniel Arizmendi y repudió sus actos. Sus delitos y atrocidades se consideraron sin igual, y el pueblo exigía a las autoridades un castigo de la misma dimensión. Luis Miguel Haro diputado priísta diría en su momento al periódico La Jornada:
"No hay nadie en la sociedad que esté de acuerdo en la manutención de este señor mientras esté en la cárcel. A mí me parece que no sólo pensamos en la muerte, sino en una muerte muy dolorosa. Había que generarle un gran sufrimiento, pues es lo que merece, por lo que mi propuesta es que lo colguemos en una plaza pública vivo, y repartamos alfileres para que la gente toda, los ciudadanos, piquen sus partes nobles hasta que muera".
En cambio, la respuesta en contra del “Zeta-40” es casi nula e indiferente en el común de la población. El exsenador panista, Diego Fernández de Cevallos, quién incluso fue víctima de un secuestro, diría al respecto:
"Aunque Miguel Ángel Treviño fue un hombre sanguinario, el Estado, el gobierno, la autoridad no debe ser sanguinaria con él. Debe ser legal y debe ser justa".
“El Zeta-40”, es tratado como cualquier criminal. Enjuiciado como cualquier criminal. Él, que fue líder y fundador de uno de los grupos armados más sanguinarios que hayan existido en México, sino es que el más, no merece más que una nota con una extensión igual a cualquier otra en los noticieros nocturnos el día de su aprehensión. No merece más porque no hay en sus crímenes nada de especial. Inaudito pero cierto. Se le acusa de la muerte de más de 500 personas y la vox populi no encuentra en él nada que le pueda llamar la atención. Algunos de los presentes probablemente ni siquiera saben quién es o que fue capturado.
Nos encontramos, entonces, ante la habituación, la familiarización de la nación mexicana con la violencia extrema. No hay nada nuevo que ver en cuerpos colgados en los puentes, nada nuevo que ver en bolsas llenas de pedazos de cuerpos irreconocibles. Nada nuevo para ofrecer tiene Miguel Ángel Treviño a la ola de violencia que se ha vuelto ya cotidiana, casi familiar.
Este proceso de familiarización abarca incluso al lenguaje con la integración de palabras antes poco recurrentes en el léxico común. “Cercenar”, “Secuestrar” y “Mutilar”, son algunas de las palabras ahora habituales en cualquier plática trivial.
Jean Piaget, el gran reformador de la educación, afirma que el desarrollo del lenguaje, no sólo es determinante en el proceso de comunicación de todo ser humano, sino que es también un integrador social, ya que nombrar los objetos o fenómenos que rodean al sujeto le permite asimilarlos y darlos por conocidos.
El problema radica en que esta familiarización no implica el análisis y entendimiento de un fenómeno. Sino, que por el contrario implica, en la mayoría de los casos, la aceptación y posterior sellado y encapsulamiento de un suceso. “Lo conozco, porque sé nombrarlo, no hay nada más que ver o analizar hay. Yo sé lo que es”. Esta familiarización y categorización o asignación de un término totalizador al fenómeno provoca la generalización del mismo. Y esto a su vez, la pérdida constante de la dimensión de los detalles.
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