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TALLER DE ESCRITURA CREATIVA Y APRECIACIÓN LITERARIA


Enviado por   •  4 de Junio de 2022  •  Apuntes  •  5.209 Palabras (21 Páginas)  •  73 Visitas

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TALLER DE ESCRITURA CREATIVA Y APRECIACIÓN LITERARIA

ESCUELA DE HUMANIDADES UNIVERSIDAD MODELO

Sesiones 1 y 2. Miércoles 14 y viernes 16 de julio.

“El nombre impropio”, Tedi López Mills

Et Socrates estime digne du soing paternel de donner un beau nom aux enfans.

Montaigne

1

Es el primer día de clases en la nueva primaria. La maestra pasa lista:

  • Hernández, Juan.

  • Jiménez, Laura.
  • Juárez, Adolfo.
  • Lara, Pedro.
  • López, Sandra.
  • López, ¿Tedi?

Levanto la mano, susurro aquí, todos voltean a verme.

  • Pero… Ha de haber un error. ¿Cómo te llamas?

  • Tedi…

  • ¿Cómo que Tedi? ¿Así nomás? ¿Tedi?
  • Sí…

Los alumnos me miran, sonrientes, algunos empiezan a bromear: Teddy, Teddy Bear… Y la maestra, triunfal, se pronuncia:

  • Pues en esta clase no vas a ser Tedi… Aquí te llamaremos Teodora; Teodora López.

Y así fue al principio, pero Teodora era un nombre adusto, un poco largo, lleno de vocales, inadecuado para una niña de diez años. La maestra instauró entonces otra regla:

  • Teodora… Bueno te diremos Tedi, únicamente como apodo de Teodora, ¿eh? ¿Me escucharon niños?
  • Sí, Tedi, Teddy Bear, Tedi, Teddy Bear…

  • Ya, ya, niños. Basta.

¿Cómo definir el género? Yo me inclinaría por la tragicomedia, aunque la reiteración del episodio  ̶ cada año escolar, cada amistad recién hecha, cada presentación social, cada trámite, incluso apenas ayer ̶  le resta dramatismo y comicidad y lo lastra con el tedio de una versión oficial que ni siquiera yo acabo de entender:

  • ¿Por qué te llamas así?

Le tuve que preguntar a mis papás. La explicación me pareció un caos, una historia plagada de lagunas cronológicas. Me quedó clara una sola cosa: mi nombre no había sido producto de una ocurrencia, de un impulso, sino de una decisión bien meditada en un momento inspirado. Mi papá me explicó que para evitar que la gente me pusiera un diminutivo como Teresita, Susanita, Carmencita, Maruquita, Anita, etcétera, habían optado por ponérmelo de una vez. Y mi mamá intervino:

  • Sí, escogimos Tedi por mi hermano Edward, al que le decíamos Teddy, pero lo castellanizamos para que no hubiera problemas…

Mi tío Teddy, piloto en la Segunda Guerra Mundial, había muerto en pleno combate. Era el héroe de la familia de mi madre. Todos extrañaban a Teddy, hablaban de Teddy, admiraban a Teddy y lloraban por Teddy, pero nunca percibí cómo su muerte, sucedida muchos años antes, se había entroncado con mi nacimiento, a tal punto de que con mi nombre yo me había convertido en un homenaje a su vida trunca.

Sin embargo, así fue y así es. Por una extraña terquedad que no parece coincidir con mi naturaleza, sigo siendo Tedi    ̶ a veces, hasta Tedita ̶   y sigo respondiendo a la misma pregunta: “¿Y ese nombre?”. En varios momentos críticos he resuelto ponerme un seudónimo. Alguna vez se lo anuncié a mi mamá y los ojos se le llenaron de lágrimas: Tedi iba a traicionar a Teddy. Me sentí terrible y no lo hice. Posteriormente, opté por la inicial: T. López Mills, lo cual no evitaba caer en una variante del desconcierto inicial: “¿A qué corresponde la T.?”, que de inmediato conducía a la pregunta de origen y, en consecuencia, a esa larga respuesta cuyos detalles se me iban escapando o descomponiendo hasta resumirse en un escueto comentario de la curiosa e inútil originalidad de mis padres.

No es fácil deshacerse de un nombre. Cuando me quejaba con mi papá, él me salía con el relato brevísimo de Pedro Caca que se había cambiado el nombre a Juan Caca (o viceversa). A mi papá esto le producía mucha risa; a mí más bien me dejaba perpleja, pues no veía cómo se relacionaba con mi conflicto. Él advertía mi confusión y entonces me hablaba en serio:

  • ¿Cómo te quieres llamar? ¿Quieres un nombrecito convencional: Diana, Adela, Alejandra?

Exactamente, me decía a mí misma. Pero cómo confesárselo; me iba a tachar de simplona, de cobarde. Su guerra contra las convenciones cubría todos los terrenos y yo no ansiaba ser una de sus víctimas. Así que continué siendo Tedi, ya como un acto de valentía, de individualismo a ultranza.

Mi convicción era exigua. En mis ensoñaciones diurnas, tumbada en un sillón de la sala o mirando un vaguísimo horizonte desde el patio, me llamaba idealmente Adriana o Claudia o Mónica, y era yo sin la molestia cotidiana de ser yo: el escenario entero resultaba diferente, otra casa (más grande), otro coche (menos viejo) y unos papás ligeramente más diestros en los asuntos de la normalidad. Estaba casi segura de que se podía deducir la índole de una vida a partir del nombre propio. Y de una cosa no tenía dudas: si mi nombre hubiera sido Marta o Isabel o Beatriz o Verónica, nadie me interrogaría por las razones de mi nombre, y eso ya anularía uno de los posibles derroteros: el de demorarse en el umbral preguntando: “¿Por qué me llamo así?”, oyendo: “¿Por qué te llamas así?”. Supongo, solemne, que un misterio nominalista se sostiene si oculta un verdadero misterio, pero si detrás hay una mera persona quizá convenga la ofuscación y comenzar con algo clarísimo que, precisamente,

ponga por delante a la persona y no la banalidad o la excentricidad de su nombre como una especie de disfraz que debe quitarse antes de que se inicie cualquier experiencia compartida con alguien más que  ̶ ah, utopía ̶  se llama Álvaro o José o Alicia o Jimena.

Pero, ¿a quién estoy regañando? A nadie. O a mí. Por titubear. Aunque si es cierto que de un nombre se deduce un destino, quizás entonces el de Tedi no venía equipado con suficiente sensatez y, como cualquier especie, buscó sólo perpetuarse y durar. Ya que se había creado, Tedi se propuso seguir siendo Tedi. Al margen de mí. Con todo y la tragicomedia que, cargada de tiempo y conciencia, empieza a convertirse en una farsa:

...

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