TRABAJO PRÁCTICO Nº1 DE LENGUA
Enviado por gabrielacruz2020 • 26 de Marzo de 2020 • Apuntes • 4.381 Palabras (18 Páginas) • 308 Visitas
LENGUA Y LITERATURA
TRABAJO PRÁCTICO EVALUATIVO Nº1
Escuela 4-134”María Raquel Butera”
Profesora: Gabriela Cruz
Curso: 4to 2da.
Fecha de entrega: 23-03-2020
Observaciones: Se descontarán 10 ptos por errores de ortografía.
CUENTO. “EL REINO DEL SIAM” de Sergio Olguín en “Todos los hombres son iguales” (2019)
I
El auto de mi padre estuvo siempre en nuestras vidas.
Lo había comprado unos años antes del nacimiento de Gustavo, mi hermano mayor. Hay una foto de mi madre embarazada de mí, con Gustavo de la mano, apoyados en la puerta del Siam Di Tella, modelo 1966. El primer recuerdo que tengo es de ir corriendo al garaje de casa, tropezarme y hacer contra la llanta plateada que brillaba como un sol. Me parecía enorme y peligrosa. Me corté la frente al golpearme, la cara se me llenó de sangre y me tuvieron que llevar de urgencia a la sala de primeros auxilios. Fuimos en el auto, yo en brazos de mi madre, tal vez la única vez que recuerdo haber viajado en el asiento delantero del Siam.
Mi viejo se jactaba de que su coche había sido el último Siam Di Tella que se había fabricado en el país. “Después del mío, rompieron el molde”, repetía a todos los que les contaba la historia de su auto. Lo cuidaba con un afecto mayor que el que demostraba por Gustavo o por mí, o incluso por mi madre. Lo lavaba cada sábado a la mañana, aunque estuviera reluciente, y le mejoraba el aspecto siempre que podía: el blanco inmaculado de la chapa hacía resaltar más los asientos tapizados de cuero negro y las llantas cromadas. La bocina era, según él, la misma que tenía el Lancia Aurelia de IL Sorpasso, su película favorita. Cuando íbamos por la ruta, le gustaba tocarles la bocina a los autos que pasaba y les hacía cuernitos a los otros conductores: nosotros, en el asiento de atrás, nos moríamos de risa.
En el aparador del living, entre fotos familiares y recuerdos de vacaciones, había una réplica del Siam Di Tella exactamente igual al de mi padre, salvo por las llantas. Era un auto de fricción, un poco más grande que los de colección que teníamos con mi hermano y que mi viejo nos regalaba para las fiestas y el Día del Niño. Teníamos prohibido jugar con la réplica del Siam. Gustavo, que siempre me desafiaba, me incitó a que sacara el auto de estante y jugara con él en el patio. Lo hice, los mezclé con mis pequeños Alfa Romeo, Ferrari, Mercedes Benz y Citroën. Hicimos carreras, simulamos persecuciones y choques. Fuimos felices por un rato, pero cuando tomamos consciencia de que el Siam había quedado todo lleno de polvo nos desesperamos. Fui llorando a buscar mi madre, que nos dio un coscorrón a cada uno y pasó media hora lavando y sacándole brillo al autito. A mi papá no le gustaba que le tocaran sus cosas.
II
Ni Gustavo ni yo sabíamos de qué trabajaba papá. Se levantaba cuando nosotros ya estábamos en la escuela y se iba después del mediodía. Por lo general andaba de traje y con un maletín negro de cuero cuyo contenido tampoco conocíamos. Partía con la corbata anudada y regresaba con la corbata floja, un cigarrillo en la boca y su media sonrisa, que a mi madre le encantaba. Todos los enojos de mamá desaparecían cuando él regresaba. Lo habitual era que estuviera antes de la cena, pero muchas veces su plato quedaba vacío. Llegaba a medianoche, o a la madrugada. A veces ella lo tomaba con resignación; en otras lo insultaba y decía cosas como “esas putas con las que andás”. Gustavo y yo escuchábamos desde nuestra habitación.
Cuando el viejo volvía de madrugada, traía el diario. A mi hermano le encantaba tener el diario en casa y leer las noticias minuciosamente antes de ir a la escuela. También los clasificados, y a mí me leía los chistes de la última página. Cuando nos los entendía, él me los explicaba. Leer el diario y explicarme cosas: dos actitudes que mi hermano mantendría siempre.
Cuando en la escuela Gustavo tuvo que poner de qué trabajan sus padres, la respuesta fue fácil sobre mamá. Puso “no trabaja, es ama de casa”. A mi padre le preguntó qué hacía y él le respondió: “Transformación y circulación de bienes”. A mí me pareció un gran oficio dedicarse a los bienes. Eso me sonaba como ser cura o doctor. Cuando dos años más tarde me tocó a mí contestar esas preguntas, puse sobre mi madre “se dedica a las tareas del hogar”, que es lo que ella nos había dicho muy enojada cuando leyó lo escrito por Gustavo. A mi padre le volví a preguntar, y su respuesta fue distinta: “Asesor de inversiones”. Eso también sonaba importante. Yo pensaba que las inversiones consistían en invertir el mal en bien, por lo que podía seguir sintiéndome orgulloso.
Vivíamos en una linda casa de Parque Chas. Éramos los únicos vecinos de la cuadra que teníamos dos televisores color, incluso antes de que empezaran las transmisiones en color de ATC. Satisfechos veíamos las dos antenas en lo más alto de nuestra casa de dos plantas. Nuestro nivel de vida mejoraba año a año, algo que se notaba cuando nos íbamos de vacaciones. Pasamos de alquilar un departamento en Las Toninas a un chalet Los Troncos en Mar del Plata. Los primeros autos de colección de marca desconocida que nos regalaba mi viejo fueron reemplazados por los Matchbox. Mi favorito era un Jeep lila al que se le veía motor plateado. Soñaba con tener un auto así y cruzar la sabana africana (adonde pensaba ir, influido tal vez por Daktari).
Si bien en nuestro hogar todo mejoraba, mi padre seguía extrañamente aferrado a su Siam Di Tella. Podría haberse comprado un Dogde 1500, o un Ford Taunus, pero no quiso. Decía que ningún auto cero kilómetro le daría todo lo que le daba su Siam. Nos hacía escuchar el motor. “¿Lo oyen?”, nos preguntaba, “es un violín Stradivarius”. Tuvimos que buscar con Gustavo qué era Stradivarius en el Diccionario Enciclopédico Larousse.
III
A Gustavo le gustaba desafiarme. Me decía que yo no me animaba a hacer tal o cual cosa-como sacar la réplica del Siam Di Tella-, y yo iba y la hacía. En otra oportunidad, en la que nos quedamos solos en el auto mientras mi viejo compraba ravioles en la casa de pastas, me dijo que yo no era capaz de poner el encendedor del auto prendido sobre mi pierna. Lo pusimos a cargar y cuando estaba al rojo vivo lo apoyé sobre mi muslo derecho. Me dolió mucho, pero me lo banqué. Le gané un auto de la colección de mi hermano. Un Corvette azul metálico. La llaga me duró meses.
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