Antología
Enviado por JessyAcosta • 10 de Septiembre de 2014 • 5.640 Palabras (23 Páginas) • 196 Visitas
PRÓLOGO
Esta es una antología conformada por tres novelas seleccionadas bajo un criterio arbitrario, no tienen mucho en común, pero son obras que me han gustado mucho, hablan de temas que me gustan y llaman mi atención.
La primera obra, El Gran Gatsby, escrita por el estadounidense F. Scott Fitzgerald y publicada en 1925, habla sobre un millonario y la relación que mantuvo en el pasado con una mujer ahora casada, relata cómo reviven esa relación y la manera poco agradable en que todo termina. Se desarrolla en Nueva York y Long Island en los años veinte.
La segunda, El Túnel, del argentino Ernesto Sabato publicada en 1948, habla sobre un pintor que se obsesiona con una mujer, una novela corta que cuenta como su obsesión lo lleva a cometer un crimen.
La última novela, Bajo la misma estrella, escrita por John Green en 2012, relata la historia de una Hazel de 16 años que padece cáncer, quien conoce a Augustus de 17, se convierten en buenos amigos y comparte en gusto por un autor retirado, él hará lo posible porque Hazel lo conozca antes de morir.
Las tres obras no comparten muchas características, pero todas tienen una trama interesante que te atrapa. En las tres obras se muestra lo que un hombre hace por la mujer que quiere, desde cometer crímenes muy graves hasta conseguir un viaje hasta otro continente, todo por ser suficiente para ellas. Las tres obras hablan de amor aunque no en las tres es correspondido. Son obras que en lo personal me parecieron muy buenas y bien estructuradas.
Autor: F. Scott Fitzgerald.
Título: El Gran Gatsby.
Capítulo: 5
CAPITULO V
En lugar de tomar un atajo por el estuario bajamos por el camino y entramos por la puerta grande. Con murmullos de fascinación, Daisy admiró éste o aquel aspecto de la silueta feudal contra el cielo; admiró los jardines, el chispeante olor de los junquillos, el ligero del espino y de las flores del ciruelo y el pálido y dorado de la madreselva. Era raro llegar a las escalinatas de mármol y no encontrar el crujir de vestidos brillantes dentro y fuera de la puerta y no escuchar voces, salvo las de los pájaros de los árboles.
Y adentro, mientras recorríamos salones de música estilo María Antonieta y salas estilo Restauración, sentí que había huéspedes escondidos tras cada mesa y cada sofá, bajo órdenes de mantener total silencio hasta que pasáramos junto a ellos. Cuando Gatsby cerró la puerta de la “Biblioteca Merton College” podría haber jurado que escuché al hombre Ojos de Búho prorrumpir en una fantasmal carcajada.
Subimos y pasamos por alcobas de estilo, recubiertas en seda rosa y lavanda, y alegres con las flores nuevas y a través de vestidores, salones de billar y sanitarios con baños de inmersión. Entramos como intrusos en una alcoba donde un desgreñado hombre en piyama hacia en el piso ejercicios para el hígado. Era el señor Klipspringer, el “interno”. Lo había visto vagar ávido por la playa aquella mañana. Por último llegamos a los aposentos de Gatsby: la alcoba, un baño, y un estudio Adam, donde nos sentamos a tomar una copa de algún chartreuse que sacó de un mueble empotrado en la pared.
Ni por un momento dejó de mirar a Daisy, y pienso que revaluó cada articulo de su casa de acuerdo algrado de aprobación que leyó en sus bien amados ojos. Algunas veces, él también se quedaba observando sus posesiones con una mirada atónita, como si ante la real y sorprendente presencia de Daisy nada de ello siguiera siendo real. Una vez casi se cae en un tramo de escaleras.
Su alcoba era el cuarto más sencillo de todos, exceptuando el vestidor, que estaba dotado de un juego de tocador de oro puro. Daisy tomó el cepillo con placer y se arregló el pelo, y entonces Gatsby se sentó, entrecerró los ojos y comenzó a reír.
-Es muy extraño, viejo amigo -dijo con hilaridad-. No puedo.... cuando trato de ...
Era evidente que había experimentado dos estados y que entraba al tercero. Pasados su turbación y la irracional felicidad, lo consumía ahora el asombro por la presencia de Daisy: había estado lleno de la idea por mucho tiempo, la había soñado hasta el final, la había esperado con los dientes apretados, por así decirlo, hasta alcanzar este inconcebible nivel de intensidad. Ahora, en la reacción, se estaba desenvolviendo tan rápido como un reloj con exceso de cuerda.
Recuperándose enseguida, abrió para nosotros un par de gigantescos gabinetes enlacados que contenían un montón de vestidos y trajes de etiqueta, corbatas y camisas, apiladas como ladrillos, en cerros de a docena.
-Tengo un hombre en Inglaterra que me compra la ropa. Me envía una selección de artículos al comienzo de cada estación, en la primavera y en el otoño.
Sacó una pila de camisas y comenzó a arrojarlas, una tras otra, ante nosotros; camisas de lino puro y de gruesas sedas y de finas franelas, que perdieron sus dobleces al caer y cubrieron la mesa en un abigarrado desorden. Mientras las admirábamos trajo otras, y el suave y rico montículo creció más alto con camisas a rayas, de espirales y a cuadros; en coral y verde manzana, en lavanda y naranja pálido, con monogramas en azul índigo. De pronto, emitiendo un sonido que luchaba por salir, Daisy dobló su cabeza sobre las camisas y comenzó a llorar a mares.
-¡Qué camisas más bonita! -sollozaba, con la voz silenciada por los ricos pliegues-. Me pongo triste porque nunca antes había visto camisas como... como éstas.
Después de ver la casa nos disponíamos a observar los alrededores y la piscina, el hidroavión y las flores de pleno verano, pero en el exterior de la ventana de Gatsby había comenzado a llover de nuevo y nos quedamos sólo viendo la corrugada superficie del estuario.
-Si no fuera por la neblina podríamos ver tu casa al otro lado de la bahía -dijo Gatsby-. Ustedes mantienen una luz verde encendida toda la noche al final del muelle.
De pronto, Daisy le pasó el brazo por entre el suyo, pero él parecía absorto en lo que acababa de decir. Es posible que se le estuviera ocurriendo que el colosal significado de aquella luz se hubiera apagado para siempre. Comparado con la gran distancia que lo había separado de Daisy, le había parecido muy cercana a ella, casi como si la tocara. Le parecía tan cercana como una estrella lo está de la luna. Ahora había vuelto a ser tan sólo una luz verde en un muelle. Su cuenta de objetos encantados se había disminuido en uno.
Yo comencé a caminar por el cuarto, examinando diversos objetos en la semipenumbra. Me mostró una fotografía grande de un hombre ya mayor en traje de marinero, colgado en la pared, encima de su escritorio.
-¿Quién es?
-¿Aquél? Es Dan Cody, viejo amigo.
El
...