Bunin Iván - La Hoguera
Enviado por pardopepe • 15 de Noviembre de 2014 • 1.182 Palabras (5 Páginas) • 273 Visitas
Iván Bunin
Marc Slomin dice que escritor más importante y complejo que Kuprin fue Iván Bunin (1870-1953), único ruso que recibió, hasta ese año, el Pre¬mio Nobel de Literatura (1933); que sus relatos, su retrato pesimista o pedestre de los campesinos (Tina aldea, 1909) o de la nobleza terrateniente en desintegración (El valle seco, 1911), fundaron su reputación de acabado estilista, y sus narraciones breves publicadas entre 1912 y 1916 (La copa de la vida, Los hermanos, El caballero de San Francisco, Los sueños), contribuyeron a su reputación internacional; que en 1920 dejó Rusia con carácter de resuelto enemigo de los comunistas y vivió en Francia hasta su muerte, y que, ya emigrado, publicó importantes novelas (El amor de Mitia, Vida de Arseniev, Lika), muchos hermosos relatos (Insolación, El negocio de Elaguin) y la recopilación de cuentos Avenidas sombrías v Reminiscencias.
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La hoguera
Allá, donde la carretera da una vuelta, al lado del alto poste que in¬dicia el atajo, brillaba en las tinieblas una hoguera. Yo iba en un coche tirado por tres caballos, escuchaba el tintineo de los casca¬beles y respiraba el fresco aire de la noche de la estepa. Conforme me acercaba, la hoguera brillaba más vivamente y las llamas se recortaban destacándose cada vez más sobre el fondo de tinieblas. A poco fue ya posible distinguir el poste iluminado en su parte in¬ferior y las negras siluetas de personas sentadas en el suelo. Pare¬cían conspiradores que pasaban la noche en un lúgubre subterrá¬neo, cuyas bóvedas oscuras temblaban a la luz de las lenguas de fuego de las llamas.
Cuando la luz de la hoguera iluminó las cabezas de los caballos, los que estaban sentados alrededor de ella volvieron la cabeza escu¬chando. Todos tenían la cara colorada y estaban en actitud de atención. De pronto sobre el fondo ardiente se destacó la silueta de un perro que empezó a ladrar inquieto. Sin apartar su mirada de nosotros se levantó y se puso en pie uno de los que estaban sentados; en el espacio bajo alumbrado por la hoguera, la figura de aquel hombre parecía enorme.
— ¡Guiarla. . . a! —gritó con voz ruda y gutural al perro.
¿Por qué de noche se siente uno atraído por una hoguera y por la gente que pasa la noche en la estepa al lado del camino? Cuando llevo algún tiempo caminando por el atajo, viendo sólo el cielo re¬luciente de estrellas y la oscuridad extendida sobre las llanuras in¬finitas, me invade la tristeza de la soledad y me emociona cada lu-cecita que veo allá a lo lejos. Deteniendo los caballos, saludé a la gente y pedí fósforos.
La hoguera 375
—¡Buenas noches! ¿Quiere usted darme una cerilla?
El hombre que estaba ante mí en actitud de espera, un robusto viejo de ancho pecho, con un gorro de piel de cordero y una pelli¬za echada sobre los hombros, no oyó mis palabras, apagadas por el ladrido del perro, y furioso golpeó con el pie en el suelo.
—¡Calla, ladrón! —gritó al mastín; y sin apartar de mí su mirada recelosa, añadió en voz alta, con gutural acento gitano:
—¡Buenas noches señor! ¿Qué desea?
Las ventanas de su nariz se recortaban enérgicamente; las barbas le llegaban hasta los ojos, y en aquellos grandes ojos negros, en aquellos negros y fuertes cabellos que asomaban espesos por debajo del gorro, en las toscas barbas rizadas, en todo se adivinaba la aten¬ta rudeza del hombre de la estepa.
—No tengo con qué encender el cigarrillo —repetí con fingida sencillez—. ¿Me hace el favor de darme un
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