Canto 3: Por mí se va a la ciudad doliente
Enviado por weca • 21 de Octubre de 2014 • Informe • 796 Palabras (4 Páginas) • 296 Visitas
«Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va en el eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, su sentido me es duro.
Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.
Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
que ha perdido el bien del intelecto.
Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.
Allí suspiros, llantos y grandes gritos
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.
Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,
tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.
Y yo con el horror ciñéndome la frente
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?
Y él a mí: Esta suerte miserable
tienen las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Angeles que ni fueron rebeldes
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.
Los echa el Cielo por no ser menos bello:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.
Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:
Estos no tienen esperanza de muerte,
y su ciega vida es tan villana
que envidiosos están de cualquier otra suerte.
De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.
Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:
y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
que tantas hubiera deshecho la muerte.
Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que por vileza hizo la gran renuncia.
De pronto comprendí y cierto fui
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.
Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.
Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.
...