Carta Frank
Enviado por machupichurria • 11 de Octubre de 2012 • 2.929 Palabras (12 Páginas) • 510 Visitas
ANÁLISIS DE LA CARTA AL PADRE
De Frank Kafka
Una habitación de la pensión Stüdl Schelesen. Bohemia, principios de noviembre de 1919 Frank Kafka tiene treinta y seis años. Cinco años antes de su muerte, el escritor, que ya ha visto publicadas varias de sus obras y comienza a ser conocido, redacta un escrito de cincuenta páginas -La Carta al padre- carta que no llegará jamás a su destinatario: la madre del autor, Julie Löwy, no lo juzgó conveniente.
La Carta al Padre se escribe en el pequeño pueblo cercano a Praga, donde acompañado de Max Brod, su íntimo amigo, ha ido a descansar una semana. Esta Carta forma parte del área íntima y autobiográfica de la producción literaria de Kafka y si ha llegado hasta nosotros fue gracias a que Max Brod desobedeció las instrucciones que su amigo le diera de destruir toda su obra.
En ella analiza distintos puntos de la relación entre él y su padre, retomando prácticamente todos los temas tratados en sus relatos y novelas, con lo que queda claro que la ficción no había conseguido aliviar del todo la tensión emocional.
Pero aquí no hay alegorías, parábolas ni metáforas. Kafka no se sirve del Gregor Samsa de La Metamorfosis, del Georg Bedemann de La Condena, o de Joseph K. de El Proceso, tampoco del lacónico “K” de El Castillo, ni del Karl Rossmann de América, personajes que se parecen extraordinariamente a él, para ilustrar su relación con su familia y sobre todo, con el padre, tema central de su obra: “Mi escritura trataba de ti, allí sólo me quejaba de aquello que no podía quejarme sobre tu pecho”.
Como veremos, en pocos autores están la biografía y la ficción tan estrechamente unidas. En Kafka constituyen los dos polos de una misma realidad que se organiza en torno a la idea de la Ley, del Padre, de la autoridad suprema: inalcanzable, impenetrable, imprevisible e implacable.
Dado el origen judío del autor, cabe la tentación de acercar esta Ley a la del judaísmo, hacia el que Kafka tiene sentimientos paradójicos, muy parecidos a los que le inspira su padre: miedo y fascinación, atracción y rechazo, respeto y desprecio.
La frase con que comienza La Metamorfosis, “Cuando, una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho” nos mete de lleno en el conflicto, procedimiento que Kafka utiliza a menudo La Carta al Padre se abre con un directo “Me preguntas por qué afirmaba tenerte miedo”. A partir de esta constatación, que no deja de sorprender en un hombre en plena madurez y que muestra que Kafka no ha podido crecer en el terreno emocional más allá de la infancia y adolescencia, La Carta va analizando, punto por punto, a veces con humor e ironía, a veces con rebelión, a veces con tono reivindicativo, a veces con desgarro, la relación entre ambos. A pesar de sus idas y venidas, de sus repeticiones, de sus contradicciones, no es una carta inocente que sirve tan sólo de desahogo psicológico, está perfectamente estructurada por temas.
Nos encontramos en primer lugar con una descripción física y psicológica, llena de contrastes, maniquea, caricatural, de ambos personajes, como dos púgiles que se van a enfrentar (“Tú sencillamente me vas a pisotear, sin que quede absolutamente nada mío”)
Por una parte el Padre:
Grande, fuerte, ancho, de voz potente, deportista, determinado, perseverante, con presencia de ánimo, severo, con espíritu de conquista en la vida, en los negocios etc. Todos los atributos de la hombría y según el autor, propios de los Kafka, la rama paterna. Más tarde completa el cuadro pintándonos, a veces con ecos bíblicos, a un Padre muy próximo a la divinidad: “El terrible ronco tono de la ira y de la absoluta condena” “El gigantesco hombre, mi padre, la última instancia” “Tú eras para mí la medida de todas las cosas” “Dirigías el mundo desde tu butaca” “Tu dominio espiritual” “Tus palabras y juicios, como si no tuvieras idea de tu poder” “Lo que me gritabas era mandamiento celestial”. Un padre que también es déspota, un tirano “Ejercicio de tu soberanía” “Había salvado la vida por clemencia, como un inmerecido regalo tuyo” “¿En qué te podían importar a ti, tan gigantesco, nuestra compasión y ayuda?” “Eran bromas como las que se propagan sobre dioses y reyes”.
Por la otra el Hijo:
Flaco, débil, estrecho, inseguro, asustadizo, incapaz, falto de seguridad en sí mismo, hipersensible, que interrumpe a menudo sus proyectos, que no termina nada... El autor se considera un Löwy, herencia materna hecha de: “Obstinación, sensibilidad, sentido de la justicia, inquietud”. Así mismo, a lo largo de La Carta, Kafka sigue dando pinceladas que corroboran su supuesta inferioridad: “El asunto sobrepasa con mucho mi memoria y mi inteligencia”, “Mi frialdad, desagradecimiento, distanciamiento”, “Ante ti yo no podía hablar ni pensar”, “Niño despistado y desobediente, siempre considerando una huida”, “Yo, el esclavo”, “Yo no tenía ningún sentimiento”, “Niño malicioso, vago, avaricioso”, “Gusano”, “Bicho”.
Una vez presentados los contrincantes empieza la descripción de un combate, perdido ya de antemano. Y sigue una larga serie de reproches que el Padre podría hacer al Hijo.
Excelente táctica ya que todo queda en el mundo de la hipótesis, a la vez que tiende al Padre la posibilidad de una salida honrosa ya que, tal vez, podría no reaccionar así. Por si acaso, el Hijo contraataca cerrándole la puerta con una pirueta de inocencia: “Te ruego no pienses que te considero culpable” En este aspecto es muy significativa la presentación que hace del Padre, de sus sistemas educativos -que eran los normales en la época y el lugar- para inmediatamente después describirle como “Un hombre bondadoso y blando” o “El amor y la bondad superaban todos los obstáculos”. Así mismo, en un momento habla de la risa maligna del Padre, para pocas líneas después afirmar “Tienes una forma de reír especialmente bonita”. También trata, aunque brevemente, la infancia del Padre. Quizá la de un niño tan desgraciado como Kafka, que necesita cariño (“tal vez sólo Valli logró dártelo”) pero a quien el dolor insoportable de esas vivencias traumáticas le ha llevado a la negación como mecanismo para poder soportarla, “Tú sólo puedes tratar a un niño tal y como tú has sido educado, con fuerza, ruido y cólera”. Kafka vislumbra el tema pero inmediatamente, retrotrayéndose a su propia infancia, concluye “No todo niño tiene la perseverancia y la intrepidez de buscar hasta llegar a la bondad”. De esta forma justifica que no pudiera de niño -y tampoco de adulto- comprender las limitaciones de su padre. Lo que no deja de sorprender siendo
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