Castro-Gómez, Santiago (2005).
Enviado por elisita33 • 25 de Noviembre de 2014 • Informe • 2.370 Palabras (10 Páginas) • 209 Visitas
Castro-Gómez, Santiago (2005). La Hybris del Punto Cero: ciencia, raza e Ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
La Hybris del Punto Cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816) es un trabajo ejemplar por varias razones. Es un ejemplo de los evidentes beneficios que puede tener para la investigación histórica una sólida formación filosófica, y es una muestra de la importancia que tiene para el análisis político los problemas epistemológicos, tradicionalmente relegados al campo de la filosofía de la ciencia y muchas veces extraños a las reflexiones sobre el poder.
Un primer rasgo del libro de Santiago Castro que vale la pena destacar, es que toma distancia de los frecuentes trabajos sobre la Ilustración americana concebidos desde una perspectiva difusionista. Muchas de las reflexiones sobre la Ilustración suponen que ésta nace y madura en centros culturales europeos y que posteriormente es difundida al resto del mundo sin mayores modificaciones. Así, quienes estudian la Ilustración fuera de los confines europeos se han preocupado por indagar hasta qué punto las ideas europeas contaron o no con fieles y legítimos voceros en otros continentes. ¿Leyeron y comprendieron los americanos a Isaac Newton o al Conde de Buffon? ¿Llegaron copias de la Enciclopedia Francesa? ¿Cuáles fueron los autores europeos más conocidos, qué obras europeas circularon y cuáles no?
El libro de Castro, por el contrario, argumenta que la Ilustración europea y la misma Modernidad son en parte el resultado de la expansión europea, y en lugar de pretender evaluar qué tan ilustrados fueron los americanos, quiere estudiar los rasgos particulares que conformaron el pensamiento, en este caso, de la elite criolla del Nuevo Reino de Granada.
Si bien las preocupaciones del autor están dirigidas a entender las características particulares del pensamiento ilustrado de los criollos de la Nueva Granada, la obra ofrece novedosas contribuciones para reconocer el carácter político del proyecto ilustrado europeo. En este punto el autor se enfrenta con una aparente paradoja: La idea de ciencia moderna supone un conocimiento que niega su localidad, su "lugar de enunciación", para así proclamar su neutralidad y universalidad. Éste sería un conocimiento que se construye por fuera de los intereses particulares y que, por lo tanto, debe ser inmune a la política. Y, sin embargo, es precisamente dicha pretensión de autoridad absoluta la que constituye la más radical de todas las posiciones políticas. La aspiración de un conocimiento universal no solamente niega otras posibles formas de conocer y actuar, sino que hace de quien posee la razón y la verdad el legítimo portavoz de todos. Esto es lo que Castro llama la Hybris, la arrogancia del punto cero, de quien no tiene lugar, deshace lo local, niega la subjetividad para hablar en nombre de todos. Esta idea del punto cero, de la tabula rasa, está en el centro del pensamiento moderno y de la hegemonía de Occidente.
Tanto el empirismo de Francis Bacon como el racionalismo de René Descartes buscaron por caminos distintos un método filosófico infalible, que permitiera de una vez y para siempre diferenciar entre la mera opinión y la creencia del conocimiento absoluto. De este proyecto son herederos los pensadores de la Ilustración europea y todos aquéllos que quisieron proclamar dominio universal, control absoluto del mundo natural y de otros seres humanos, que parecen estar al margen del mundo de la razón, de la verdad y de la civilización.
De manera tal que, como lo muestra Castro en su libro, ese otro que es objeto de conocimiento y del orden resulta definitivo en la constitución del sujeto que se proclama como legítimo agente del orden y del dominio. Las ideas de "blanco", o de la "pureza racial", no serían posibles sin sus opuestos de negro, mestizo o indio; así es precisamente como las nociones de civilización y progreso adquieren sentido únicamente frente a sus negaciones, a la barbarie y al atraso.
Las críticas a la Ilustración y las reflexiones sobre conocimiento y poder tienen ya una larga y sólida trayectoria que no es oportuno reseñar aquí; desde la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, de manera destacada en la obra de Michel Foucault y desde luego en los trabajos de historia y sociología de las ciencias de las últimas décadas, el eje central de las investigaciones sobre el conocimiento occidental ha dejado de lado el tono apologético, y se han visto obligadas a hacerle frente a preguntas sobre el carácter político del conocimiento. El trabajo de Castro se enmarca dentro de una tradición crítica ya madura, sin embargo, se inscribe de manera más directa dentro de la corriente de estudios poscoloniales. En forma más específica el autor se reconoce como parte de un grupo de escritores latinoamericanos, entre quienes podemos mencionar a Enrique Dussel, Walter Mignolo y Anibal Quijano, entre otros, y quienes han sumado esfuerzos para repensar la teoría poscolonial desde América Latina.
Así la influencia de Edward Said, en particular de su paradigmático libro Orientalismo, es visible y reconocida de manera explícita por Castro. Said es convincente, nos recuerda el autor, en mostrar que la dominación occidental, en este caso de sus colonias orientales, es en parte el resultado de formas específicas de representación del Otro que al mismo tiempo consolida una imagen de lo propio, la cual facilitó y presentó como naturales relaciones de dominio y control.
Dentro de marcos de reflexión similares, Castro se suma al esfuerzo de estos pensadores latinoamericanos para construir nuevas categorías a fin de pensar el pasado y el presente latinoamericano y hacer evidente el carácter eurocéntrico de las tradicionales miradas sobre la realidad americana. De manera similar a Said en su trabajo sobre Oriente, autores como Dussel, Mignolo o Quijano han querido mostrar la indisoluble relación entre modernidad y colonialidad, relación en la que la Europa moderna no podría ser comprendida sin entender sus relaciones políticas y culturales con el resto del mundo y, en especial, con Hispanoamérica. Es en estos términos que Santiago Castro busca reconstruir los vínculos entre el proyecto colonial y las prácticas científicas de la Ilustración, tanto en manos de viajeros y exploradores europeos como de los hombres de letras de la elite criolla; en este caso, la del Nuevo Reino de Garanada. Las reflexiones del autor giran alrededor de los discursos ilustrados sobre la población y la naturaleza americana, para mostrarnos cómo las prácticas científicas de las elites criollas constituyeron poderosas formas de legitimación de un orden natural y una jerarquía social. Así, Castro hace evidentes las relaciones
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