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Ceitica El Muchacho De La Boina Blanca


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2013  •  2.520 Palabras (11 Páginas)  •  515 Visitas

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LA CASA GRANDE

Álvaro Cepeda Samudio - La Casa Grande

Nos encontramos en el año 1928, en pleno gobierno de Miguel Abadía Méndez, un presidente que tendrá que lidiar, no sólo con la crisis mundial de aquella época y las consecuencias de ésta en nuestra economía, sino también con un conflicto social en particular como lo es la masacre de las bananeras. Se sabe que las grandes compañías extranjeras que dominaban en ese entonces la denominada Zona Bananera no brindaban las suficientes garantías laborales y carecían de políticas que dignificaran el esfuerzo de los miles de obreros que trabajaban para ellas.

Al verse abandonados y sobreexplotados, los trabajadores de Santa Marta se declaran en huelga el día 6 de diciembre de 1928; todos reclaman sus derechos apelando el apoyo popular. Sin embargo, la United Fruit Company, viendo amenazadas su estabilidad e intenciones de continuar con la explotación del banano colombiano, insta al gobierno nacional para que el ejército controle la situación. De este modo, aunque los obreros exigen una serie de puntos justificados por su condición, hay intereses mayores en el poder para negarlos, para callar esas voces que exigen únicamente una mejor calidad de vida.

El comandante de las fuerzas armadas del Magdalena, general Cortés Vargas, atendiendo el llamado de la compañía estadounidense, dará una orden funesta: primero, trasladar tropas a la zona para extinguir las acciones consideradas como “comunistas” y, segundo, de persistir los amotinamientos de los huelguistas, abrir contra ellos fuego armado, iniciándose así uno de los capítulos más sangrientos y oscuros de la historia colombiana: el de la masacre de las bananeras.

Todo este desolador panorama es narrado hábilmente en La Casa Grande por Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972), escritor oriundo de Ciénaga, Magdalena. El autor, poseedor de una larga trayectoria como corresponsal y periodista, pero además como actor, guionista, e, incluso, director –por ejemplo, de La Langosta Azul, cortometraje que lo lanzó a la fama-, reconstruye este episodio nacional, dando muestras de su conocimiento de la historia y las problemáticas sociales de su región. Su obra es una mezcla de literatura y crítica, un enfoque opuesto a las posturas oficiales.

La Casa Grande se publicó originalmente en 1962, una época en la que, en nuestro país, las consecuencias de la violencia característica de principios del siglo XX se sumaba a todas las muertes que vinieron de la mano de los conflictos partidistas de décadas posteriores.

El libro está distribuido en diez capítulos, pero no mantiene una estructura lineal, sino que mezcla diálogos, narraciones en distintas personas, documentos oficiales, decretos, reflexiones introspectivas, recuerdos y descripciones de los momentos previos a la masacre. Todo este amplio panorama de voces forma una obra literaria en la que se sintetiza nuestra geografía, historia y costumbres; por ello, puede afirmarse que la genialidad poética camina, en La Casa Grande, de la mano de la denuncia social y la crítica de las versiones del Estado colombiano sobre todo lo sucedido en aquella ocasión.

Los soldados en comisión

Dos soldados en comisión desde su cuartel conversan en medio de la lluvia; discuten sobre la huelga que se ha iniciado. Uno de ellos se cuestiona: “¿Y si los huelguistas tienen la razón?”, acaso ¿no es legítimo reclamar los derechos? El embarque de las municiones y el personal armado termina y los soldados se preparan para llegar a la ciudad. Toman el tren. Los transportadores también han entrado en huelga, sin embargo, el ejército les obliga a prestar sus servicios.

El soldado que se cuestiona sobre la validez de la huelga le advierte a su colega sobre la seriedad del asunto: “sería mejor no tener que ir a los pueblos, sería mejor no tener que matar a nadie”. La crisis los alcanza a ellos mismos; se dan cuenta de lo que sucede con su propia comida; no hay suficiente para todos porque los sargentos y comandantes se roban el dinero destinado para ella. La corrupción, siempre activa, dando privilegios a los altos mandos y migajas a los otros.

Después de un largo recorrido llegan al pueblo de Guacamayal. Uno de los soldados busca escabullirse del cuartel para conseguirse una chica. Escapa en la madrugada, en el momento en que ocurrirá la tragedia. En esta víspera de la masacre, Cepeda Samudio describe el aliento que emanan los soldados:

“Todavía no eran la muerte: pero llevaban ya la muerte en las yemas de los dedos: marchaban con la muerte pegada a las piernas: la muerte les golpeaba una nalga a cada trance: les pesaba la muerte sobre la clavícula izquierda; una muerte de metal y madera que habían limpiado con dedicación” (Págs. 36-37)

Y es que, iniciada la masacre, hasta el soldado que duda sobre la necesidad de la comisión en el pueblo, se pierde bajo el peso de la sangre. Mata a un hombre con su fusil, sin tener por qué hacerlo, sin tener una razón personal, sencillamente porque así se lo ordenaron. Un olor a muerte y mierda lo perseguirá; pero este es un olor general, tanto, que el mismo autor afirmará que la culpa no es individual, sino de todos los involucrados.

Dos soldados, dos caras de una misma moneda. Uno, dubitativo, siempre interrogándose frente a la situación; el otro, apático y, de algún modo, leal a su causa, sin escrúpulos para tomar las armas y matar a sus compatriotas. Pero un poder mayor controla la vida de ambos, decidiendo su destino y, a través de él, el de aquellos obreros que se levantan para exigir un poco de comprensión de su situación.

El decreto (la postura oficial)

Álvaro Cepeda Samudio utiliza un documento oficial que permite comprender mejor la postura del ejército frente a los huelguistas. Es un elemento que busca mantener la cohesión entre los diversos capítulos y, obviamente, complementar la visión de los que obedecen, con la de aquellos que emiten las órdenes. Se trata del siguiente decreto:

“Magdalena, diciembre 18 de 1928

DECRETO No. 4

Por el cual se declara cuadrilla de malhechores a los revoltosos de la Zona Bananera.

El jefe civil y militar de la Provincia de Santa Marta en uso de sus facultades legales y

CONSIDERANDO:

Que se sabe que los huelguistas amotinados están cometiendo toda clase de atropellos; que han incendiado varios edificios de nacionales y extranjeros, que han saqueado, que han cortado las comunicaciones telegráficas y telefónicas; que han destruido líneas férreas, que han atacado a mano armada a ciudadanos pacíficos; que han cometido asesinatos, que por sus características demuestran un pavoroso estado de ánimo, muy conforme

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