Cuarto vacio

CUARTO VACÍO

Las pesadas puertas se abren de par en par ante el tumulto de voces que esperan ansiosas azotadas por el calor de marzo. Un, dos, tres, como marcha militar, Mateo se acerca a las angostas escaleras que lo llevarían a la cúspide de su futuro. Una repentina brisa inunda las narices de Mateo y siente la necesidad de mirar hacia un costado, y ahí estaba, la puerta entreabierta dejaba ver, suspicaz, un altar colorido, con luces y flores que realzaban su hermosura. Quiso detenerse, pero el tumulto que lo perseguía y empujaba a la vez, como manada de lobos feroces, no permitían su descanso. Un, dos, tres… La escalera lo mira, silenciosa, voraz. Un, dos, tres… Temor de Dios. La sensación de esas palabras hizo estremecer la espina dorsal de Mateo y se dejó arrollar por empujones, voces y pensamientos. Temor de Dios. No pudo pensar nada más. La estampida lo despabiló y la pared. La pared blanca y temor de Dios. Más escalones, la pared blanca y temor de Dios. Treinta y un escalones. La cúspide de su futuro y temor de Dios. Hola, soy Mateo, tengo 18 años, ahora un banco, un pizarrón rallado y temor de Dios. El repiqueteo intenso de las piernas de Mateo, la gota gruesa de transpiración que recorre, lenta los surcos de su cara, lo despabilan de su pensamiento y de repente se encuentra parado, inmóvil en la ventana del corredor del tercer piso. Ahí estaba, un cuarto que al ingresar le pareció repleto de bancos y sillas amontonadas, pero ahora vacío. Vacío y temor de Dios. Rasca su cabeza, confundido. Un rayo de sol entra molesto en sus pupilas, corre la mirada y el altar que creyó ver iluminado y colorido al ingreso ahora ocupaba ese cuarto vacío. Refriega sus ojos. No ve nada. Refriega sus ojos. Sillas y bancos encimados unos sobre otros y un alivio que apaciguó su alma. Suspira. Un pizarrón rallado y amor de Dios.

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