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Cuento De Terror


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2012  •  2.100 Palabras (9 Páginas)  •  624 Visitas

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Las casas antiguas de pueblo siempre han dado miedo, pero aquella noche de tormenta parecía la boca del infierno.

Se había ido la luz, la madera del suelo y del techo no paraba de crujir, aparecían sombras con las luces de los rayos que entraban por las ventanas y Ángel sentado en el sofá del salón, rodeado de velas, rezaba para que nada malo le pasara aquella noche.

Era un viejo supersticioso según decían en el pueblo. Se volvía loco cuando le pasaba un gato negro por delante o le gritaba a la gente cuando abrían paraguas dentro de su casa. Creía en Dios aunque no se dejaba ver por la iglesia ya que según decía, los curas le daban muy mal fario.

Su pequeña estatura y su cuerpo regordete le daban una imagen de abuelo tierno y bonachón, aunque no fuera así. Era un desagradable, no hablaba con nadie y volvió al pueblo porque no aguantaba a sus hijos y ellos no le aguantaban a él.

Era un pueblo pequeño, y Ángel vivía solo allí durante todo el otoño y todo el invierno, hasta que la gente de la ciudad, con el buen tiempo, empezaba a ir los fines de semana.

En el exterior de la casa, la oscuridad total. Las nubes tapaban la luna y solo se veía en aquella noche cuando los rayos hacían su presencia. La lluvia caía con mucha fuerza hacia los lados agitada por un viento que silbaba y rugía a su paso por las calles por donde pasaba con más fuerza.

Ángel, sentado en el sofá maldecía la tormenta con insultos que salían de su boca cada vez que escuchaba el estruendo de un nuevo trueno.

Quería irse a la cama, pero sin sueño solo conseguiría dar vueltas en la cama, por lo que seguía en el salón con un libro en las manos a la luz de las velas intentando leer, pero sin conseguirlo, ya que cada poco rato sus ojos involuntariamente se dirigían hacia la puerta.

Era como un niño pequeño asustado en su habitación, con la diferencia de que los niños pequeños no tienen una escopeta al lado, y Ángel, si. Pensaba que si entrara alguien… Pero aquella noche le daba igual tener una escopeta que no, lo que le esperaba no se podía evitar con un arma de fuego.

La tormenta continuaba al igual que el estado de Ángel, que seguía en el salón rodeado de velas y cada vez más nervioso.

“Maldito viejo miedoso” Pensó mientras hacía el amago de levantarse“No me atrevo ni a ir al baño” Cogiendo una vela se levantó y se dirigió al baño que estaba nada más salir de salón a mano derecha.

“¿Pero que creo que me va a pasar? ¿Qué se me va a comer algún monstruo?” Iba pensando todo tipo de cosas cuando se dirigía hacia el baño. Tan ocupada tenía la cabeza que no se acordó del escalón y pisando en falso se empotró contra la pared y cayó al suelo empezando a gemir de dolor.

Mientras estaba en el suelo no tenía miedo, solo se preocupaba de taponar los dos caños de su nariz que sangraban a borbotones. Se dirigió a tientas hasta la cocina, en el fregadero se lavó la cara y quedándose allí un rato con un papel de cocina en la nariz mirando hacia el techo y con la única compañía que la vela, que poco a poco se consumía.

Cuando paró la hemorragia, Ángel volvió a la realidad. Se encontraba sin luz y con una extraña sensación de que no estaba solo en la casa. Pensó en inspeccionar toda la casa.

Volvió al salón y cogió la escopeta. Con ella se dirigió a las escaleras para subir al piso de arriba. Las escaleras eran de madera, viejas y carcomidas. Se quedó un momento pensando antes de empezar a subir.

Por su cabeza pasaron todo tipo de pensamientos que desechó, y con firmeza comenzó a subir. Cada escalón que pisaba rechinaba con más fuerza que el anterior.

Las paredes blancas con desconchones no se apreciaban por la falta de luz, solo se veía el final de la escalera cuando la breve luz de los rayos se colaba por las ventanas del primer piso.

Escalón a escalón, crujido a crujido, Ángel se acercaba al final de la escalera con la escopeta fuertemente agarrada. Aunque aquella noche no le serviría de nada.

Llegó al final de la escalera, aunque no se apreciaba Ángel sabía que el primer piso constaba de una antesala cuadrada con cinco puertas. Dos a la derecha, dos a la izquierda y una enfrente a las escaleras. Esta última era la del baño y las de los laterales eran las puertas de los dormitorios.

Ángel caminó casi de puntillas intentando no hacer ruido. Cada vez tenía más afianzada la sensación de que en aquella oscura casa de pueblo no estaba solo.

Entró en la primera habitación, no había nada. Continuó por la segunda puerta de las de la derecha. Tampoco había nada…

Los rayos eran cada vez más frecuentes y la luz entraba por las ventanas cegando al viejo primero, para dejarlo en la más completa oscuridad después.

La casa tenía un último piso, que no era más que un viejo desván lleno de objetos antiguos y este estaba cerrado con la puerta más tétrica de la casa.

Aun en el primer piso, Ángel entró en otra habitación, con la misma suerte que en las anteriores. Fue en el último cuarto, cuando estaba entrando totalmente a oscuras, donde ocurrió algo espeluznante. El instante de la luz de un rayo le dejó ver a Ángel una figura humana vestida con un sombrero verde y una cazadora de pana del mismo color.

El viejo no lo pensó dos veces, colocándose la escopeta y apuntando a tientas disparó. El ruido fue atronador y los truenos que sonaban en el exterior parecían la réplica de aquellos dos disparos.

Avanzó hasta donde debería encontrarse el cuerpo de aquel ser humano. Pero en vez de una persona encontró las astillas y los girones de tela de su perchero.

Recogió los trozos de madera y tela y los puso encima de la cama. Pero algo le hizo parar en su actividad. De repente se empezaron a escuchar golpes en el piso de arriba. TOCTOC. Sonaba como si un bastón golpeara el suelo del desván. TOCTOC. Cada vez que sonaban se escuchaban dos golpes. TOCTOC. Ángel asustado pero firme en descubrir quien se había colado en su casa se dirigió hacia las escaleras que subían al desván.

Era un tramo corto de escaleras antes de llegar a una puerta de roble

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