Diles Que No Me Maten
Enviado por jmike94 • 8 de Septiembre de 2014 • 2.183 Palabras (9 Páginas) • 193 Visitas
¡DILES que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que
por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
—No puedo.Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de
ti.
—Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha
estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
—No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras.
Y yo ya no quiero volver allá.
—Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué, consigues.
—No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y Si voy
mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme
a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
—Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás
eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
—No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
—Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo
que estoy. Lo poco que valgo . ¿Qué ganancia sacará con matarme?
Ninguna ganancia. Al fin y al cabo él debe tener un alma. Dile que lo
haga por la bendita salvación de su alma.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y
caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
—Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién
cuidará de mi mujer y de los hijos?
—La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir
allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana
y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía
estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse,
pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No
tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo
iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como
sólo las puede sentir un recién resucitado. 12
Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan
rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando
tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás como quisieron
hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas
su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser
el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le
negó el pasto para sus animales.
Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando
la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales
hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía
negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a
romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras
para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe,
que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le
volviera a abrir otra vez el agujero.
Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir,
mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre
esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el
pasto sin poder probarlo.
Y él, y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse
de acuerdo.
Hasta que una vez don Lupe le dijo:
—Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo
mato.
Y él contestó:
Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen
su acomodo. Ellos son inocentes. Ahi se lo haiga si me los mata.
"Y me mató un novillo.
"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en
abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni
las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la
salida de la cárcel Todavía después, se pagaron con lo que quedaba
nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por
eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y
que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera 13
Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según
eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado
todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos
muhachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque
de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos
parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y
enjuciado para asustarme y seguir robándome. Cada que llegaba
alguien al pueblo me avisaban:
"—Por ahí andan unos fureños, Juvencio.
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y
pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la
media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda
la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le
costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su
vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse
pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los
sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo
correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar
escondiéndose de todos.
Por si acaso, ¿ no había dejado hasta que se le fuera su mujer ?
Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había
ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla.
Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con
tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo
lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar
era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que
lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No
necesitaron
...