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Don Quijote Capitulo 4 Guion


Enviado por   •  29 de Julio de 2014  •  2.240 Palabras (9 Páginas)  •  1.751 Visitas

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CAPITULO VI

Narrador: el cura pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros causantes del daño. Y, entrando todos dentro, y la amo con ellos, hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados y otros pequeños; y así como el ama los vio, salió del aposento con gran prisas, volviendo con agua bendita y un hisopo.

Mientras se narra los personajes van entrando al aposento repleto de libros, el ama sale y entra con una vasija de agua bendita y un hisopo.

Ama: tome vuestra merced, señor licenciado; rocié este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de la que les queremos dar echándolos del mundo.

Cura: (se ríe del ama). Nicolás, pasadme aquellos libros uno por uno, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo.

Sobrina: No, no hay que perdonar a ninguno porque todos han sido dañadores: mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer allí un rimero y pegarles fuego; y si no llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

Ama: de acuerdo estoy con vos, lo mejor será pegarles fuego a todos de una vez, ya sea en el patio o en el corral.

Cura: empecemos Nicolás, pasadme el primero de los libros.

Barbero: los cuatro de amadís de gaula (dice, mientras pasa el libro)

Cura: parece cosa de misterio esta; porque según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, todos los demás han tomado principio en y origen de este; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna condenar al fuego.

Barbero: no, señor, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar:

Cura: así es verdad, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos ese otro que está junto a él.

Barbero: es, la segas de esplendían, hijo legítimo de amadís de gaula

Cura: pues en verdad, que no ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.

(Recibe el ama y lo tira por la ventana al fuego)

Cura: adelante

Barbero: este que viene es amadís de Grecia; y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de amadís.

Cura: pues vayan todos al corral, que a trueco de quemar a la reina pintuquiniestra, y al pastor Daniel y sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemare con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.

Barbero: de ese parecer soy yo.

Sobrina: y aun yo.

Ama: pues así es, vengan, y al corral con ellos.

(Ama, repite el mismo proceso)

Cura: ¿Quién es ese tonel?

Barbero: este es, don olivante de Laura.

Cura: el autor de ese libro. Fue el mismo que compuso a Jardín de flores, y en verdad qué no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por decir menos mentiroso; solo se decir que este ira al corral, por disparatado y arrogante.

Barbero: este es florismarte de hircania.

Cura: ¿ahí está el señor florismarte? Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su extraño nacimiento y sonadas aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo, al corral con él, t con es otro, señora ama.

Ama: que me place señor mío. (Hace lo que le manda con alegría)

Barbero: este es el caballero platir.

Cura: antiguo libro es ese, y no hallo en la cosa que merezca venia. Acompañe a los demás sin replica.

Barbero: el caballero de la cruz.

Cura: por nombre tan santo como este libro tiene se podía perdonar su ignorancia; mas también suele decir, “tras la cruz está el diablo”, vaya al fuego.

Barbero: este es espejo de caballerías.

Cura: Ya conozco a su merced, ahí anda el señor Reinaldo del Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador Turpin; y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.

Barbero: pues yo lo tengo en italiano, mas no lo entiendo.

Cura: Ni aun fuera bien que vos le entendierais, y aquí le perdonáramos al señor capitán, que no le hubiera traído a España, y hecho castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se hallaren, que tratan de estas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer de ellos, exceptuando a un Bernardo del Carpio, que anda por ahí, y a otro llamado Roncesvalles, que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del alma, y de ellas en las del fuego, sin remisión alguna.

Barbero: de acuerdo con usted, tan buen cristiano y amigo de la verdad. Siguen, palmerin de oliva y palmerin de Inglaterra.

Cura: esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aún no queden de ella las cenizas, y esa palma de Inglaterra se guarde y se conserve como cosa única, y se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para guardar en ellas las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.

Barbero: no, señor compadre, que este que aquí tengo es el afamado don belianis.

Cura:

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