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Dos Pesos De Agua


Enviado por   •  31 de Julio de 2013  •  1.503 Palabras (7 Páginas)  •  15.993 Visitas

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TÍTULO DE LA OBRA

"Dos Pesos de Agua"

TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN 3

BIOGRAFÍA DEL AUTOR 4

ARGUMENTO 5

PERSONAJES 8

Principales 8

Secundarios: 8

VALORES DE LOS PERSONAJES 8

AMBIENTE 9

RELACIÓN DEL TÍTULO CON EL TEXTO 10

RELACIÓN DEL TEXTO CON EL CONTEXTO 10

MORALEJA 11

CONCLUSIÓN 12

BIBLIOGRAFIA 13

INTRODUCCIÓN

Al enfocar el análisis de esta obra trataremos de hacerlo de la forma más responsable posible, ya que esta obra "Dos Pesos de Agua" es una de las más breves, pero informativa, de las obras del autor dominicano Juan Bosch.

Esta obra nos enfoca mayor mente la inconformidad que tenían los moradores de un pueblo llamado Paso Hondo, a excepción de la vieja Remigia, quien siempre fue optimista hasta el último momento.

Esperamos que este breve análisis, les enseñe tanto como a nosotros nos enseñó y que sea de su mayor agrado.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Cuentista, novelista, educador, político, ensayista, historiador, biógrafo, presidente de la República en 1963. Nació en la Vega en 1909. Premio Nacional de Novela de Manuel de Jesús Galván 1976 con El oro y la paz. Premio Nacional de Literatura 1990. Entre sus obras narrativas se destacan: Camino Real (1933), La Mañosa (1936), Cuentos escritos en el exilio (1962), Más cuentos escritos en el exilio (1964). Bosch es el cuentista más leído en República Dominicana durante el siglo XX.

ARGUMENTO

"Dos Pesos de Agua", trata de la sequía o "mal de ojo" como ellos decían, que se vivía en Paso Hondo, al tener varias semanas que no llovía, tanto así que ya el maíz se había consumido en sus tallos, se oían crujir los palos, se veían enflaquecer los caños de agua y la tierra de la pocilga se estaba endureciendo. Al ver esto las personas estaban abandonando el pueblo, menos la vieja Remigia, quien siempre estaba esperanzada en que lloviera y les daba dinero a las personas que se iban para que les prendieran velas a las ánimas.

La vieja Remigia tenía sus esperanzas. Veía crecer el maíz, veía florecer los frijoles; oía el gruñido de sus puercos en la pocilga cercana; contaba las gallinas al anochecer, cuando subían a los palos. Entre días descolgaba la higera y sacaba los cobres. Había muchos, llegó también a haber monedas de plata de todos tamaños.

Con un temblor de novia en la mano, Remigia acariciaba su dinero y soñaba. Veía al muchacho en tiempo de casarse, bien montado en brioso caballo alazano, o se lo figuraba tras un mostrador, despachando botellas de ron, varas de lienzo, libras de azúcar. Sonreía, tornaba a guardar su dinero, guindaba la higera y se acercaba al nieto, que dormía tranquilo.

Todo iba bien, bien. Pero sin saberse cuándo ni cómo se presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pasaron dos, pasaron tres. Los hombres que cruzaban por delante de su bohío la saludaban diciendo:

-Tiempo bravo, Remigia.

Ella aprobaba en silencio. Acaso comentaba:

-Prendiendo velas a las ánimas pasa esto.

Pero no llovía. Se consumieron muchas velas y se consumió también el maíz en sus tallos. Se oían crujir los palos; se veían enflaquecer los caños de agua; en la pocilga empezó a endurecerse la tierra. A veces se cargaba el cielo de nubes; allá arriba se apelotonaban manchas grises; bajaban de las lomas vientos húmedos, que alzaban montones de polvo...

Desde que se quedó con el nieto, después que se llevaron al hijo en una parihuela, la vieja Remigia se hizo huraña y guardadora. Pieza a pieza fue juntando sus centavos en una higuera con ceniza. Los centavos eran de cobre. Trabajaba en el conuquito, detrás de la casa, sembrando maíz y frijoles. El maíz lo usaba en engordar los pollos y los cerdos; los frijoles servían para la comida. Cada dos o tres meses reunía los pollos más gordos y se iba a venderlos. Cuando veía un cerdo mantecoso, lo mataba; ella misma detallaba la carne y de las capas extraía la grasa; con ésta y con los chicharrones se iba también al pueblo. Cerraba el bohío, le encarbaba a un vecino que le cuidara lo suyo, montaba el nieto en el potro bayo y lo seguía a pie. En la noche estaba de vuelta.

Iba tejiendo su vida así, con el nieto colgado en el corazón.

-Pa ti trabajo, muchacho -le decía-. No quiero que pases calores, ni que te vayas a malograr, como tu taita.

El niño la miraba. Nunca se le oía hablar, y aunque apenas alzaba una vara del suelo, madrugaba con su machete bajo el brazo y el sol le salía sobre la espalda, limpiando el conuco.

La vieja Remigia le seguía prendiendo velas a las ánimas, y una tarde su nieto ardía en fiebre, entonces Remigia lo tomó y salió por las calles llamando a los vecinos, para hacer un rosario a San Isidro, pero no llovió.

Un día las

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