“EL AMOR Y OTROS DEMONIOS” GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

“EL AMOR Y OTROS DEMONIOS”

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

(Premio Nobel de Literatura 1982)

Carlos Armendáriz Cunningham.

Lic. En Telesecundaria.

Una historia de amor atípica, que se desenvuelve en el sabor colonial de la era de la conquista española en la región sudamericana cercana a Cartagena de Indias, Colombia, llamada entonces, territorios del virreinato del Perú. Época en que existía aún la perversa Santa Inquisición imponiendo su sistema de (in)justicia.

La narrativa empieza en función de la búsqueda noticiosa de cuando en 1949, el 26 de octubre se  enteró el “maestro Clemente Manuela Zabala, jefe de redacción del diario dónde” el reportero que nos cuenta la historia, trabajaba “haciendo sus primeras letras”.  Ya que, sucedía que “estaban vaciando las criptas funerarias del antiguo convento de Santa Clara”. Ahí era el “histórico convento de las clarisas”, el cual posteriormente se convirtió en hospital desde hacía un siglo, cuyo sitio iba a ser vendido para construir en su lugar un hotel de cinco estrellas. Y aquí en sus criptas descubiertas por el derrumbe paulatino del tejado, por lo que estaban enterrados los restos de tres generaciones de obispos y abadesas  y otras gentes principales. Por lo que los obreros de la constructora pretendían desocuparlas, entregar los restos a quienes los reclamaran y por increíble que pudiera parecer, tirar el saldo en la fosa común. El maestro de obra sólo se acataba a copiar los datos de la lápida en un cuaderno escolar, ordenando los huesos por montones separados, y ponían las hojas con el nombre encima de cada uno para que no se confundieran. Entre los personajes hallados en el sitio, “un virrey del Perú […]; don Toribio de Cáceres y Virtudes, obispo de esta diócesis; varias abadesas del convento, entre ellas la madre Josefa Miranda, y el bachiller en artes don Cristóbal  de Eraso…” Y es que también es de señalarse que ahí había otra cripta que pertenecía a uno de los principales personajes de esta historia: el segundo marqués de Casalduero, don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, señor del Darién, y su esposa, la marquesa, doña Olalla de Mendoza. Sin embargo, en los hallazgos, los maestros de obra al ayudarse mutuamente en tirar la cripta, aparece una cabellera viva de un color de cobre intenso que era larga y abundante, hasta salir las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de una niña.  En el lugar, sólo se veían unos “huesecillos menudos   y dispersos”, que en cuya lápida de cantería carcomida por el salitre era aún legible leer el nombre sin apellidos:  Sierva María de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la promesa de un padre que solicitó a Dios su salvación, como manda otorgaba no cortarle su cabellera a su hija hasta que en manos de su esposo contrajera nupcias, ya que tuvo un nacimiento prematuro, donde la madre poco afectuosa paría a una niña sietemesina. Tal cabellera había crecido después de su muerte veintidós metros, cuya explicación queda como dato histórico, que el cabello crece un centímetro por mes “hasta después de la muerte”.

Sierva María nació siendo hija de Bernarda Cabrera esposa sin  título del marqués de Casalduero, en casa, con el detalle de que el lugar compartía el espacio con el manicomio de mujeres de la Divina Pastora, y que además tuvo que ser criada por los esclavos, entre negros y mestizos e indios, por lo que incluso aprendió tres idiomas africanos, sobre todo yoruba. Quien además, fue una niña blanca que aprendió muchos rasgos de la cultura que emana creencias fuera del catolicismo por lo que se pudieran creer entonces, formas de herejía repletas en la culpa de su padre, pues se vio obligado a tomar la decisión de dejarla a cargo de Dominga de Adviento, “una negra de ley que gobernó la casa con puño de fierro hasta  las vísperas de su muerte”; el marqués presionado por una esposa que rechazó a su hija desde sus primeros latidos al mundo.

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