EL ZORRO Y EL ESPINO
Enviado por maricucha1973 • 13 de Noviembre de 2019 • Trabajo • 987 Palabras (4 Páginas) • 309 Visitas
EL ZORRO Y EL ESPINO
Érase una vez un zorro pelirrojo que vivía en el bosque. El animal era joven y gozaba de muy buena salud, así que se pasaba las horas corriendo por la hierba, husmeando entre las zarzamoras, escarbando dentro de las toperas, y descubriendo misteriosos escondrijos. ¡Nunca permanecía quieto más de un segundo!
A lo largo del día jugaba mucho, pero por la noche… ¡por la noche su actividad era todavía más desenfrenada! Y es que mientras la mayoría de los animales roncaban plácidamente dentro de sus madrigueras, el incansable zorrito aprovechaba para encaramarse a los árboles y saltar de rama en rama como si fuera un equilibrista de circo. Tanto practicó que llegó a ser capaz de subirse a un pino y lanzarse a otro situado a varios metros de distancia con la precisión de un mono. Increíble, ¿verdad?
Durante meses disfrutó de lo lindo haciendo estas locas piruetas nocturnas, pero llegó un momento en que se aburrió y decidió intentar una proeza realmente arriesgada: escalar una altísima montaña por la parte más rocosa. Se trataba de un reto peligroso para alguien de su especie, pero lejos de acobardarse sacó pecho y se lanzó a la aventura.
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Una noche, justo cuando la luna nacarada estaba más alta en el firmamento, el valiente y atlético animal comenzó a subir la ladera cubierta de piedras. Logró su objetivo en apenas tres horas, por lo que llegó con tiempo de sobra para ver despuntar el día. Las cabras, hasta ese momento únicos seres capaces de realizar semejante hazaña, se quedaron patitiesas cuando advirtieron que un pequeño zorro naranja alcanzaba la cumbre en tiempo record y sin apenas despeinarse el flequillo.
– ¡Lo he conseguido!… ¡Casi puedo tocar las nubes!… ¡Yujuuuuu!
Como es lógico, lo primero que hizo al llegar arriba fue celebrarlo dando botes y gritando de alegría. ¡Se sentía tan orgulloso de sí mismo!… Después hizo un esfuerzo por tranquilizarse, y cuando consiguió bajar las pulsaciones de su corazón y respirar con cierta normalidad, se sentó a disfrutar de la salida del sol.
– Qué aire tan puro se respira aquí… ¡y qué amanecer tan impresionante!
Con el mundo a sus pies se sintió el rey de la montaña.
– Ya que subir me resultó fácil, a partir de ahora vendré a menudo. ¡Las vistas son increíbles!
Tras una buena dosis de belleza y meditación, resolvió que había llegado la hora de regresar a su hogar.
– ¡Bajar va a ser pan comido!… ¡Vamos allá!
Pegó un salto para levantarse y fue entonces cuando algo terrible sucedió: por un descuido resbaló y empezó a caer montaña abajo dando más botes que una pelota de goma en el patio de un colegio.
– ¡Socorro, que alguien me ayude!
Rodó y rodó durante un par de minutos que le resultaron interminables, al tiempo que gritaba:
– ¡Ay, ay, me voy a estrellar!… ¡Socorro!… ¡Auxilio!
Cuando estaba a punto de llegar al final y darse el tortazo del siglo, pasó junto a un arbolito cubierto de flores blancas. ¡Era su única oportunidad de salvación! Demostrando buenos reflejos estiró las patas delanteras y se agarró a él desesperadamente. En ese mismo instante, sintió un dolor muy intenso en los dedos.
– ¡Ay, ay, ay, ay! ¡¿Pero qué demonios…?! ¡Ay!
¡Qué mala suerte! El arbusto en cuestión era un espino que, como todos los espinos, tenía las ramas cubiertas de afiladísimas púas que se clavaron sin piedad en las patas del zorro.
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