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Edipo Rey


Enviado por   •  2 de Junio de 2015  •  445 Palabras (2 Páginas)  •  367 Visitas

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-¡Hijos míos, nuevos vástagos del antiguo Cadmo!, ¿qué tenéis

que impetrar de mí, cuando venís a esta audiencia con ramos

de suplicantes? Nuestra ciudad está saturada del humo del

incienso, así como de ayes y lamentos. Por eso, hijos míos, he

creído preferible informarme por mí mismo, y no por

mensajeros, y con este fin he querido presentarme aquí yo

mismo, Edipo, cuyo nombre es celebrado por todos los labios.

«Vamos, habla tú, anciano, puesto que por tu edad eres el más

indicado para explicarte por ellos. ¿Por qué esa actitud? ¿Con

qué fin os habéis congregado aquí? ¿Qué teméis o qué deseáis?

Heme aquí dispuesto a ayudaros en todo, ya que tendría que ser

insensible al dolor si no me conmoviesen tal concurrencia y

vuestra actitud suplicante.

SACERDOTE:

Pues bien, ¡oh Edipo!, rey de nuestra patria, ya ves que somos

suplicantes de todas las edades, agrupados en torno de las aras

de tu palacio. Unos no tienen aún fuerza para volar lejos del

nido; otros, sacerdotes como yo lo soy de Zeus, abrumados

por los años; éstos se cuentan entre lo más florido de nuestra

juventud, mientras el resto del pueblo, coronado con las ramas

de los suplicantes, se apiña en el Ágora, en torno de los dos

templos consagrados a Palas y junto a las cenizas proféticas del

divino Ismeno.

«Tebas, como tú mismo lo estás viendo, se halla profundamente

consternada por la desgracia; no puede levantar la cabeza del

abismo mortífero en que está sumida. Los brotes fructíferos

de la tierra se secan en los campos; perecen los rebaños que

pacen en los pastizales; despuéblase con la esterilidad de sus

mujeres. Un dios que trae el fuego abrasador de las fiebres, la

execrable Peste, se ha adueñado de la ciudad, y va dejando

exhausta de hombres la mansión de Cadmo, mientras las

sombras del Hades desbordan de llantos y de gemidos.

Ciertamente ni estos jóvenes ni yo, apiñados en torno de tus

lares, pretendemos igualarte con los dioses; pero te

reconocemos como el primero de los mortales para socorrernos

en la desgracia que se cierne sobre nuestras vidas y para obtener

el auxilio de los dioses. Pues fuiste tú, cuando viniste a esta

ciudad de Cadmo, quien nos libraste del tributo que pagábamos

a la implacable Esfinge, y esto lo hiciste sin haber sido

informado por nosotros ni haber recibido ninguna instrucción.

Tebas piensa y proclama que sólo con la ayuda de alguna

divinidad conseguiste enderezar el rumbo de nuestra vida. Hoy,

pues, poderoso Edipo, a ti vuelven sus ojos todos estos

suplicantes que te ruegan halles remedio a sus males, bien porque

hayas

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