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Ejercicio Integrador Español Y Lengua Escrita I


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2013  •  586 Palabras (3 Páginas)  •  657 Visitas

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6,8 y 10.-

Como lo enseñan las desilusiones, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del humano. La levitación no me ha sido aún detenida y no hay irracionalidad alguna para suponer que la conoceré antes de vivir. Incorrectamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado sitio de cristal y de hierro no se compara al vuelo de las aves ni al vuelo de los ángeles. Los presagios terroríficos del personal de a bordo, con su ominosa enumeración de máscaras de oxígeno, de sujetadores de inseguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias terrestres no son, ni pueden ser, auspiciosas. Las nubes destapan y ocultan los continentes y los mares. Los trayectos limitan con el desinterés.

El globo, en cambio, nos prepara la convicción del vuelo, la agitación del viento antisocial, la lejanía de los pájaros. Todo vocablo presupone una experiencia compartida. Si alguien siempre ha visto el rojo, es inservible que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juan el Teólogo o con la felicidad; si alguien atiende la especial tristeza de un paseo en globo, es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más conveniente. En California, hará unos treinta días, María Kodama y yo fuimos a una elegante oficina perdida en el valle de Napa. Serían las cuatro o las cinco de la alborada; sabíamos que estaban por suceder las primeras oscuridades del alba. Un camión nos llevó a un lugar aún más cercano, moviendo la barquilla.

Llegamos a un lugar de la llanura que podía ser cualquier otro. Metieron la barquilla, que era un canasto rectangular de madera y de mimbre y fácilmente extrajeron el gran globo de una maleta, lo desplegaron en la tierra, juntaron el género de nylon con ventiladores, y el globo cuya forma era la de una pera volteada como en los grabados de las enciclopedias de nuestra niñez. Creció sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No había ni puerta lateral, ni escalera y tuvieron que detenerme sobre la borda. Éramos cinco viajeros y el piloto que continuamente desinflaba de gas el gran globo convexo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Iluminaba el día a nuestros pies, a una altura diabólica o de bajo pájaro se cerraban los viñedos y los campos.

El espacio era cerrado, el lento viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porque, e no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre involucran el futuro, las circunstancias, la indiferencia y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso encontrado que crea el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las

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